Demasiadas veces retiramos la vista a los que ya estaban allí, a los que llegaron cuando nadie llegaba y desde entonces se han mantenido sólidos
Me gusta La Otra Parte porque es como acudir a una fiesta espontánea montada en la terraza de casa. Justo eso, la terraza -atendida por los vientos filtrados desde el mar a través de las espaldas del hotel Las Arenas-, es más un estado emocional que un lugar. La manera más directa de dejarse salpicar por una València sin remordimientos ni complejitos, lanzada a sentirse tan de mar y tan de barrio que no necesita proclamarlo, simplemente lo es. Tras el desfiladero de mesas en forma de costa, el interior viene a ser como ocuparle el salón a tu madre para cenar con tus amigos.
Nacieron hace 17 años cuando en el Cabanyal, en lugar de abrir, cerraba. Dos universitarios, David y Marta, creyeron que se podía estar allá de donde uno es, por muy brusco que fuese el contexto, o precisamente porque lo era. En 2013, Flo, desde Alemania (un viejo conocido que enardece el Marítim) y Sofía, de Portugal, completaron la misión.
La brisa bajo las palmeras encauza la sencillez de unas cenas con sardinas a la plancha, clotxinas y tellinas, titaina y figatell. Hay pocos lugares que, naturalmente, desprendan mayor sensación de verano, aún siendo invierno.