tribuna libre / OPINIÓN

El fútbol es la gran aportación de la clase obrera a la cultura universal

4/12/2022 - 

Una característica particular del fenómeno del fútbol es que su globalización no ha partido de los EE. UU. El cine de Hollywood, la Coca-Cola, el dominio militar, las noticias del New York Times, del Washington Post o la CNN, el Silicon Valley, la CIA, la NBA, Wall Street, la investigación médica y técnica… marcan un dominio global sobre todo el mundo. Pero no ocurre con el fútbol, “el soccer” en términos norteamericanos. Hasta hace poco no mostraban ninguna hegemonía en este deporte, aunque en los últimos tiempos ha ido cuajando y su extensión ha sido progresiva, pero sin llegar a la altura de Europa, Sudamérica e incluso África o Asia. Ahora ha conseguido clasificarse en el Mundial de Qatar para los octavos. Sin embargo, el fútbol es la expresión de la mayor globalización existente, donde los estados o las naciones (Gales, Escocia) compiten por ganar en los campeonatos mundiales, pero también en sus propios territorios. Incluso sociólogos de Oxford o Cambridge analizan las dimensiones sociales y políticas en que el juego, convertido en un espectáculo y en un inmenso negocio, se mezcla con la identidad de los pueblos.

Fue creado por los ingenieros ingleses de las fábricas durante la expansión de la Revolución Industrial, entre 1860 y 1900 y, por tanto, al principio se convirtió en un deporte de elite, de las clases altas, que fue extendiéndose a lo largo de las zonas coloniales controladas por el Imperio Británico de donde extraían materias primas para sus industrias. Pero pronto los obreros se convirtieron en los principales aficionados de los equipos que se iban formando en las fábricas que se constituyeron en Europa, y después por América Latina. Hoy conocemos con detalle sus orígenes y sus organizaciones en todo el mundo, con una abundante bibliografía. La liga española se inició en 1929 durante la dictadura de Primo de Rivera que terminó con el sistema político de la Restauración después del golpe de Estado de 1923. El Real Club Recreativo de Huelva fue el primero en constituirse en 1889 en España, con los ingenieros ingleses que trabajaban en las minas de Río Tinto. En Gran Bretaña se construyeron estadios como Anfield, en 1884, de Liverpool, donde escogieron una canción de un musical de Broadway como himno: You´ll never walk alone; el de Old Trafford del Manchester United de 1910, diseñado por un arquitecto famoso de la época, el escocés Archibald Leitcho; el del barrio de Highbury-Islington (donde residió el escritor Orwell) el Arsenal Stadium, al que solía ir cuando vivía en Londres. Fue el club que introdujo los números de las camisetas de los jugadores. Tenían, en su primera época, una fisonomía que se asemejaba a las fábricas donde se desarrollaba la producción y empezaba la división técnica del trabajo. Después surgieron equipos en empresas como Fiat, Peugeot, Philips, Bayer donde se reflejaba una relación entre una productividad mayor con el triunfo, y una menor con la derrota de los equipos. El inglés Walter Wild fue presidente del Barcelona C.F, pero sería Juan Gamper, jugador, quien le daría un impulso definitivo. El Real Madrid se fundó en 1902 por la iniciativa de Juan Palacios y los hermanos Juan y Carlos Pedrós. El Valencia en 1919 y es el cuarto club español por el número de títulos internacionales. El Levante en 1909, decano del fútbol valenciano con la fusión del Levante Fútbol Club y el Gimnástico Club de Fútbol. En 1941 definitivamente se denominó Levante Unión Deportiva. 

Un historiador como E.H. Hobsbawm, en sus estudios sobre los trabajadores, destacó la influencia de este deporte entre los obreros “El fútbol, como deporte de las masas proletarias- casi una religión laica- nació en el decenio de 1880 si bien en las postrimerías de 1870 los periódicos del país ya eran conscientes de que atraían más lectores cuando publicaban los resultados de los partidos” (“La formación de la cultura obrera británica” en El Mundo del Trabajo, Crítica, 1987) Además, en la novela realista inglesa de los años 50, un escritor como Allan Sillitoe reflejó cumo los obreros cubrían su ocio acudiendo a los estadios y disfrutando o entristeciéndose con su equipo. En 1958 escribió su gran obra: “Saturday day and Sunday Morning”, que fue convertida en un guión cinematográfico y película dirigida por Karel Reisz, judío de origen checo, cuyos padres murieron en el crematorio de Auschwitz. Podrá caerse en el tópico de que el fútbol es el opio de los pueblos, copiando la frase de Marx. Pero eso no resiste ninguna explicación seria. Su dimensión es universal y millones de personas se identifican sentimentalmente con sus clubs o con los grandes equipos. Cuando Brasil perdió la final del Campeonato mundial en 1950, hubo suicidios. En Níger, país pobre africano, por ejemplo, los niños se saben la alineación del Real Madrid o Barcelona y visten sus camisetas. Hubo un tiempo en que para los anarquistas españoles el fútbol se consideraba una alienación de los obreros. Así, en el Consultorio de la Revista Blanca -fundada por Federico Urales y dirigida por su hija Federica Montseny, que fue ministra de la II República- donde muchos libertarios preguntaban por diversas cuestiones ideológicas, éticas, morales o políticas, se afirmaba el 15 de abril de 1935 (número 324): “¿Puede un compañero que propaga las ideas anarquistas vender balones de fútbol sabiendo que es así como se corrompe a la juventud?” Y la revista le contesta: “si tan finos contáramos ningún albañil podría sentirse anarquista si hubiera trabajado en la construcción de cabarets, Iglesias o cárceles…” También el fútbol ha servido como expresión del nacionalismo, como ha ocurrido con el Barça con aquello de que es más que un club. Ocurre de manera diferente en Euskadi donde la competencia entre la Real Sociedad, el Bilbao o el Alavés impide tener un símbolo único. La afición del Valencia coincide con el territorio de la Diócesis arzobispal, pero su influencia no llega ni a Castellón ni Alicante. Este deporte  está haciendo más por el feminismo que todas las leyes de Irene Montero.

 

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