VALÈNCIA. "No te puedo dar un abrazo, tía". Así empezaba ayer un nuevo curso en el IES La Marxadella de Torrent. Eran las once de la mañana, y más de un centenar de alumnos se congregaban a las puertas del instituto para hacer su primera incursión en él. La entrada escalonada hace coincidir a los de Bachiller, que salen, con los de FP, que entran. En este primer día, todos tienen dudas sobre cómo proceder. Algunos se saludan efusivamente, como si no pasara nada. Otros, se suman a la nueva moda de darse el codo.
Quince minutos antes de la hora, un profesor sale a la puerta y hace la llamada definitiva. Los escolares forman una cola con honores a la distancia social, y comienzan a pasar por el control improvisado sobre un pupitre: gel hidroalcóholico y toma de temperatura. No hay grandes aspavientos ni tampoco histeria. Todos saben que esta es la nueva normalidad, y se adaptan a ella con absoluta naturalidad. "Pues como en un restaurante", se escucha desde la línea humana. La entrada se hace algo lenta y tortuosa, pero no es posible librarse de este nuevo procedimiento que el coronavirus ha impuesto.
Los alumnos de Formación Profesional todavía no saben qué esperar una vez lleguen a su pupitre, pero los de Bachiller ya han recibido su charla inaugural, con la covid-19 como invitada estrella: "Yo me he sentido muy segura", comenta Noemí mientras abandona el edificio. Este año comienza primero, y al estrés de bachiller habrá que añadirle el de la pandemia. Aun así, no parece tener gusto por quejarse: "Antes éramos 30 en clase y ahora somos 15. Nos han separado las mesas un metro y medio, y han puesto pegatinas en el suelo para que lo respetemos", explica tranquilamente.
En cuanto a la presencialidad, expone: "Vendremos intercalados. Los lunes, miércoles y viernes un grupo. Los martes y los jueves, el otro. A la semana siguiente será al revés". Por el momento, no se atreve a opinar sobre el impacto que esto podría tener en la calidad de la educación. Lo que sí que sabe es que toca adaptarse. "Siempre se siente algo de miedo, pero esta es la situación y es lo que hay", zanja Noemí.
Los profesores, por su parte, sí que han tenido tiempo para reflexionar largo y tendido sobre las consecuencias de la fórmula semipresencial: "El cambio, bueno no va a ser. Tampoco especialmente negativo. Pero bueno... No", admite Víctor, docente de Formación Profesional. Entiende que la situación es delicada, y que las nuevas circunstancias obligan a aplicar fórmulas que menguan la asistencia a clase. Sin embargo, su apuesta es clara: "Tan presencial como se pueda, o sino la educación perderá calidad".
Mientras Víctor habla, el propio director toma la temperatura a sus alumnos. Termómetro en mano, vigila desde la puerta que la vuelta a las clases se desarrolle con normalidad. O, al menos, sin sobresaltos: "Hemos hecho todo lo que la Conselleria nos ha pedido e incluso un poco más", afirma Juan García, máximo responsable del IES La Marxadella. "Por el momento, no me atrevo a valorar si las decisiones han sido buenas o malas. Es muy arriesgado. Aun así, en la Comunitat Valenciana se han hecho los deberes", expresa. Quienes también han hecho sus deberes son los profesores de este instituto, que en las últimas semanas han trabajado a contrarreloj para que todo esté a punto: desde el acondicionamiento de clases hasta la planificación escalonada de las lecciones. Cada mínimo detalle, es un gran reto para este curso.
"Yo me he marcado dos objetivos: no ser uno de los primeros centros en cerrar y, si hay que cerrar, ser uno de los últimos en hacerlo", continúa con vehemencia García. "En este instituto caben 1.600 alumnos, y vamos a ponerle todas las zancadillas al virus para poder seguir abiertos", insiste el director. Por el momento, La Marxadella ya tiene encargados unos medidores de temperatura automáticos, que agilizarán considerablemente la entrada a las clases. Parece una acción muy simple, pero es en realidad toda una declaración de intenciones: las medidas de seguridad que se han tomado durante el primer día no son pasajeras, ni un plan de choque para evitar el miedo a lo desconocido. Han venido para quedarse. Al menos, por tanto tiempo como dure el coronavirus.
Y, en esta misma línea de acción, también figuran otros movimientos mucho más crudos. Por ejemplo, la habilitación de una sala para aislar a todos aquellos sospechosos de haber contraído el virus. Es un mandato de Conselleria, y este instituto no ha hecho oídos sordos: apartará a quienes puedan suponer un peligro, hasta que un médico pueda por fin examinarlos y emitir un diagnóstico claro. A partir de ahí, se obrará en consecuencia: PCR, envío directo a casa o, en el peor de los casos, confinamiento de todo su grupo.
Es precisamente aquí, llegados a este punto de la conversación, cuando la convicción de una enseñanza presencial comienza a hacer aguas: "En caso de las cosas fueran mal y tuviéramos que cerrar el centro, estamos totalmente preparados para la docencia telemática. La primera experiencia nos fue bien, y ahora que todos nos hemos acostumbrado debería ir mejor", asevera Juan García. Pero todo eso es adelantar acontecimientos. Por el momento, los estudiantes siguen entrando por la puerta, totalmente ajenos a lo que el futuro provendrá.
Calle abajo, un poco más allá del IES La Marxadella, se encuentra el CEIP Sant Pasqual. Ya es casi la una, así que las familias comienzan a agolparse en la puerta. Todos quieren saber cómo ha sido, en la intimidad, ese temido primer día de cole. Al principio, las distancias de seguridad son perfectamente sostenibles. Conforme empieza a aflorar la gente, ya no tanto. Y eso que se han abierto las tres puertas del centro, para proceder proceder a las salidas por grupos y así evitar aglomeraciones. "Por las mañanas han puesto franjas horarias, para que no entren todos a la vez. Unos vienen a las 9, otros a las 9:10...", explica Cristina, una de las madres en vilo. "Pero da miedo igualmente, la incertidumbre está ahí".
"Ellos entienden perfectamente qué es lo que está pasando. En casa ya les hemos explicado que se tienen que lavar mucho las manos, y además les tomamos la temperatura antes de venir", argumenta. "Aunque nos asuste, tenemos que traerlos al cole. No es bueno para ellos estar encerrados en casa, sin verse, sin poder jugar. Las cosas al final tienen que volver a su sitio, y debemos aprender a convivir con ello". Llegar a esta reflexión, sin embargo, no ha sido fácil. Son muchos los padres de su entorno que incluso se plantearon la posibilidad de no llevar a sus hijos al colegio. Una posición que, cabe recordar, está penada por la ley.
En cuanto a la posibilidad de volver a la enseñanza online, ni Cristina ni sus amigas parecen muy convencidas: "La primera vez no fue del todo bien, pero quiero pensar que esta vez le darán un enfoque diferente", añade con cierta esperanza. Aun así, todavía mantiene que la mejor opción es la escuela, por mucho respeto que imponga al principio. Ella querría seguir hablando, pero las puertas se abren y eso solo puede indicar una cosa: es el momento de reunirse con los niños. Son los padres quienes entran al patio para recogerles, en un remolino que empieza con bastante dignidad pero que acaba en una cuestionable salubridad. Poco a poco, comienzan a salir con los hijos de la mano: "Son peores los padres que los críos", se escucha entre el murmullo... Varias veces.