¿Estamos enfocando en toda su extensión el fenómeno de Madrid como Comunidad privilegiada? Diversos datos del siglo XX ya nos mostraban su liderazgo en renta per cápita. Un hecho que no debe sorprender porque, desde antiguo, Madrid ha gozado de ventajas de imposible o difícil reproducción en las restantes Comunidades Autónomas. La capacidad de atracción de la capital del Reino y de su geografía adyacente encuentra en las instituciones centrales del Estado un primer y permanente imán. Lo ha sido para las empresas, españolas o extranjeras, dependientes en mayor medida de contrataciones públicas, otorgación de concesiones, suministros a la administración, regulaciones públicas y uso intensivo de ciertas infraestructuras públicas. Lo ha sido, asimismo, para las grandes empresas públicas que han buscado la cercanía de sus correspondientes ministerios. Lo ha sido para los profesionales de gran prestigio, -abogados, médicos, ingenieros, arquitectos, periodistas, artistas-, que han encontrado en el ecosistema madrileño los mercados más rentables para sus bufetes, clínicas, estudios, medios de comunicación y teatros, entre otras muchas actividades.
Añádase a lo anterior el interés histórico del Estado en contar con un adecuado capital humano, para lo que implantó en Madrid carreras universitarias que, como las técnicas, prácticamente se encontraban monopolizadas por determinados ministerios y ubicadas en sus cercanías aunque se tratase de algo tan insólito, para una ciudad sin mar, como la ingeniería naval.
Un suma y sigue que continuaba con la amplia presencia de medios de comunicación “nacionales”, la ubicación de embajadas y de las sedes de fundaciones y organizaciones de la sociedad civil. Incluso un equipo de fútbol cuya vocación era y es la de atraer sobre sí las luces del conjunto del fútbol doméstico: todas las anteriores han sido piezas que han contribuido a proporcionar a Madrid reiterados pluses de intensa relevancia política, económica y cultural, con las esperables pretensiones de mantener su statu quo frente a cualquier alerta de cambio territorial.
No estamos, pues, ante un panorama inédito: Madrid lleva así desde hace siglos, pero ha sabido aprovechar, en tiempos más cercanos, la integración del mercado español y su proyección internacional, además de diseñar una centralidad infraestructural que le permite obtener ganancias adicionales al transformarse en la gran gestoría pública y privada del país y en su primer centro cultural. Todo ello protegido por el control del discurso intelectual, político y económico predominante; algo que continuaba a finales del siglo XIX y que siguió en el XX sin que le hicieran mella las aspiraciones de redistribuir territorialmente el poder y su fuerza de gravedad.
En lo más reciente era de esperar que en la España Autonómica se `produjera la reducción de las diferencias regionales, achatando la distancia existente con Madrid hasta niveles que pudieren considerarse admisibles. Una situación más equitativa, en coherencia con la liberación de las energías latentes en cada región y el mejor aprovechamiento de sus recursos internos a medida que los fondos gestionados por los gobiernos autonómicos animaban emprendimiento e iniciativas innovadoras. Sin embargo, 40 años después de la aprobación de l’Estatut d’Autonomia, lo que nos encontramos es que la renta media de Madrid supera en cerca de un 50% a la valenciana. Un ejemplo que, con diversa intensidad, se reitera en otras CCAA.
¿Estamos ante un fracaso del Estado Autonómico? En parte, sí. Y no sólo por la especialísima posición de Madrid: algo tendrá que ver la orientación de las principales competencias transferidas a las regiones y el énfasis puesto sobre aquellas que forman parte del núcleo básico del Estado del Bienestar. Una presencia que contrasta con la aplicado a las materias que alcanzan mayor influencia sobre el crecimiento económico, si descontamos la educación. A partir de esta distribución de responsabilidades, la financiación autonómica quedó atrapada en un espacio diabólico porque, a la carencia de autonomía tributaria, se incorporó un gasto en las funciones de sanidad y dependencia que sufre de intensas alteraciones incontrolables, -composición por edades de la población, prolongación de la esperanza de vida, avances tecnológicos y farmacéuticos de alto coste-, a las que se han sumado, en el caso valenciano, unos sistemas de financiación que han ofendido, durante décadas, su teórica igualdad con el resto del país.
Al recorrido y consecuencias de las causas internas que han distorsionado la corrección de los desequilibrios regionales provocados por las diferencias de crecimiento económico, se ha añadido la dispar incidencia de la globalización, cuya presencia ha desarrollado profundas raíces en Madrid. La internacionalización de los servicios generadores de alto valor añadido ha concentrado su mayor especialización y capacidad directiva en las ciudades y zonas periurbanas donde, como en la capital española, se condensa el efecto sede de los grandes agentes económicos y administrativos. Y, talento atrae al talento, se ha expandido un mercado profesional que, con sus altas retribuciones, seduce a los mejores formados y más creativos. Un hecho nada menor para la comunidad madrileña, ya que estimula la demanda de educación, sanidad y servicios socio-sanitarios privados, ahorrando un dinero a la Comunidad de Madrid (239 euros por habitante ajustado) que ésta puede usar, entre otras finalidades, para reducir impuestos: así, mientras los beneficios fiscales en las CCAA de régimen común se sitúan, de media, en el 0,85% del PIB, en Madrid llegan al 1,86%.
No resulta casual la anterior cifra: cuando un territorio se interna en la globalización económica y se convierte en un nodo de ésta, pasa a formar parte de un sistema de áreas urbanas donde es creciente la influencia de los intereses de los agentes globales. El territorio se integra en la red que sustenta un estado semivirtual, preconizador de costumbres afines y de posiciones reluctantes a impuestos, regulaciones, controles y fronteras. Un trenzado de “hogueras de vanidades” acostumbradas a rehuir la competencia directa y a fijar sus propias reglas. Un mundo en el que los precios y las retribuciones personales, cuanto mayores son, mejor reflejan ese estatus que sintetiza la capacidad de influencia política y económica internacionales, el acceso a información confidencial, la densidad del capital relacional acumulado y la consecución de refugios inescrutables en las nubes digitales. Una alianza de intereses y percepciones que encaja con las posiciones presentes en el gobierno y élites de la Comunidad de Madrid.
El retal del espacio económico global presente en esta última es el que explica, en los últimos tiempos, el aterrizaje de multimillonarios latinoamericanos procedentes de países que se han despegado de sus pasadas trayectorias conservadoras y que consideran Madrid un refugio seguro que empatiza con sus cavilaciones ultraliberales. Una domiciliación que recuerda a la de los magnates rusos en Londres y a la de los francófonos en París. Un conjunto de asentamientos que ha propiciado áreas inmobiliarias de precios asombrosos y tensionado el conjunto del mercado habitacional: una fuente de rentas que se añade a las generadas por los segmentos globales de los servicios altamente especializados. Un foco de crecimiento con el que Madrid se distancia de las restantes Comunidades Autónomas y, más aún, de aquellas en las que la globalización ha adoptado un enfoque industrial o agrario que, aun estando abierto al resto del mundo, muestra una importante diferencia: ser espacios productivos frecuentemente sufridores de batallas competitivas que, cuanto menos, son feroces en lo que atañe a precios y márgenes de beneficios. Espacios que se despojan de sus incrementos de productividad tras su captura por empresas de servicios o cabeceras de redes industriales con poder de mercado.
¿Permite la considerable preeminencia de Madrid un modelo territorial y convivencial sostenible en el conjunto del Estado? La percepción de que existen ciudadanos de primera y de segunda ha alimentado el Brexit, en cuyo trasfondo se sitúa el amplio malestar de las áreas ajenas a Londres y su área de influencia ante las obscenidades de la riqueza acumulada por esta parte del Reino Unido. Un malestar que también ha cundido más allá de París en la Francia periférica y la Francia profunda, agitado por los chalecos amarillos y los nuevos refuerzos de la extrema derecha.
Por más que algunos entornos mediáticos siembren confusión para proteger a la isla de Madrid, lo que sucede fuera de nuestras fronteras señala que la exacerbación de los privilegios territoriales tiene sus costes; y, entre éstos, más allá de los efectos económicos, la fosilización de una mentalidad egoísta y con ínfulas de superioridad que infravalora a quienes son sus periféricos. Una mentalidad que crea un foso de incomprensión al pretender que sus valores son sistemáticamente los mejores y que maltrata y jibariza las bases democráticas de la igualdad, el respeto a lo diverso, la libertad y la solidaridad. Que juega con las manos libres, mientras los demás las tienen atadas. No sorprende que, del gobierno de Madrid, haya surgido la recomendación de dar propina a los camareros. La propina es un concepto muy ajustado al nuevo elitismo de esta Comunidad.