Las elecciones autonómicas en Castilla y León han dejado unos resultados esperables y una conclusión clara en la política española: lejano queda el tiempo de mayorías absolutas, los gobiernos de coalición son una obligación para alcanzar el poder y gobernar.
El debate entorno al sistema electoral español está siempre sobre la mesa, las propuestas para lograr la ansiada representación de un hombre un voto, tal y como defienden desde la Plataforma OLE -Otra ley electoral- es algo que suele producirse con cierta frecuencia, especialmente cuando se celebran elecciones y conocemos los resultados. Lógicamente, los sectores ideológicos que pierden los comicios elevan la reivindicación de que hay que modificar la ley con más intensidad que los que salen triunfadores y aunque consideren que podría haber una ley electoral más justa, tampoco está tan mal el modelo actual.
La cuestión es que nuestro sistema representativo proporcional otorga un valor diferente a los votos y de la misma forma que favorece a los partidos más votados también favorece a las circunscripciones menos pobladas otorgándoles una sobrerrepresentación en aras a igualarlas al resto de provincias. Los resultados en Castilla y León han dejado, una vez más, un mapa fragmentado con cinco partidos que se reparten nueve diputados, entre ellos los otrora protagonistas de la política nacional Ciudadanos y Podemos y tres partidos que suman setenta y dos diputados, unas cifras curiosas pero que denotan el reparto de poder y la obligación de formar coaliciones de gobierno como la que actualmente hay en España y en nuestra Comunitat Valenciana.
El sistema es el que es, no el que muchos desearían o el que quizá más convendría para alcanzar ese ideal de convertirnos en una nación de ciudadanos libres e iguales. Siendo así, los gobiernos multicolor son la única solución para conformar mayorías parlamentarias que doten de estabilidad a la legislatura, al menos es la opción más razonable. No estamos en un sistema mayoritario donde la fuerza más votada, automáticamente goza del privilegio de tener todo el poder para gobernar, y aunque existe la posibilidad de gobiernos en minoría con apoyo en la investidura y pactos durante la legislatura para sacar adelante las leyes, el resultado en Castilla y León ofrece cómodamente la posibilidad de un gobierno con dos formaciones: PP y Vox.
En España estamos ya acostumbrados a tripartitos de todo tipo y condición, a alianzas anti natura y a pactos in extremis, nada debería sorprender porque dos formaciones que ahora mismo copan el centro derecha sociológico alcanzaran un acuerdo de gobierno para los próximos cuatro años. Pero tanto la reacción de los líderes nacionales del PP como la de muchos analistas, parece intentar reforzar la idea de que como el PP es el ganador de las elecciones, sólo él tiene la responsabilidad de formar gobierno. Resulta que el sistema parlamentario de mayorías ya no es la forma óptima de gobernar, y, además, que Vox con trece diputados exija entrar en el gobierno parece un atrevimiento cuando ha obtenido casi la mitad de los diputados que tiene el PP. Es decir, los argumentos se retuercen y las visiones de lo plural y democrático que son los gobiernos de alianza entre varios partidos se desvanecen cuando el socio de gobierno no es nacionalista, independentista o de extrema izquierda.
La guinda a este pastel fueron las declaraciones del candidato del PP cuando en la misma noche electoral lanzó el clásico mensaje buenista de quiero formar un gobierno de todos y para todos. Si al final no hará falta votar ni elegir porque todos formarán el gobierno y viviremos en un gran abrazo común. Retórica postelectoral y algo de demagogia, especialmente cuando los ciudadanos votan y eligen a uno u otro partido porque quieren que se implementen unas u otras políticas. Los gobiernos del cambio, que así se autodenominaron han marcado con firmeza una agenda pública en muchos aspectos y no han buscado el consenso ni la voz de los vecinos en muchos temas, porque sienten que las urnas les dieron ese mandato. Así es como debe actuar también el centro derecha cuando alcanza el poder, sino la democracia pierde credibilidad y los complejos de tantos líderes nos recuerdan que aquello del voto útil también es algo de otro tiempo.