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emilio lamo de espinosa / «entre águilas y dragones»

«En Europa hay dos tipos de países: los que son pequeños y los que todavía no saben que son pequeños»

Una España que cada vez cuenta menos a nivel internacional y una Europa que lucha por salir de la irrelevancia frente a un Oriente cada vez más pujante. Emilio Lamo de Espinosa analiza el nacimiento de un nuevo mundo… y no todo son buenas noticias

13/11/2021 - 

VALÈNCIA. Pocas personas hay en España capaces de leer el momento y ver sus implicaciones en un futuro a medio y largo plazo… y encima acertar. El sociólogo y escritor Emilio Lamo de Espinosa, exdirector del Real Instituto Elcano, acaba de alzarse con el Premio Espasa de Ensayo 2021 con Entre águilas y dragones. El declive de Occidente. Un libro que parece rezumar pesimismo, pero lo peor es que lo que ofrece es realismo para evitar que el futuro sea una profecía autocumplida.

—Hemos aprendido algo de la pandemia: ha demostrado que, más allá de otros tópicos y frases hechas, todos somos uno ante este tipo de amenazas. ¿Estamos saliendo mejores a nivel de política internacional?

—Los últimos datos dicen que menos del 50% de la población mundial está vacunada; el riesgo de nuevas variantes es alto y, además, la crisis económica va a continuar como demuestran las tensiones que ha creado la covid-19. Lo que sí es verdad es que la crisis ha puesto de manifiesto algo que ya sabíamos, pero no lo habíamos experimentado: que somos una sola sociedad, que es una idea central en mi libro. Ahora lo vemos a largo plazo con la crisis climática y a corto con la pandemia. No sé si salimos mejores, pero sí con una constatación de que lo que algunos llevamos años diciendo es una realidad. A partir de ahí, siempre hay esperanza de poder hacer algo.

— La covid-19 ha cuestionado uno de los grandes pilares de la internacionalización: basar la producción en la mano de obra barata de los países asiáticos. Parece que el futuro pasa por la reindustrialización, como plantea Francia. ¿Hay que repensar la globalización y la relación entre águilas y dragones?

— Hace tiempo que la globalización se estaba poniendo en entredicho. Más que de reindustrialización, lo que cabe hacer es que vuelva la que se había exportado aprovechando el bajo precio del transporte y de la mano de obra. Además, hay un tercer problema a solucionar: el de crear empleo para las nuevas generaciones, sobre todo en España, donde este es un problema que afecta a la población joven. Pero sin duda, a nivel europeo, es fundamental crear un sector industrial potente. Ahora vivimos un shock por cómo se ha recuperado la demanda en un momento en el que la cadena de suministro estaba a medio gas. La crisis ha planteado un segundo tema: no teníamos paracetamol, mascarillas, respiradores… y eso obliga a hablar de las industrias estratégicas y replantear nuestra necesidad de atender, al menos, a las necesidades básicas de la población, lo que ha llevado a una renacionalización de la economía, paralela al proceso de estatización o intervención de los gobiernos. Esto tiene consecuencias preocupantes, como muestran los informes que hablan de la ‘autocratización’ o de ‘democracias confinadas’.

— El futuro pasa, dice su libro, por «un Oriente que no acabamos de entender». ¿Y Oriente, nos comprende?

— Ellos parten con la ventaja de que entre dominantes y dominados, y los segundos conocen mejor a los primeros, porque estos no tienen necesidad de hacerlo. El dragón de la portada de mi libro recuerda a ese que se ponían en los mapas indicando lo desconocido. Occidente conoce mal a Oriente; lo aprecia mal. China es una cultura milenaria, de gran sofisticación, y hay que empezar a verla de otro modo. Un país normal tiene 30, 40 u 80 millones de habitantes, pero China tiene 1.300 millones y 3.000 años de historia: eso es una civilización disfrazada de estado. No es solo un país más grande; es otra cosa. Conocemos mal a Oriente y deberíamos hacer el esfuerzo de conocerlo mejor.

— ¿Europa tiene que acostumbrarse a contar cada vez menos?

— Hay, para empezar, un problema demográfico. Cuando yo nací a mediados del pasado siglo, Europa suponía el 25% de la población mundial y ahora es el 7% y descendiendo. Asia, en cambio, es el 60% y eso es una variable básica y esencial: la sociedad es población, y la población del mundo está ahí. En segundo lugar, es evidente que la tensión geopolítica del mundo es entre EEUU y China, y en ese duelo Europa no cuenta nada. Es una etapa que comenzó con Obama, y se mantiene y refuerza con Biden, y en China no han tenido más remedio que responder. Es la trampa de Tucídides, que habla de la tensión entre Atenas y Esparta, entre una potencia que declina y la que emerge, y cómo la primera intenta evitar el sorpasso. Estamos en ese momento y es muy peligroso porque nos puede conducir a una profecía autocumplida: si defines al otro como enemigo no le queda más remedio que convertirse en enemigo.


— A eso se suman nuestros problemas: aumento de los nacionalismos, países como Polonia que no cree en el sueño europeo…

— Es evidente que la idea de una federación europea o unos estados unidos de Europa, idea que defiendo con rotundidad, no pasa por sus mejores horas. Eso comenzó con la ampliación de la UE, que ha dificultado mucho la toma de decisiones, sobre todo en temas de seguridad y defensa exterior. Hay tensiones entre norte y sur, entre este y oeste, entre partidarios de austeridad y los pródigos… A eso se suma la emergencia de los nacionalismos —de los que el Brexit es el mejor ejemplo—, la situación de Hungría o Polonia… Vamos a una reestatalización, hacia un tratado entre estados, y así se pierde el espíritu federal.

— ¿No habría que replantearse la Unión Europea desde la base?

— En Europa hay dos tipos de países, los que son pequeños y los que todavía no saben que son pequeños, pero que lo empiezan a asumir. Ese espíritu federal está muy debilitado y solo lo puede activar la toma de conciencia de la ciudadanía europea porque no hay alternativa a la unidad. El mundo es el que es, las tensiones geopolíticas son las que son… si Europa quiere controlar su destino necesita aprender a hablar el lenguaje del poder, como ha dicho Josep Borrell. Eso incluye, por ejemplo, eliminar el veto en el ámbito de política exterior y organizar una verdadera autonomía estratégica, además de tomarse muy en serio lo que es la defensa europea, lo que llevará décadas… si se hace. Si no, seguiremos dependiendo del paraguas de la OTAN y los Estados Unidos, pero no hay alternativa. Europa ha controlado los destinos del mundo desde hace 500 años, pero en estos momentos el riesgo es que se inviertan las tornas y que otros decidan nuestro destino.

— El Mediterráneo: crisol de culturas, cuna de la humanidad y bla, bla, bla. ¿Qué queda de ese sueño?

— Desgraciadamente, más que un Mare Nostrum tenemos la mayor frontera socioeconómica y política de la humanidad. A lo largo del Mediterráneo hay dos culturas y dos religiones que no siempre se han llevado bien; países democráticos, y no siempre, al norte, y estados fallidos al sur; una demografía descendente y envejecida al norte, y otra que casi estalla al sur y en el África subsahariana, y la gran frontera socioeconómica del mundo. La diferencia de renta entre España y Marruecos o Francia y Argelia es dos o tres veces mayor que entre México y EEUU.

— ¿Qué papel le corresponde a Rusia?

— Rusia es una potencia sobrevalorada, de la misma manera que India es una potencia subvalorada. Ya dijo Obama que Rusia es una potencia regional, lo que enfadó a Putin, pero es así: es un petroestado, una cleptocracia con el PIB de Italia, y un ejército que no puede mantener, por lo que se dedica a guerras asimétricas (como las ciberguerras) porque no tiene capacidad para más. Aunque no hay que olvidar que tiene 8.000 cabezas nucleares que garantizan su seguridad territorial, y un presidente que conoce bien la realpolitik y que ha leído bien a Maquiavelo: cuando hay un renuncio o un paso atrás de EEUU o de Europa en un terreno, toma la iniciativa y ocupa espacios.

— ¿Y Latinoamérica? Parece que solo Vox con su iberoesfera está mirando hacia allí.

— España ha perdido claramente posiciones en el mundo como consecuencia de la crisis económica, que le impide tener una iniciativa potente y eso ha pasado en Iberoamérica. En los últimos años hemos tenido dos políticas internacionales: la que apoya a Europa y las democracias, y otra generada por Podemos que apoya a regímenes autoritarios que proliferan en América Latina. La realidad es que desde un punto de vista geopolítico, no cuenta mucho, y a España no le interesa especialmente, mucho menos a Estados Unidos. Desde el punto de visto comercial China sí está apostando fuerte y forzándoles a reconocerles frente a Taiwan.

 — El orden internacional antes era la relación entre estados. Ahora hay nuevos agentes, desde las multinacionales a las ONG, pasando por una opinión pública mundial. ¿Tenemos que resetear, como se dice ahora, la manera en la que teníamos de pensar el mundo?

— Totalmente. Seguimos pensando en el mundo como una colección de unos doscientos estados, como unidades soberanas, cada uno con sus lindes, su himno y su capital. La realidad es que la globalización está generando una sociedad mundial, que pasa por encima de los estados. Si levantas el velo cognitivo y tratas de ver qué hay más allá de esa representación tradicional del mundo, lo que hay son grandes áreas metropolitanas creciendo a una velocidad terrible, y conectadas de mil modos. Esa es la estructura real del mundo y no las piezas independientes de un puzle.

— ¿Y, en ese contexto, qué es la multipolaridad asimétrica? 

— Es una gran potencia que va a seguir siéndolo, Estados Unidos; una potencia ascendente como es China que necesita recursos crecientes para seguir creciendo al 7 o al 8% anual. Esa es una bipolaridad asimétrica, que a su vez está rodeada de potencias regionales relevantes como Rusia, la Unión Europea, Irán, Arabia Saudita, Japón… Australia que se incorpora. Lo que no tenemos es un organismo multilateral que pueda ayudar a gestionar todo eso. La ONU, por muchas razones, no sirve. El G7 se ha ampliado al G20, pero no tiene estructura permanente. Los expertos hablan de un mundo que es un G Cero: si abres la puerta y entras en el cuartel general de la humanidad, EEUU se retira porque no quiere responsabilidades globales y China no quiere asumirlas todavía. America First acaba siendo America Only, y China es China Only. Como dijo Kissinger, este es un mundo Westfaliano, de equilibrio entre potencias.

— Y en este contexto, ¿qué consecuencia tendrá el acuerdo de Doha y la retirada de Afganistán?

— Afganistán es un proyecto de Estados Unidos, pero también de la OTAN, y lo que ha venido a certificar es, como dijo Biden, cuáles son las prioridades de EEUU, y es China y a eso se orienta todo. El AUKUS, el pacto con Australia y Reino Unido y que deja de lado a Francia y Europa, lo certifica. La retirada unilateral, sin consultar a los aliados, ha supuesto un golpe muy duro a la credibilidad de la OTAN, sobre todo cuando Biden ha declarado que está decidido a defender Taiwan pero no otros países. Eso es algo que ya se daba con Trump, cuando dijo que la OTAN está obsoleta. Y eso va a tener un gran efecto sobre cualquier pacto regional.  

— ¿Hay algún motivo elpara optimismo?

— La humanidad aprende, es la ventaja del homo sapiens; aprende de la experiencia y toma nueva medidas como hemos visto con la pandemia. Estaba anunciada, en España desde 2007, y no se hizo nada. Ahora sí que nos lo estamos tomando en serio para la próxima: hemos aprendido de lo que ha ocurrido. Mi libro lo que pretende es generar profecías autonegadas: esta es la realidad de Europa, pongámosle remedio. Ortega y Gasset decía sobre España que «lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa». Es lo que ocurre con Europa: solo si sabemos lo que ocurre, si somos capaces de entenderlo, podremos reflexionar y buscar soluciones.

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