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EL CALLEJERO

Las pinturas de la guerrera Nanda Koninckx

Foto: KIKE TABERNER
16/04/2023 - 

VALÈNCIA. Nanda Koninckx despide a un par de amigos que han venido de visita a su casa, pero antes de cruzar la puerta, les hace una foto con uno de los cuadros que se llevan. Por allí corretea Nika, una perrita de algodón que parece la dueña de la casa. En una silla, callada y solícita, está una sobrina, Rosa, una chica de unos treinta años que le echa un cable. Y al fondo, a través de las puertas de un balcón abierto de par en par, se ve, imponente, la fachada modernista del Mercado de Colón. “Yo veo a los turistas hacer fotos allí abajo y me entran ganas de decirles que suban”, explica Nanda, divertida, mientras, por detrás, la sobrina se pone tensa.

Pero no, allí no sube nadie más. Nanda se sienta en una butaca, coge un álbum y empieza a pasar las páginas mientras recuerda algunas entrevistas que ha hecho a lo largo de su vida. Porque hay personas que les gusta hablar a través de hojas viejas con entrecomillados más o menos destacados, como si eso realzara al personaje. Cuando el personaje está allí, en una casa espléndida, minimalista, sin libros ni un sólo trasto, con las paredes llenas de cuadros de colores, suyos, y delante, rendido, a un periodista dispuesto a escuchar su historia de primera mano.

Nanda tiene tendencia a divagar. La culpa la tienen un punto místico y un gusto por hablar que se mezclan y se enredan en un remolino que a veces hay que cortar de golpe. Luego nos enseñará uno de sus cuadros y explicará, sin saberlo, que ella es un remolino. Pero al remolino hay que encauzarlo, ponerle límites y dirección. Y eso se consigue pronunciando su apellido, un apellido con dos vocales y seis consonantes -Koninckx- que seguro ha escuchado de mil formas diferentes a lo largo de su vida.

Un apellido belga

“Es belga”, suelta entonces Nanda. “Koninckx es un apellido belga. Mi padre era belga y se dedicaba a exportar fruta. Y mi abuelo, igual. Eran de Bruselas y allí hay un edificio que lleva nuestro nombre. Se dedicaban a venir con los barcos a España y sobre todo a la Comunitat Valenciana. Fueron unos exportadores muy potentes. Mi madre era de Oliva y mi abuelo materno también era exportador, y así fue como se conocieron las dos familias. Los dos fueron famosos exportadores”.

Parece que vamos por buen camino, pero, de repente, Nanda coge un desvío inesperado. “Cuando yo llevaba dos meses jugando al balonmano, recibí la llamada del seleccionador nacional, Domingo Bárcenas, y me dijo que quería que fuera con la selección absoluta. Pero entonces habló con mi madre, porque yo era menor, y al final cayeron en la cuenta de que yo tenía la nacionalidad belga. Tuve que pedir la nacionalidad española”.

Foto: KIKE TABERNER

Nanda Koninckx practicaba el balonmano. Su debut internacional se produjo en Vigo en un partido contra Francia. Al acabar, varias jugadoras de las dos selecciones salieron por la ciudad y acabaron en una discoteca. Al salir no había taxis y se partieron las cuatro que quedaban entre los coches de dos chicos que habían conocido esa noche. No llegaron al hotel. Ella, una amiga y el conocido de esa noche de farra sufrieron un accidente. Nanda salió volando. Minutos más tarde entró en el hospital con la cabeza abierta. “Yo era como un disco rayado que no paraba de repetir: ‘Me llamo Rosa Fernanda Koninckx, pertenezco a la selección española de balonmano, estamos en el hotel…’. Así lograron localizar a la gente de la selección. Mi abuelo se enteró por la radio y la noticia salió en todos los periódicos de España”.

Sólo tenía 16 años. “Yo era la nena de la selección”, recuerda. Aquella adolescente salió del hospital recuperada y con el pelo cortado al cero. En la selección, asustados por el accidente de una menor que estaba bajo su responsabilidad, le prohibieron volver a jugar al balonmano. Pero Nanda no se rindió, peleó y acabó regresando a las canchas con una cicatriz en la cabeza.

Se cayó al Nilo

Nanda ha abierto el capítulo de los accidentes y, sin mediación, pasa directamente a contar el episodio de su caída al río Nilo. “Íbamos en una chalupa y yo estaba grabándolo todo con una cámara de vídeo de las de entonces. Era una zona de corrientes llena de piedras, muy peligrosa, y de repente me caí. Un GEO de dos metros que venía en el barco se tiró a salvarme. Yo ya tenía este brazo muerto y salí por pura supervivencia. Me cogí a un cable con una sola mano y me salvé de milagro nuevamente. Siempre he tenido un gran espíritu de supervivencia”.

Nanda ha hablado por primera vez de algo que flota desde el principio sobre nosotros pero que nadie abordaba. Porque esta mujer de 68 años lleva el brazo izquierdo sujeto de un cabestrillo del que sale una mano inerte que debe esconder una historia de dolor. Es entonces cuando esta exjugadora de balonmano cuenta que ella, cuando pinta, porque también es pintora, no utiliza pincel, espátula ni nada. “Lo hago todo con esta media mano”. Al fin se decide a contar lo que le pasó hace casi cuarenta años. “Yo tuve un accidente de moto, en mi ejercicio de la abogacía, que me segó las cervicales con 30 años o por ahí”. Luego hizo todo lo posible por recuperar la extremidad. Acudió a Pamplona, a la Clínica Universitaria, para que le operara el mejor especialista que había en plexo braquial. Fue también al prestigioso Texas Medical Center de Houston. Y en todos los hospitales le dijeron lo mismo, que debería amputarse el brazo izquierdo y ponerse una prótesis. “Pero como no soy tan valiente…”.

Foto: KIKE TABERNER
Aquella decisión marcó su vida. Ya siempre tuvo que cargar con un peso muerto que le complicaba cada movimiento, cada acción. “Tengo la espalda destrozada de tanto forzar. Y lo mismo la otra mano, que está hecha polvo de tanto usarla”. Hace poco, el 23 de marzo, tuvo otro susto subida en un taxi que recibió un golpe después de saltarse un ceda el paso. Pero ella siempre sigue adelante, quizá impulsada por ese espíritu combativo que la catapultó como extremo al Iber y a la selección española de balonmano.

Aunque ella, en realidad, empezó a jugar al baloncesto en el Sagrado Corazón de Godella. Eso fue hasta que su profesora de educación física le propuso ir a probar al club Medina, el gran impulsor del balonmano femenino. Allí encontró su sitio una chica no muy corpulenta, pero sí muy rápida, ágil y astuta que se hizo un sitio como extremo y que, con el tiempo, se ganó el sobrenombre de ‘La reina de las vaselinas’. “A los dos meses me vio Juan de Dios Román y me fichó. Luego vino lo del accidente en la cabeza cuando aún era una estudiante de COU -el equivalente a segundo de Bachiller-. Era la estrella estrellada”.

¿Suerte o mala suerte?

Los accidentes nunca acabaron con Nanda Koninckx. Esta mujer de apariencia seria mira hacia su sobrina, que sigue sentada al fondo en una silla, y cuenta que ella siempre ha intentado transmitirle a sus sobrinos que hay que coger el lado positivo de cada experiencia. “Yo estuve un mes internada en el Pirulí de Vigo -el nombre popular que recibía la Residencia Sanitaria Almirante Vierna-, toda escayolada. Cuando mi madre se iba a comer, yo me escapaba y pasaba por las habitaciones de los enfermos para hablar con ellos. A mis cinco sobrinos, que son como mis hijos porque no tengo hijos, siempre les intento transmitir que tengan esa fuerza interior y que lo negativo lo conviertan en positivo. La vida es breve pero suficientemente larga para hacer algo grande. Mi vida ha sido siempre una vida de superación”.

Otro punto de vista peculiar es lo que piensa sobre la suerte. Porque a veces le dicen a Nanda que el día del accidente de moto tuvo mucha suerte porque iba con el casco puesto. Pero Nanda cuenta que en esa época no era obligatorio llevarlo, pero como iba a Torrent y salía a la carretera, decidió subir a casa a por él. Y entonces, cuando le dicen que tuvo suerte, ella responde que puede ser que sí pero que también puede ser que no. Que si no hubiera subido a casa a por el casco, hubiera salido antes y no hubiera chocado contra aquel coche que se cruzó de forma inesperada.

Foto: KIKE TABERNER
Nanda salvó la vida, se quedó con un brazo inútil y arrastró desde entonces unos dolores que le complican aún más cada día. “Esta mañana he estado en la clínica del dolor porque todo en mí es dolor”. Después del deporte vino el derecho. Nanda se convirtió en una prestigiosa abogada especializada en compañías de seguros. “He sido la niña mimada del juzgado. Todos me han tratado con mucho cariño”. Eligió la abogacía porque le obsesionaba que se hiciera justicia. Ya de niña, cuando se hacía la colecta para el Domund -el Domingo Mundial de las Misiones- ella le decía a su madre que quería irse de misionera. No se fue, claro, pero sí acabó litigando en los juzgados para que se hiciera justicia.

Su discapacidad la echó para atrás en su deseo de casarse y tener hijos. Ella pensaba que no iba a poder cuidarlos y cerró ese camino. Todo su cariño lo reparte entre sus sobrinos y su caniche, que ahora reposa a sus pies. Nika entró en su vida poco después de que Nanda perdiera a su madre hace dos años. Aunque su madre, en realidad, la observa desde un retrato que hay justo detrás de Nanda. Ella cuenta que Rosa Fuster fue una mujer muy guapa que montaba a caballo. Por eso cuando su madre se enfadó porque ella se había comprado una moto de gran cilindrada, una Benelli, Nanda le recordó que los caballos también eran peligrosos y que eso nunca le había importado. En aquella época no era habitual ver a una mujer conduciendo una moto grande y muchos hombres le dedicaban comentarios despectivos.

Expone en València

La moto se acabó el día de aquel accidente cuando se dirigía a pagar seis mil pesetas a un cliente de Torrent. “Un coche salió desde un huerto, me pegó, me lanzó y volé. Yo soy una luchadora. Los meses siguientes al accidente fueron muy malos. Yo me acababa de montar un despacho y tuve que luchar para no perder a los clientes. En estos cuarenta años de profesión no he dejado de trabajar para las compañías de seguros. Yo soy una persona que empatiza mucho con los clientes y con los lesionados”.

La afición por la pintura le llegó en 2003. Un día iba por el campo y le dio por coger unas espigas que se encontró, unas algarrobas que había en el suelo, la corteza caída de un árbol… “Y me entraron ganas de crear. Yo no me considero pintora. Yo sólo pretendo crear. Aunque lo que hago es tan personal que no necesito firmarlo: lo que hago es inimitable. Cada cuadro es lo que yo quiero transmitir. Sobre todo, color y alegría. No quiero que la gente esté triste. Yo cada vez que me levanto tengo el brazo agarrotado. Y, como puedo, creo. El primero lo hice con unas algarrobas. A esa primera exposición la llamé ‘Vivencias’ y estaba basada en la naturaleza. Usé hojas y flores y romero y tomillo. Producía texturas con naturaleza. Soy autodidacta y no me gusta ir a museos porque desvían mi atención”.

Foto: KIKE TABERNER
El jueves, el 20 de abril, inaugura otra exposición. Esta última se llama ‘Ahora’ y estará en la Galería de Arte Maika Sánchez hasta el 9 de mayo. No fue fácil convencer a un galerista. “Me ha costado mucho. Llamé por teléfono a esta y le propuse venir a mi casa a ver mi obra. Me dijo que si tuviera que ir a casa de cada uno que quiere exponer en su galería, no acabaría nunca. Entonces le propuse enviarle algunos cuadros por whatsapp. Cuando los vio, me respondió: ‘Me gusta. ¿Dónde vives?’. Se quedó fascinada por cómo lo hago. Porque yo me pongo frente a un lienzo, muchas veces tirada en el suelo, y en ese momento: ¡Pam! Los pinto con la mano y añado algunas cosas que me encuentro por ahí”.

Ella aguanta. Como puede, pero aguanta. Y saca ratos para pintar, aunque luego, cuando acaba, está baldada. Y no es fácil hacer todo ese proceso creativo con un solo brazo. A veces se le cae la mesa encima. Otro día se le escurre el bote de pintura y deja el lienzo perdido, tanto que le toca volver a empezar. Pero entonces recuerda a aquella niña que jugaba al balonmano y llegó a enfrentarse al Atlético de Madrid con un codo roto. “Lloraba del dolor, pero ahí estuve en aquel partido en la Fuensanta. “Lo que te hace fuerte es tu cabeza, tu fuerza interior”, dice.

“Yo soy de hablar con Dios”

Luego está su forma de creer. Su familia, cuenta, siempre ha sido muy religiosa. Ella tiene una relación más personal. “Yo soy de hablar con Dios. Tengo empatía con Dios como la tengo con la gente que tiene un problema. Yo soy siempre la primera en saltar cuando le pasa algo a alguien. Por esto soy también muy solidaria”. Hace dos años, cuando murió su madre, se mudó a esta casa fantástica en la zona más pija de la ciudad. Un sobrino le ayudó a diseñarla y a adaptarla a su discapacidad. Allí lo tiene todo preparado para envejecer. “No me da miedo, Hace años tenía mucho miedo a la muerte, pero he aprendido a estar en calma. A mi perrita también le he enseñado porque necesito calma”. Y sí, la verdad es que la perrita no da problemas. Si le prestas atención, te lame la mano. Si pasas de ella, ni se arrima.

Nanda tiene mucho cuidado de que no se escape cuando pasa a su estudio, en realidad otro piso enorme en la misma planta. Allí están sus cuadros, salpicados de mil colores, repartidos en varias habitaciones. Al final del pasillo está su estudio, lleno de churretones de pintura, de trastos, de cajas llenas de espigas, trozos de madera, ladrillos y otros objetos aparentemente inservibles que enriquecen sus creaciones. Sobre la mesa, en realidad una vieja puerta de madera, hay un cuadro a medias pintado sobre un antiguo espejo.

Foto: KIKE TABERNER
Antes de entrar, con la habilidad de quien lleva años con limitaciones físicas severas, suelta de un golpe los finos mocasines de piel blanda que llevaba y mete los pies en unos de esos espantosos Crocs blancos que se han puesto de moda. Luego, cuando llega a la habitación donde trabaja, se los quita y los mete en unos mocasines desgastados marcados con su sello: manchas de pinturas de colores vivos.

Allí dejará caer que el deporte ha dejado de interesarle y que para Guerreras -el sobrenombre que reciben desde hace unos pocos años de las jugadoras de la selección española de balonmano-, ellas, las de su generación, que iban en un autobús destartalado a San Sebastián, jugaban, se volvían en el autocar y llegaban con el tiempo justo para irse a trabajar. “Eso sí que era ser unas guerreras”, protesta Nanda.

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