Miguel Valor fue siempre el moderno del Partido Popular, antes de la UCD, en una biografía política muy larga con el “combi” de la Diputación de Alicante y el Ayuntamiento de la capital de la provincia (para ser diputado tienes que ser edil). También fue diputado autonómico en la legislatura de 1991/1995 periodo en el que el PP, de la mano de Eduardo Zaplana, inició una pequeña revolución en la derecha que consistió básicamente en desplazar a toda la vieja guardia procedente de Alianza Popular, la misma que desprendía un olor a naftalina y, por qué no decirlo, de sutil sumisión al poder establecido, Joan Lerma entonces. Yo aún recuerdo cómo algunos se llevaban las manos a la cabeza por fichajes procedentes del PSOE. Escándalo. Valor fue protagonista de este cambio, un viaje al centro político en el que siempre estuvo instalado desde sus inicios como político en Alcoy, su patria chica.
Era afable en el trato. Le gustaba crear consensos aún a riesgo de que algunos lo tildaran de un exceso de pactismo. También era taxativo como impulsor de iniciativas culturales: la puesta en marcha de un festival de jazz en el Puerto; la reconversión de la antigua Tabacalera en un centro de producción y exhibición contemporánea (Las Cigarreras) o el impulso de las artes plásticas: era un amante de la Cultura (con mayúsculas). Se la creía. También era un amante de su lengua vehicular, el valenciano, y de las rondallas de Enric Valor. La cultura nos hace más críticos, más libres, y mejores personas: más en estos tiempos convulsos en los que se monta un pollo en menos de lo que canta un gallo. Solo por eso, por la cultura, merece la pena recordarlo.
También merece la pena recordarlo por su etapa efímera como alcalde de Alicante, cinco meses en 2015. Protagonizó una gesta: desmontar el andamiaje que habían construido sus antecesores, Luis Díaz Alperi primero y Sonia Castedo después, en sus singulares relaciones con el constructor, promotor y urbanizador Enrique Ortiz. Un andamiaje que se inició con el Plan Rabasa a principios de los 2000 y que contemplaba un mega-actuación urbanística, con Ortiz de por medio, para albergar una población similar a la de Elda. Ortiz ponía el suelo y también ponía el yate para deleite de los antecesores de Valor: cruceritos a Ibiza, gambas, güisquitos...también vuelos en jet y fiestas andorranas. Miguel Valor lo cortó de cuajo. Por convicción o por pragmatismo. Da lo mismo.
En los últimos años, con una salud tocada, se refugió en la Fundación Caja Mediterráneo, los restos de una entidad, la CAM, comprada por el Sabadell por un euro. Aún mermado de salud, y acompañado siempre por el periodista Sento Acosta, conservaba rasgos de lucidez, los mismos que le llevaron a modernizar el PP y a romper el estereotipo de que la cultura solo es cosa de la gente woke.