Recordarán los lectores que, inspirándome en Vázquez Montalbán, caractericé la situación política actual como una correlación de debilidades. Ese fenómeno ya se dio en la Transición a la democracia, etapa en la que las formaciones democráticas carecían de fuerza para imponer una ruptura drástica con la dictadura, pero los sectores franquistas tampoco tenían fuerza para prolongarla duraderamente. El resultado de esa colisión de debilidades fue la llamada Transición democrática, con su amnistía tanto para los presos políticos comunistas, separatistas y terroristas como para los torturadores franquistas. Se produjo la reconciliación y pasamos felizmente a un sistema democrático, que logró homologarse, cuando no superar, a las más veteranas democracias europeas.
Otra prueba del equilibrio de debilidades de aquella época fue que los separatistas no lograron introducir en la Constitución el derecho a la segregación, ni el reconocimiento de España como un estado plurinacional, pero los españolistas tuvieron que meter en la Constitución, junto a las regiones, el muy ambiguo término de las nacionalidades. El resultado fue una suerte de federalización por desconcentración: España era una nación indivisible, pero sus regiones y nacionalidades (en la práctica, regiones bilingües) tenían derecho a la autonomía. Aunque esa distribución territorial del poder ha tenido la ventaja de acercar la gobernanza a los paisanos, ha provocado un notable encarecimiento de las múltiples estructuras de Gobierno y, peor aún, ha acarreado algunas diferencias económicas entre las diferentes autonomías. En vez de converger, la ventaja sistemática obtenida por las provincias vascas ha ido aumentando respecto de Murcia, Andalucía y Extremadura. En la misma línea, Cataluña ha acaparado buena parte de los préstamos nacionales, llegando a amontonar una deuda de unos 80.000 millones de euros, que ahora los separatistas quieren que les condonemos para investir presidente al candidato socialista Sánchez.
"Es chocante ver a las mismas personas oponiéndose a las amnistías y poco después apoyando amnistiar a los separatistas"
Eso ya constituye un primer síntoma de debilidad en la etapa actual. Si el PSOE no hubiese quedado desplazado de todos los Gobiernos autonómicos, excepto en Castilla-La Mancha, Asturias y Navarra, y también de las Alcaldías de muchas ciudades importantes, como Murcia y Lorca en nuestra Región, no estaría negociando ese tipo de asuntos. La gran muestra de debilidad que comenté en el artículo pasado era la amnistía. Los socialistas venían defendiendo que los constituyentes rechazaron por partida doble establecer las amnistías en la Constitución, prohibiendo expresamente elaborar leyes que regulasen indultos generales y señalando que cualquier amnistía violaría la igualdad de los españoles ante la ley y el derecho de los jueces a juzgar y sentenciar a los posibles delincuentes. Pues bien, a partir del pasado mes de agosto empezaron a defender justo lo contrario. Es chocante ver en los archivos televisivos a las mismas personas oponiéndose convencidos a las amnistías y poco después apoyando amnistiar a los separatistas con la misma convicción. Como es obvio, ese cambio de opinión se ha debido a que necesitan los votos de los separatistas para seguir en el Gobierno español. Y lo necesitan no solo por los motivos de costumbre, que afectarían también al PP, sino por debilidad: si no se hacen con el Gobierno español quedarían fuera de los puestos de poder en casi toda España.
Sin embargo, tampoco los separatistas andan fuertes. En un reciente referéndum que ha convocado Puigdemont entre los afiliados a su Consejo de la República apenas han participado el 6% de los censados. La postura que él avalaba ha ganado, pero ha quedado patente el profundo desinterés de sus antes apasionados seguidores por esa organización, que pretende ser una especie de Gobierno y Parlamento catalán en el exilio. Lo más probable es que esa mutua debilidad desemboque en la investidura de Sánchez, pues los 20 partidos implicados tienen motivos para impedir que se repitan las elecciones. De la pasada suma de debilidades salió la Transición y de la actual confluencia de debilidades puede salir una amnistía, un Gobierno y, quizás, un paso más en la trasformación del sistema político y territorial español en otro distinto.
"En casi cualquier otra situación un presidentE habría destituido a cualquier ministra que le llevase la contraria en un asunto tan grave"
Con todo, no solo no se ha paliado la debilidad del PSOE desde el pasado artículo, sino que se ha acentuado. La explosión violenta del conflicto entre los israelíes y los palestinos, desencadenada esta vez por la agresión de la organización terrorista Hamás a un festival musical judío por la paz, ha conducido a una división de opiniones entre los miembros del Gobierno en funciones. De un lado, las ministras de Podemos se han alineado con los palestinos y han calificado de genocidio la respuesta israelí al ataque de Hamás. Han pedido incluso que España rompa las relaciones diplomáticas con Israel y denuncie al presidente Netanyahu ante la Corte Penal Internacional. Por otro lado, el ministro de Asuntos Exteriores, socialista, que ha mostrado una posición más equilibrada, ha reclamado para sí mismo y para el presidente Sánchez el monopolio de la política en relación con este conflicto. Respondona, la ministra Belarra ha pedido que la política internacional del Gobierno se pacte entre los socios que lo integran y ha insinuado que los cinco diputados de Podemos podrían no votar lo mismo que los del resto de Sumar.
En casi cualquier otra situación un presidente del Gobierno habría destituido a cualquier ministra que le llevase públicamente la contraria en un asunto tan grave. Sin embargo, como necesita los votos de Podemos, el candidato Sánchez no ha podido adoptar ninguna medida correctora. Así, la debilidad política que padecía hace unas semanas se ha agravado en los últimos tiempos. Curiosamente, eso le llevará a extremar todavía más su interés en seguir presidiendo el Gobierno. Cuanto mayor sea su debilidad política, menos motivos tendrá para desistir y aceptar unas nuevas elecciones. Otra cosa será como actuará una vez revalidado. Puesto que las mociones de censura exigen apoyar a un candidato alternativo, que sería Feijóo, sería casi imposible destituirlo y la legislatura duraría lo que se le antojase a su soltura, que es inmensa. Quizás no podría sacar adelante casi ninguna ley, pero seguiría siendo un casi inamovible presidente. En situación de debilidad, pero presidente. En última instancia, algo parecido votaron los españoles en julio.