VALÈNCIA. “Dónde antes se vendía droga lo han cerrado, pero se ha movido y ya no está en el final de la calle Viana, se ha desplazado hacia la plaza Viriato y ha bajado hacia Guillem de Castro”. Lo explica Martín García, de la Coordinadora de Entitats de Ciutat Vella: en el casco histórico de València la vida sigue igual. Los problemas siguen siendo los mismos. Van pasando los meses de legislatura y no se perciben cambios; al menos a mejor.
A la turistificación de las zonas más transitadas hay que unir la marginalidad de las más apartadas, donde sigue campando a sus anchas el mercadeo al por menor, creciendo y haciendo la vida de los vecinos insoportable, atrapados entre dos presiones dispares: la del turismo de los apartamentos de un día que encarece la vivienda y la de la marginalidad. Una pinza en la que conviven sucesos e incidentes relacionados con las drogas y la pobreza con operaciones inmobiliarias de altos vuelos, como la venta de edificios enteros por 730.000 euros, edificios que se anuncian en los portales de internet con la promesa de que “en tan sólo 5 años la calle Viana va a ser la típica de la zona con sus bares y apartamentos turísticos ubicados en las fincas ya rehabilitadas”.
El último incidente en Velluters-El Pilar tuvo lugar en la madrugada del lunes. Sobre las cinco y media los servicios de emergencias acudieron para apagar un incendio que se había producido en, cómo no, la calle Viana. El siniestro acabó con cuatro heridos, tres vecinos y un bombero que sufrió fractura en un pie y tuvo que ser trasladado al Hospital Intermutual.
Por los testimonios de los vecinos, el incendio fue un accidente que se produjo por la caída de una vela, pero pone de manifiesto el estado de abandono de las viviendas de la zona. Las críticas este lunes versaban también sobre la rapidez de respuesta de las autoridades. Según relataba un vecino, “la Policía tardó de 20 a 25 minutos en llegar”. Los bomberos, menos, admitía, “unos 10 minutos”, pero que unidos a los primeros sumaban más de media hora. Su impresión, que como era la calle Viana nadie tuvo interés en ir.
Tras el incremento de esta marginalidad, la sensación entre muchos vecinos es que la heroína, un mal endémico al barrio, casi cíclico, ha regresado y lo ha hecho con fuerza. Que lo que había sido durante unos años un fenómeno residual, ha vuelto a extenderse. Y para ejemplificarlo enseñan los rastros que han visto. O, como dice un representante vecinal de El Carme, “los indicios”. Sin deseo de dar la voz de alarma, advierte de lo que ha constatado, de que ya han encontrado jeringuillas usadas en la plaza de Tavernes de la Valldigna.
“Hemos dado parte a la policía, pero ellos dicen que no ha aumentado la incidencia”, explica, “aunque es cierto que cada vez se ve más drogadictos por la zona”. O como algunos vecinos los llaman, zombies. Así, no resulta extraño ver a algunos de ellos durmiendo a mediodía en bancos o portales de fincas abandonadas.
Los datos que manejan las autoridades es que no hay incremento claro de delincuencia, pero la respuesta es con un ‘todavía’ al final de la frase porque si algo es seguro es que las proyecciones de futuro no son precisamente halagüeñas. A principios de año el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, advirtió de ello y dijo haber escuchado de los mandos de la brigada central de estupefacientes de la Policía un vaticinio: va a ir a mal, a peor. El motivo, las cada vez más numerosas producciones de opio de Afganistán (que están alcanzando las 9.000 toneladas al año) y que tienen como destino Europa.
Así, a la clásica ruta de los Balcanes, con llegada a Holanda y posterior distribución a España, desde Estupefacientes habían detectado nuevas rutas de introducción que utilizan países caucásicos para llegar a Europa. En este sentido, el titular de Interior vaticinó “un aumento importante” en la tentativa de las mafias de introducir la heroína mediante buques mercantes y contendores con destino en los puertos de Barcelona y València, como demostraba la reciente aprehensión de 330 kilos en la capital catalana procedente de Turquía.
Pese a este contexto, Martín García denunciaba que, según le habían confesado mandos policiales, habían perdido efectivos en el último año a cuenta del procés catalán. Una ausencia de recursos humanos que afecta no sólo a la Policía Nacional sino también a la Local, donde las nuevas oposiciones no serán suficientes para dar respuesta a todas las necesidades, tanto de Policía Local como de Bomberos; especialmente de este último cuerpo, que es el que tiene más carencias. La sensación que tienen algunos vecinos es que cuanto más falta hace, menos seguridad hay.
Las críticas son directas a las autoridades, en abstracto, especialmente por la falta de recursos de Policía Nacional y Local. No es una cuestión del Ayuntamiento de València o del Gobierno; es cuestión de todos, dicen. Algo a lo que algunos unen lo que consideran una estrategia equivocada. “Antes estaba todo concentrado en una calle [Viana] y ahora está por más calles”, protestaba este lunes un hostelero; “no tienen ni idea lo que están haciendo”.