Desde 1989, mantengo una estrecha relación con el Parque Natural de L' Albufera, pudiendo corroborar de conocidos y amigos que sintieron lo mismo que Rómulo y Remo al ser amamantados por la frondosa pinada.
Por desgracia, desde el pasado mes de agosto, los valencianos hemos sufrido indiscriminadamente la barbarie de pequeños incendios que, en diversas zonas de la Devesa, han acabado por alterar y condicionar parte del paisaje de la magna y soberbia naturaleza que habita en el Parque.
Estos fuegos, aparentemente intencionados, fueron sofocados y controlados gracias a la valentía y excelente labor coordinada entre el Cuerpo de Bomberos, Policía, funcionarios, Brigadas Forestales y a la cooperación vecinal.
El daño está hecho, no es irreparable, pero costará décadas en volver a recuperar parte del esplendor perdido en el bosque. Lo sucedido debe servir para no mirar al otro lado y dotar de mayor vigilancia a una joya del patrimonio paisajístico del litoral valenciano.
El Parque natural siempre genera controversia, enfrentados por su gestión, defensores y detractores, los acérrimos al medio ambiente no quieren ni que se corte un espárrago triguero. En la parte contraria, y ante los reiterados e incómodos incendios, ven necesaria la limpieza de zarzas, recogida de pinocha y corte de ramas, a fin de minimizar el peligro en la propagación del fuego.
Es difícil ponerse de acuerdo en esta materia porque la propia naturaleza es sabía y, más aún, cuando la actividad humana se complementa con ella. Nadie en su sano juicio quiere ver reducido a cenizas esta sobreprotegida pinada, pulmón verde de la ciudad de València.
Siendo ecuánime, es difícil sacar un veredicto, debiendo recurrir a los análisis de los técnicos escuchando las valoraciones de los expertos en la materia, no hablar por hablar, maldiciendo a comunistas y socialistas por sus ocho años de gestión.
Si se incendia es , entre otros, por el exceso de hormigón, el asfalto y por la inconsciente actividad humana. Los restos orgánicos, desde pimpollos jóvenes hasta elementos maduros, son figurantes de un ecosistema que se autogestiona solo y no es el hombre quien debe intervenirlo ni dirigirlo.
Estas últimas palabras salieron de Antón, un viejo amigo con el que siempre me comunico para resolver mis dudas acerca del medio ambiente.