Hoy es 12 de octubre
VALÈNCIA. Leti se mueve con soltura por el backstage de Viveros. Hoy -la semana pasada- le toca abrir una velada en la que también actuarán El Columpio Asesino y Fuel Fandango. Primero nos lleva a su camerino, una especie de caravana, muy austera, donde la artista encuentra una bandeja con dulces y una cámara donde hay bebidas frías. Entra, se come una chocolatina y luego abre una lata de cerveza. Al fondo hay un espejo. Allí dentro, quizá por contraste en este verano infernal, parece haber llegado la glaciación. Y así, cómoda, fresquita y bien hidratada, empieza a contar su vida, la vida en una familia bien sostenida por el sueldo de su madre, que trabajaba para una farmacéutica, y su padre, dedicado al sector de los seguros. El matrimonio tuvo cuatro hijos y Leti, Leticia Pérez de Ziriza, la tercera, creció bajo la ascendencia de su hermano Carlos, un conocido crítico musical, nueve años mayor que ella, que fue la nube que anegó su alma de armonías.
Leti es Ley DJ, una de las disc-jockeys valencianas más potentes, y esta tarde su cometido es ambientar el recinto antes de que entren los dos grupos que tocan después. Ella está más acostumbrada a cerrar los festivales, a pinchar su música cuando ya ha llegado todo el gentío, pero paga Amstel y no rechista. Así que llega a Viveros con el tiempo justo para hacer una breve prueba de sonido, retirarse a hacer la entrevista y regresar al escenario para caldear el ambiente.
Esta mujer de 39 años es, en realidad, una camiseta andante llena de smileys. El smiley es esa archiconocida carita, sonriente y amarilla, que históricamente se ha relacionado con el 'acid house'. Leti no parece ir de ácido. Ella se ha entonado con un par de Amstels, no más, y un pequeño arreón de azúcar. No le hace falta más para subir los escalones del escenario con unas Adidas blancas blanquísimas y unos calcetines con otro par de smileys fluorescentes. Ley Dj es como un fósforo recién encendido en medio de una habitación a oscuras. Sus caritas de amarillo flúor son la única nota de color encima de una tarima donde todo el mundo va de negro. Camisetas, polos y camisas negras. Pantalones negros. Zapatillas negras. El color de la música, parece ser. Pero ella siempre ha ido por libre y hasta ha sido capaz de hacerse un nombre pinchando indie, rock y pop en un mundo dominado por la música electrónica. Así que lo de menos es que llegue con una camiseta larga llena de caritas amarillas.
Al frente del escenario han colocado una mesa con ruedas y el equipo que ha pedido. Ya es historia eso del DJ que llega al bolo con una maleta metalizada llena de platos y discos. Leti ha aparecido con el pelo -lo justo sería decir pelazo- recién lavado, el móvil colgando de un cordel y un bolso en el que lleva toda su música encapsulada y unos auriculares dentro de un estuche. Leti, convertida ya en Ley DJ, entra en el escenario, coge el micrófono y saluda al público. Sube el volumen y comienza a sonar una melodía suave. Ella fluye, ladea la cabeza y deja que la brisa juegue con su melena. La gente, todavía escasa, se mueve con timidez y baila como bailan los españoles: mal. Ley sigue a lo suyo, mueve los pies y tararea la letra. Ella brilla. Es la luz en la oscuridad. De su chistera de canciones sale una carta imbatible: Ritmo de la noche, un tema que se pega como un chicle al sol. Y, como para terminar de atravesar al público, aún algo indeciso, entra The Power, otro clásico, de James Hype (gracias, Shazam).
Aún queda algo en su alma de los veranos en los que los hermanos se subían al Opel Corsa de su madre para irse a Alcossebre y mamá se ponía a cantar las canciones de Rick Astley y Jon Secada. O esos otros viajes más largos, para pasar las Navidades en Madrid, donde sonaban los casetes de Michael Jackson o los Beatles. Aunque su verdadera influencia fueron los gustos musicales de su hermano Carlos. Un sueño de hermano que se llevaba a la Leti de nueve años a ver a Jay-Jay Johanson -el primer concierto de su vida- o la metía en Garage Arena a contemplar la actuación de Chucho, el grupo de Fernando Alfaro, que luego lideró Surfin' Bichos.
Encima del escenario sopla una brisa que casi vale más que la entrada en este verano ardiente. Ley DJ mira satisfecha al público a través de sus RayBan. La gente empieza a rendirse. Las primeras filas ya están llenas. Algunos desenfundan los móviles para hacerle una foto a la reina de la noche. Una mujer despliega un abanico en el que se puede leer: 'Super fan'. Leti sonríe con sus labios rojos, muy rojos. Sube un cámara al escenario después de pedirme permiso -debe pensar que soy el manager o algo así porque soy el único que está en el escenario, en un rincón-, pasa por un lateral y enfoca a la artista. Leti, que conoce muy bien el negocio, que sabe también qué gusta de ella, se gira hacia él, le hace unos cuernos, sonríe y empieza a bailar.
Ya lleva muchos bolos encima. Ley tiene mucho oficio. Se ha forjado en clubes y festivales. Entre borrachines, pelmas y espectadores imprevisibles. La música siempre ha sido su pasión, aunque primero tuvo que contentar a unos padres muy clásicos que exigían a sus hijos que estudiaran una carrera, una carrera convencional, nada de esas moderneces relacionadas con el arte, que ya se sabe -o no- que el arte no da de comer... Así que la tercera de los cuatro hermanos se puso a estudiar Administración y Dirección de Empresas (ADE) en la Universidad Politécnica de Valencia.
Aunque la valenciana supo reconducirlo todo hacia su pasión gracias a un máster en gestión empresarial de la música. A los 18 años trabajó en la producción de Greenspace, el festival que se hacía en Las Naves, y aquello terminó de atraparla. "Fue mi primer contacto con la industria y dije: Buah, yo quiero dedicarme a esto. No sé cómo se llega aquí, pero yo quiero hacer producción de festivales y hacer festivales de música. Me especialicé con 20 años. Comencé a hacer prácticas y a trabajar en el ocio nocturno y demás. Hice mi primera 'pinchada' con una compañera. Teníamos un dúo musical que se llamaba 'Las Casetes DJ'. Ella se centraba en el Techno y yo en la música pop. Y ahí empecé".
Su primer bolo fue en Látex, en la avenida Constitución. Después empezó a pinchar también en Piccadilly. Pero todo cambió en la segunda edición del Arenal Sound, en 2011, donde se encontraba haciendo unas prácticas. Leti tenía previsto pinchar para los trabajadores y pocos más en un escenario secundario. Pero el artista que tenía que cerrar el festival perdió el avión en Ibiza y el director de producción, después de darle muchas vueltas, de no encontrar alternativas, fue a Ley DJ, la miró a los ojos y le preguntó si se atrevía a subirse al escenario principal del Arenal Sound. Ella dijo que sí, claro, sin pensárselo. Pero luego tuvo tiempo de recapacitar y empezaron a temblarle las piernas. "¡Ahí estaba cagada! Tenía que pinchar ante nueve o diez mil espectadores", reconoce tras pegarle un tiento a la lata de cerveza en el camerino.
Pero salió bien y su fama se multiplicó. Casi que fue bajarse del escenario y recibir la propuesta de incorporarse al equipo de DJs residentes de la discoteca La 3. Ahí empezó a ganarse la vida con la música. Entre La 3, Play y XL hacía diez actuaciones al mes en València. Pinchar ya era un empleo. "Luego, cuando empezaron a reclamarme más fuera de València, decidí hacer una o dos actuaciones al mes en València y el resto fuera".
Leti cree que la clave fue apostar por Dskonnect, la agencia de booking y management que la puso en órbita. "Me ayudaron muchísimo a desarrollar mi carrera artística y a posicionarme. Es el equipo que tienes detrás el que consigue que llegues a los promotores", explica Ley DJ sobre aquella inversión para rodearse de un equipo de cuatro o cinco personas: un manager, la persona que lleva la logística, una de comunicación y, siempre que va a un gran escenario, con producción, un técnico de iluminación y de montaje.
La sesión en Viveros, rodeada de árboles, sigue avanzando y, cuando nadie se lo espera, empieza a sonar la voz de Camilo Sesto, que canta su universal 'Vivir así es morir de amor'. Ha tirado por el camino de en medio. Cero riesgo. Directa al corazón de los espectadores, más talluditos que jóvenes. Y cuando ha captado su atención, los remata: Ay mamá, el tema, ya un himno, de Rigoberta Bandini. Solo unos segundos. Como quien pela una alcachofa y se queda solo con el corazón. Llega rápido el estribillo y Leti levanta el brazo y el puño como si fuera John Carlos o Tommie Smith en el podio de los Juegos de México 68. El público vibra. Ya son suyos.
No hay mucha improvisación en el momento. A Leti le gusta preparar su 'playlist' durante los viajes a los festivales. Hoy ha cogido un avión en Menorca, donde está pasando unos días con toda su familia, a las dos y media de la tarde. Es entonces cuando ha empezado a pensar en el público que se iba a encontrar y qué podía gustarle. No iba a ciegas. Su último gran bolo justo antes de la pandemia, el 7 de marzo de 2020, fue precisamente otro Conciertazo de Amstel en València. Así que juega con las cartas marcadas.
Aunque no es un setlist cerrado. "En el avión visualizo el momento, conmigo en el escenario y el público que creo que va a haber. Entonces me pongo en modo trabajo y empiezo a pensar lo que encajaría y lo que no. Hago mentalmente una selección de temas, aunque con bastante manga ancha. Porque puedes llevar una idea en la cabeza y luego el escenario cambia o el público cambia. Yo normalmente toco más tarde. Pero hoy abro y la gente viene fresca, viene de su casa; sé lo que me voy a encontrar y es raro que me equivoque. En un festival a las cuatro de la madrugada, en cambio, hay muchísimas variables que no controlo".
Es el riesgo que asume una DJ que no se dejó arrastrar por la corriente y se puso a pinchar indie y rock. "Es que es lo que me nace. Sí que es verdad que el estilo que yo tengo es muy ecléctico. Esta es una palabra denostada y que no gusta en la industria musical porque parece que, si eres ecléctico, no focalizas. Al final, si no tienes cierta relevancia y no pinchas música electrónica, es difícil entrar en este mundo".
Ella lo consiguió y tuvo que acabar mudándose a Barcelona. Allí pisó dos escenarios descomunales: el del Palau Sant Jordi y el del Estadi Olímpic de Montjuïc el día que tocaron bandas de la talla de U2 o Cold Play. Aunque nada comparable con aquella noche que pinchó en la plaza del Pilar de Zaragoza, justo antes de un concierto de Amaral, ante 85.000 personas. "Es lo más bestia que he hecho", advierte. Aunque no todo han sido grandes escenarios, también ha habido trabajos insospechados y bolos en la estación de esquí de Cerler dentro de la cabina de una máquina quitanieves. "Me encanta pinchar ahí. Puedes hacer sonar el claxon o poner el limpiaparabrisas", cuenta riéndose.
Después de aquel bolo de Fallas el mundo se paralizó. Leti pensó que lo mejor era irse a Canadá, donde ya vivía su mujer. María es una cirujana que, después de trabajar en el Clínic, en Barcelona, no quiso desaprovechar la oportunidad de entrar en el Toronto General Hospital, uno de los mejores hospitales del mundo. Al principio Ley DJ iba y venía en un vuelo directo de siete horas que lo ponía más o menos fácil. Pero cuando llegó el frenazo de la pandemia cogió su estudio y se lo llevó a casa de María. El confinamiento en Canadá se estiró hasta 2021, así que la artista aprovechó para producir. "Al final acabé haciendo un disco entero", recuerda la valenciana en relación a 'YYZ', el título de su trabajo y el código del aeropuerto de Toronto. "Ya he sacado cuatro singles y sacaré otro después de verano, y el disco completo se publicará en octubre y noviembre".
Este tiempo de desconexión no solo valió para crear música nueva, también sirvió para escuchar su reloj biológico y entender que era el momento ideal para ser madre. "En otro momento, por mi volumen de trabajo, hubiera sido complicado. Sin la pandemia no sé si hubiera llegado a hacerlo. Mi reloj hacía tictac y lo vi claro. Porque las dos queríamos ser mamás pero nunca podíamos. Pero entonces hice un trato con María. Como yo era la mayor, decidimos que primero me quedaría yo embarazada y luego ella. Así que ahora le toca a ella...".
Olivia nació el 25 de mayo en Toronto. En la barriga de su madre escuchó la concepción de 'YYZ'. Leti y María, además, eligieron varias canciones, más bien tranquilas, y crearon una playlist que llamaron Olivia.
Fue casi una excepción porque esta profesional de la música dice que ya hace tiempo que no escucha canciones por placer. "Ya no lo hago y me da un poco de pena. Si me pongo música es porque estoy preparando algo o estoy produciendo un remix o estoy produciendo una canción. Y eso es trabajo. Me da un poco de penilla haber perdido esa ilusión de que la música sea algo que te haga soñar o evadirte. Para mí ya no. De hecho cuando voy a festivales y no estoy trabajando, estoy al quite de todo. No puedo desconectar. Estoy pensando que este bajo se oye raro, que este grave no sé cuantos, las luces no funcionan como deberían. Estoy a mil detalles que la gente generalmente no percibe, y por eso deja de ser ocio".
La obsesión por el triunfo, o por el acierto, es tan fuerte que cuando pincha en una discoteca muchas veces se da un paseo clandestino por la pista para ver de cerca qué tipo de gente hay y qué ánimo tienen en ese momento. "Lo suelo hacer más en un club que en un festival, donde están los nervios a flor de piel y tienes que controlar más cosas a nivel técnico y las distancias son más grandes. Lo hago solo si tengo mucho tiempo, pero en un club siempre lo hago".
El espejo del camerino refleja el brazo de Leti en el que se hizo un tatuaje cargado de simbolismo. En el centro, el rayo de tres puntas de David Bowie -el que le pintó el maquillador Pierre La Roche para la portada de 'Aladdin Sane'- rodeado de planetas, un homenaje a Los Planetas, el grupo favorito de Leti y su hermano Carlos. Suena entonces el teléfono. Es su madre, que ha llegado con su tía para verla en el escenario.
La DJ de éxito no solo ha tenido buenas noches. También ha habido noches espantosas. Leti recuerda especialmente una en el Low Festival, un evento que generalmente se le le da bien y donde ha cerrado tres años. "Pero hubo uno que no estuve muy fina y la selección que hice fue demasiado electrónica para el público que me encontré. Era un set para cerrar el festival y pensaba que iban a estar mucho más a tope con la electrónica, pero estaban más por el rock, el pop y el indie. Enganchas cuatro o cinco canciones, ves la reacción del público y es una sensación horrible. Notas que pierdes la conexión completamente. Es como si tú estuvieras en un sitio y el público en otro. Ahí sí que tienes esa urgencia de reconectar con la gente a base de saltarte el guion que te habías hecho". Pero todo tiene solución y en su 'kit de emergencia' hay varios temas infalibles: "Siempre están los típicos 'hits' bastante facilones que odias poner pero te sirven para tocar tierra cuando te has ido, cuando no conectas".
Ha caído la noche y Leti ha metido una patilla de las RayBan por el cuello de su camiseta de caritas sonrientes. Cuela uno de sus temas. Luego suena The Rhythm of the Night. Alguien de la organización se acerca, mira la pantalla del móvil y le avisa de que le quedan cinco minutos. La pista ya está llena. La gente bebe cerveza, sonríe y es feliz mientras suena la banda sonora de La historia interminable. 'Alcanza las estrellas / vuela sobre una fantasía / sueña un sueño / y lo que veas, será'. El público está listo. Objetivo cumplido.