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el callejero

La atleta de la noche

Foto: Kike Taberner
28/08/2022 - 

VALÈNCIA. Retumba la 'Despechá' de Rosalía desde la azotea del Palau Alameda y la música se desparrama por todo el paseo. Allá arriba está Àtic, que es un garito, una terraza y a veces hasta un antro. En la barra, subida a unos tacones, Inmaculada Villar observa a la clientela que ha venido este jueves por la tarde. No son muchos. Dos o tres grupos de jóvenes alrededor de unas mesas altas. El día no invita al cancaneo. El cielo está gris y no tardará en anunciar a rugidos que viene la tormenta. Unos rayos rasgan el horizonte mientras Inma, una relaciones públicas de 66 años, empieza a relatar su historia, la historia de una mujer que pasó gran parte de su vida a la sombra de un hombre, Jesús Saiz, "el mejor relaciones públicas de València".

Ella ya lleva un tiempo volando sola. Llegó al Palau Alameda hace cuatro años y medio. Le da risa la pregunta de qué hace allí. "Mi trabajo consiste en estar con la gente, en hacerles compañía, muchas veces también en ayudarles... Los relaciones estamos también para eso. Porque hay gente que tiene problemas. Y la gente, que es lo que más me gusta en el mundo, viene a desfogarse y a relacionarse".

Inma creció al lado de Mestalla bajo el ala de un matrimonio, raro en la época, en el que trabajaban los dos. Su padre era contable en Aguilar Hermanos, una empresa de hierros, y su madre estaba empleada en Cifesa, la histórica cinematográfica valenciana. Su función allí era cortar los trozos de película subidos de tono. Un sacerdote se sentaba a su lado y le iba diciendo qué escenas pasaban el corte y cuáles no.

Ella es la segunda de cuatro hermanos. Una niña que pasó por varios centros: desde el Colegio Alemán hasta María Quintana, pasando por Pureza de María. Luego quiso estudiar Psicología, pero sus padres no lo aprobaron porque, claro, cómo iba a irse una chica joven sola a Madrid. No le quedó otra que tirar por el camino de en medio, que ya se sabe que es Derecho. En aquellos años de juventud, además de estudiar hacía atletismo. Inma Villar era la mejor saltadora de altura del momento en la Comunitat. "Cuando yo llegué, la mejor saltaba un metro y yo hice 1,10. Luego mejoré hasta 1,63. Un año, cuando estaba en Tercero de carrera, Jesús Saiz montó una fiesta en Sami con los deportistas y ahí nos conocimos. Hemos estado casados 32 años y yo siempre he estado a la sombra porque era la mujer".

Ella se hubiera casado a los tres meses. Cuando lo comentó en casa, sus padres se echaron las manos a la cabeza y temieron que estuviera embarazada. Como no conseguía disuadirla, su padre contrató a un detective -en realidad, un amigo- para que siguiese a su novio. Unas semanas después le contó a su hija que aquel joven eran un donjuán y que solo en Sami, que constaba de discoteca, pub y restaurante, tenía una novia en cada piso. "Mi padre decía que íbamos a durar muy poco. '¿Cómo te vas a casar con ese hombre?', insistía. Y sí, duró poco. Fueron siete años muy buenos y luego ya empezaron los problemas..., pero estuve casada con él hasta los 38. Luego me separé dos años, que estuve sola, y después volví. Hemos estado casados 32 años y tengo dos hijos con él que son lo más importante de mi vida. Uno es Jesús, de 43 años, que está en el paro, pero empezará a trabajar dentro de nada, y el otro, Pablo, es agente deportivo y vive en Bali desde hace año y medio; antes vivió 16 años en Shanghai (China)".

Foto: Kike Taberner

Ahora, a sus 66 años, Inma echa la vista atrás y piensa que aguantó demasiado. Pero eran otros tiempos, otra sociedad, y muchas mujeres prefirieron mirar hacia otro lado, renunciar a su bienestar y resistir, pensaban, por el bien de los hijos.

El día que se divorció ya era una mujer de 56 años. Se quedó pensando y entendió que lo único que había aprendido a hacer en su vida era estar con la gente. "Y como salía, iba a los sitios y me decían que llevaba a mucha gente, que si quería trabajar con ellos. Empecé en Vessel (en la calle Almirante Cadarso, en el Ensanche), en los primeros tardeos que hubo en València. Allí pasé tres años maravillosos. Hasta que un buen día vine aquí, a Palau Alameda, y un amigo de mi hijo, Arturo, me dijo: 'Oye, Inma, ¿no te gustaría trabajar aquí?' Y la verdad es que sí que me gustó. En Vessel ya había demasiada gente joven y me veía mayor. Así que empecé a venir aquí los sábados, me gustó y vi que tenía potencial para atraer a gente más mayor. Empecé a meter a clientes de cuarenta a cincuenta y largos. Hablé con Pepe Hernández, que es el director de Palau y socio de aquí, y me ayudó muchísimo; estoy encantada y feliz de estar aquí. Yo disfruté mucho de la noche".

"Ahora sería más liberal"

Canta Aitana por debajo una de esas canciones chicle que todo el mundo tararea sin querer. Inma da pequeños sorbos a un vaso de whisky con un cubito de hielo. El cielo atrona más que los altavoces y empieza a caer una lluvia violenta. Inma se remonta en el tiempo y empieza a contar su vida al lado de Jesús Saiz, el príncipe de la noche valenciana, tras casarse a los nueve meses de conocerse en aquella fiesta en Sami, refugio habitual de las estrellas del Valencia CF, gente como Mario Kempes, 'Lobo' Diarte o Johnny Rep. Inma dejó la carrera para ser la mujer de Jesús, que debía ser algo parecido a un oficio, según lo cuenta. "Él trabajaba en la noche y yo me quedaba en casa... Pero era 1978, ahora todo ha cambiado mucho. Por eso aguanté tanto tiempo con Jesús. Hay que entender cómo era todo en aquella época. Las madres aguantaban todo por sus hijos. Jesús entraba por la puerta de Suso's o Mister Chus y las mujeres se le tiraban encima. Aunque no soy celosa: siempre he sido una mujer que ha pisado fuerte, muy segura de sí misma. No me ha importado".

Foto: Kike Taberner

Pero recapacita y asegura que hoy no hubiera aguantado lo que aguantó en los 70. "Yo siempre digo que, si volviera a nacer, ahora sería más liberal. Ha cambiado todo muchísimo. En la época de Plaza -un pub de la plaza de Cánovas del Castillo regentado por Toni Navarro, otro histórico de la noche, hoy fallecido-, las mujeres que iban solas se esperaban a que llegaran otras para poder entrar. Les daba vergüenza. Yo comía sola muchas veces en un bar porque Jesús dormía de día y se despertaba a las cinco de la tarde, y la gente me miraba como si fuera un bicho. Aprendí a leer el periódico para que no me miraran. Si bajabas el periódico, veías a todos observándote". Aunque tampoco se la ve mirar hacia atrás con rencor. "Yo llevo 66 años pasándolo muy bien, disfrutando muchísimo de la vida, de las personas... Yo soy muy positiva y me encanta la vida".

Su relación con la noche empezó en Sami, que estaba en el carrer dels Drets, 11, al lado de la plaza Redonda, un negocio que era del padre de Jesús y de los hermanos. Luego vinieron Mister Chus, Suso's, Hoyo 19, Pub Evening, 69 Monos... "Algunos eran de Jesús y en otros estaba simplemente de relaciones públicas. Como The Face, Dreams Village, montamos Pachá Gandia... Jesús ahora ya solo se dedica a su pub, el Classic, y yo voy los martes. Aquí trabajo de miércoles a domingo, descanso los lunes y los martes ya me entran ganas de jaleo otra vez y voy por la noche al Classic".

En su juventud le gustaba andar por la la zona de la Gran Vía Marqués del Turia. Cena o primera copa en Aquarium, seguir en Plaza y rematar en la discoteca de su marido. "Como íbamos varias tías, siempre llevábamos algún grupo de tíos detrás y los arrastraba a nuestra discoteca, claro". Su música siempre ha sido la española, la que la traslada de golpe a los tiempos de los paradores, a las actuaciones de Lola Flores, Manolo Escobar, el Dúo Dinámico... "Y eso es lo que me gusta a mí".

¿Estas abuelas qué hacen aquí?

Pero no todo fueron discotecas y whisky con hielo. Inma era la madre de dos hijos y en la pareja siempre era ella quien llevaba a los niños al colegio, al médico, al fútbol... "Jesús llegaba a las siete de la mañana y se levantaba a las cinco de la tarde para irse a trabajar otra vez. La gente hablaba mal de mí y decía que era una borracha, pero yo, en realidad, me he movido siempre en el mundo del deporte. Primero el atletismo y luego el gimnasio Atalanta y el pádel, donde me metí con 38 años, me federé y competí por toda España. He jugado con Aznar, Zaplana, Joserra García-Fuster, con todos los políticos... Siempre me he desenvuelto muy bien con la gente influyente. En los 70 llamaba mucho la atención porque era muy alta y muy rubia. Y la gente pensaba que yo debía ser, vete tú a saber... Pero yo era una chica muy normal que se dedicaba a cuidar a su marido y a sus hijos. Nunca he sido una loca de nada. ¡Ojalá! He sido una mujer demasiado normal".

Foto: Kike Taberner

Parte de la gente que lleva es una generación, la nacida a finales de los 60 y principios de los 70, que es la primera que a los 50, la edad a la que sus padres se tumbaban a las ocho en el sillón con el batín y las pantuflas a esperar el Telediario, sale de copas. Maduritos que se aferran a la idea del 'viejoven'. "Afortunadamente es así. Cuando viajaba e iba a Madrid o al Norte, veía que se mezclaba todo más. Que iba gente mayor y gente joven al mismo sitio. A mí me gusta eso y es bonito que la gente siga saliendo. Me encanta ver a la gente mayor porque tiene todo el derecho a seguir disfrutando. El problema es que no hay sitios en València para la gente mayor. Y eso no ocurre en San Sebastián, por ejemplo. Aquí parece que molesta".

Cae un rayo e Inma pasa a contar la anécdota de una noche que actuaba Enrique Iglesias en la discoteca Woody. "Yo tenía cuarenta años, que ahora es joven, pero entonces ya eras una vieja. Entré y escuché que la gente comentaba: '¿Estas abuelas qué hacen aquí?'. ¡SI tengo 66 y no me siento una abuela! Cuando viajaba por el deporte veía a la gente mayor bailando y pensaba que de mayor quería ser así. Los domingos por la tarde pincha aquí Eduardo Tallada y viene gente mayor, y les veo disfrutar a las mujeres de 60 y que les importa tres pitos lo que diga la gente, eso es maravilloso".

Inma Villar no es de grandes aficiones. Trabaja en la noche, duerme mucho y cuando se despierta desayuna fuerte y se va a tomar el sol. "Es mi energía, a mí me encanta el sol". Dice lo del sol y hace el gesto de abrir ligeramente su vaporosa blusa azul celeste para mostrar la piel bronceada, de ese tono que solo da la playa y no el monte ni mucho menos la ciudad. "Yo me acuesto a las tres de la mañana, duermo doce horas, me levanto, desayuno y me voy a la playa. Es la única comida fuerte que hago al día: un zumo de naranja, una cafetera entera, huevos revueltos y lo que haya. Yo vivo con mi hermana y mi cuñado, y si han hecho macarrones, pues me como un plato de macarrones también. Como fuerte, luego sobre las seis de la tarde tomo algo más y nunca ceno. Así estoy de delgada. No peso nada".

Aún se ve unos cuantos años más en la noche. Después asegura que se irá a vivir a Bali. Atrás quedará casi medio siglo vinculada al ocio y a los crápulas. "Me gustaba más la noche de antes. Ahora no me gusta. Ahora hay muchas más cosas en la noche que no había antes. O sí que había pero no se veían tanto. Las drogas. Se ve mucha droga ahora. La gente joven está muy perdida. Antes la noche era más sana que ahora. Al menos por donde yo me moví. Aunque donde estoy ahora estoy muy a gusto".

La musa del Palau

Inma ha desarrollado la teoría de que los veteranos de la noche que han llegado activos a los 60 es porque se han cuidado más de lo que aparentan. Sin drogas, muy poco alcohol y algo de deporte. Solo así se puede mantener uno en la brecha de los garitos y los gatos pardos. "Por la gente que yo conozco, el que dura en la noche es porque no toca absolutamente nada. Se pueden tomar un whisky o dos, pero ya está. Ni uno más. Y con las drogas, lo mismo. Si te pasas, no llegas a esta edad". Ella lo ha cumplido y eso le permite estar a los 66 rodeada de altavoces y camareros con las sienes rapadas. Con su figura estilizada y su desacomplejada melena blanca a lo Patti Smith. "Yo tengo el pelo blanco desde los 38. A los 38, por tantos disgustos que tenía, empezó a estropearse. Mi madre lo tuvo blanco desde los 18. Era un mujer rubia, con ojos azules, era como albina. A mí empezó por el flequillo y me corté el pelo. Me hice media melena y se me hizo todo blanco. Nunca me ha importado. Tenía 38 años, el pelo blanco, la cara muy oscura y nunca me he hecho ninguna operación. Soy lo más natural del mundo. Vienen por aquí los cirujanos plásticos y me proponen hacerme operaciones, pero siempre les digo que no. La gente me conoce por mi pelo. Soy la musa del Palau".

Apura un último trago de whisky, la bebida que le aconsejó hace lustros Jesús Barrachina, el rey de la noche valenciana. Primero solo y después, cuando se acostumbró, con un hielo y en vaso de tubo. Ya no es fácil encontrar esa vajilla, los jóvenes la ven anticuada. Ahora es la era de las espantosas copas de balón llenas de cosas y un platito con gominolas al lado. Por eso Inma se consuela con un vaso ancho. "Es mi bebida perfecta. Pero solo eso. Ni gin tonics, ni ron, ni chupitos".

Foto: Kike Taberner

Inma es de la vieja escuela. No le gustan los tatuajes ni los piercings. En realidad, tampoco las pulseras, aunque lleva las dos muñecas repletas. Son regalos que le hacen y, por cortesía, las deja hasta que se caen de viejas. Solo lleva por gusto un par de pulseras rojas porque alguien le dijo un día que ese color repele las malas energías que la gente lleva por la noche a los garitos. Mira el reloj y pregunta si ya está. Se ha impacientado y hace ademán de levantarse. Antes se acuerda que también trabajó como modelo, en la eclosión del joven Francis Montesinos que deslumbraba al mundo desde su atelier del Carmen. Asegura que aún la llaman cuando buscan a una maniquí adulta y que el año que viene va a ir a Polonia a competir en el Mundial de atletismo para veteranos, que aún se ve capaz de saltar 1,10. Al estilo Fousbury. Porque ella, a pesar de los 66, se sigue viendo joven, se siente joven y vive -casi, casi- como una joven.

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