La hermana Italia enseña el camino a España. De nada ha valido la cantinela del miedo a la extrema derecha. Ese truco ya no cuela. Hasta los obreros de la Fiat huyen de una izquierda que renunció a defenderles
El domingo de hace una semana me fui a dormir sabiendo que el partido de la abstención, con un 36% de respaldo electoral, nueve puntos más que en 2018, había ganado las elecciones italianas. Con la segunda posición se había alzado Giorgia Meloni, líder de Hermanos de Italia, que obtuvo el 26% de los votos. Cuatro años antes, ese porcentaje fue sólo del 4%.
Aquella noche dormí como un angelito. No me afectaron las informaciones que anunciaban el regreso inminente de los camisas negras a Italia, justo ahora que se cumplen cien años de la Marcha sobre Roma. Por la mañana, cuando me dirigí al trabajo, no observé rastros de preocupación en la gente. No parecían asustados por el retorno del fascismo, tal como anunciaban los voceros de los medios progresistas. En Bruselas, cómo no, también se pusieron en guardia después de la confirmación oficial del triunfo de la señora Meloni, la primera mujer en llegar a ser primer ministro en su país, circunstancia que debería alegrar a las feministas europeas, pero no fue así.
Los primeros análisis de las elecciones italianas coincidieron en señalar que el grueso de los obreros habían apoyado las candidaturas de derechas. Hace muy poco sucedió algo parecido en Suecia, la Arcadia de la socialdemocracia europea, y lleva ocurriendo lustros en la ilustrada Francia: la mayoría de los trabajadores galos prefieren a Marine Le Pen antes que al principito Macron, el niño bonito de la burguesía parisina.
El presidente francés fue banquero como Mario Draghi, el primer ministro italiano en funciones que se ha llevado los elogios de Bruselas y el Gran Dinero, elogios que no debieron calar en el ánimo de los trabajadores de su país. Porque ¿quién votó a Draghi? Nadie. ¿Es esto un ejemplo de democracia? En lo peor de la pandemia, Draghi decidió que no se pudiese trabajar sin estar vacunado. Muchos de sus compatriotas perdieron el empleo por esta razón. ¿No es esto un ejemplo de autoritarismo?
Los poderes financieros estaban muy contentos con Draghi, como lo estuvieron con Mario Monti, otro tecnócrata. Los dos, que no pasaron el examen de las urnas, eran preferibles a lo que los liberales del dedo meñique erecto llaman “populismo” con un gesto de desprecio.
“Los obreros votaron a Meloni porque se ven desamparados en la era de la globalización. Fue un voto de desesperación”
Los obreros votaron a Meloni porque se ven desamparados en la era de la globalización. El suyo fue un voto de desesperación, el último cartucho que les quedaba. Podían haber votado a la izquierda woke, la que imparte el catecismo laico de la Agenda 2030, y a un burócrata del sistema como Enrico Letta. Lo podían haber hecho, pero no lo hicieron. ¿Por qué? Porque la izquierda abandonó, hace bastantes años, la defensa de los derechos de los trabajadores.
Caído el Muro de Berlín, esa izquierda se rindió al capitalismo, para el que no veía alternativa, y desvió sus reivindicaciones a lo cultural. Gramsci le ganó la partida a Marx. Los progresistas se centraron en la defensa de una colección de minorías, a menudo muy lloronas, y abrazaron las causas del feminismo, lo lgtbi, la religión climática, el animalismo, etc. Al asalariado empobrecido, que le fuesen dando.
Por eso la clase trabajadora —pido disculpas por expresión tan anacrónica— votó a la derecha italiana más con el corazón que con la cabeza. En España, donde cada día hay menos obreros porque se cierran las pocas fábricas que quedaban, seguiremos los mismos pasos que en Francia, Suecia e Italia. Y con mayor motivo porque el Gobierno de Atila Sánchez es mucho peor que los de Macron y Draghi.
En muchos sectores de la economía española, el mercado laboral se rige hoy por la ley de la selva: salarios miserables, jornadas sin fin, pagos en negro y ausencia de contratos son una práctica muy extendida. Para corregir esta situación, el Gobierno benefactor confirmó casi toda la reforma de Rajoy, la misma que agravó la precariedad. Ahora, para seguir mejorando los derechos de los trabajadores, ofrece desenterrar a José Antonio en el Valle de los Caídos y organizar cursos para escolares sobre cómo hacer una estupenda felación. Esta es su manera de defender al obrero.
Meloni intentará cumplir sus promesas de gobierno, pero fracasará. Italia, con una deuda pública del 150% del PIB, es presa fácil de sus acreedores. Como España. Es una fantasía animada hablar de soberanía política cuando debes hasta la camisa. Cumplir con los prestamistas es incompatible con una política social que se acuerde de las víctimas del capitalismo guay, empático y muy inclusivo de Amazon y Meta. El Gran Dinero meterá en cintura a Meloni, y si esta se niega, que no se negará, podrá echar mano del europeísta Silvio, firme promesa de la política italiana a sus 86 años.