ES TIEMPO DE TERRACEO

Terrazas singulares donde ya podemos dar la bienvenida a la primavera

Algunos rincones al aire libre para comer y beber fetén en Valencia

21/04/2017 - 

Nuestra querida web gastronómica no merecería su nombre si no dedicásemos una atención especial al cénit de la vida hedonista valenciana: sus terrazas. Nunca hay suficientes, nunca nos cansamos de ellas. Comer, cenar, tapear a cielo abierto es uno de los privilegios que nos concede esta ciudad; una prebenda por la que matarían muchos centroeuropeos. No hay nada de lo que avergonzarse si nuestro ágora es el bar y nuestra savia son los amigos, el sol y los caprichos que le damos al gaznate.

El “terraceo” también es una cultura; un carpe diem que admite muchas variables. Este artículo -que continúa la labor de selección que comenzó Jesús Terres el verano pasado- pretende reivindicar otros espacios de disfrute gastronómico al aire libre. No los que regalan las mejores vistas panorámicas, ni los más sofisticados. Me refiero a los ubicados en rincones, callejuelas y, sí, también patios interiores. Me gustan mucho esos verdes recovecos, ocultos al viandante, que se despliegan por sorpresa ante nuestros ojos cuando nos adentramos en locales como Blue Bell Coffee (Buenos Aires, 3), Slaughterhouse (Denia, 22) o El Almacén (Calle Sueca, 41).

Estos tres se encuentran en el barrio de Ruzafa, la milla de oro del “terraceo” valenciano. El Almacén dispensa lo que ellos denominan “nueva cocina rústica”, concepto ambiguo que abarca elaboraciones tan diferentes como mejillones con curry rojo y galanga y un preñao de morcilla con habitas confitadas y huevos de codorniz. Blue Bell es más que una cafetería; es el lugar idóneo para zamparse un brunch de domingo con un telón de fondo de plataneros y plantas trepadoras. (No sé si existe alguna investigación de la Universidad de Toronto sobre el efecto que surte en los seres humanos comer rodeados de vegetación, pero desde luego a mí me insufla hambre y optimismo). En la carta, delicias como el taco fish de sardina y berenjena asada, unas arepas de guacamole y huevo benedictino, bloody mary… lo que viene a ser un win-win.


Continuamos con los patios interiores. La sede de La Más Bonita en Ruzafa (Cádiz, 61) ha sabido sacarle partido al suyo en unos pocos metros cuadrados. Lo mismo que Slaughterhouse (Denia, 22), un “bar-restaurante cultural” de ambiente bohemio al que uno acude principalmente a beber cerveza -¡bien echada!- y a comer hamburguesas y embutidos. Así hacen honor los propietarios a los tiempos pasados en los que este local acogía una carnicería.

Dirigimos nuestros pasos hacia El Carmen para hacer parada en el Secreter Sala de Estar (Los Maestres, 5), de cuya oferta gastronómica nos habló ampliamente nuestro compañero Eugenio Viñas en este artículo. A pesar de sus escuetas dimensiones, para muchos ésta es una de las terrazas con mayor encanto del centro histórico. Almalibre Açaí Bar (Calle del Repés, 3) es otro de mis rincones preferidos. Apenas cinco mesitas diminutas al aire libre donde comer rico y sano. Recomiendo fervientemente el bol de açaí “Surfista del Algarve” –con fresas, paçoca y semillas de lino- y cualquiera de sus zumos.


Pero no a todo el mundo le van los interiorismos “cuquis” y los alimentos antioxidantes. Valencia todavía conserva buenos ejemplos de terrazas castizas, donde no conocen la rúcula ni saben quién es Paula Bonet. Y está muy bien porque –recuerden- nunca hay demasiadas terrazas, y tiene que haberlas para todos. Si de comer o cenar a cielo abierto se trata, no podemos soslayar la taberna andaluza El Olivo, situada estratégicamente en plena Plaza del Árbol. Es un buen destino si se busca un bar informal, concurrido y de ambiente joven, si bien en mi opinión la comida es excesivamente grasienta y los precios no justifican el servicio que se ofrece. Para beber finos y comer cazón en adobo y tortitas de camarones, prefiero comer sobre una de las barricas de la terraza del El Albero (Ciscar, 12). Más señorial, y no excesivamente barato, pero de mayor calidad.

A los faranduleros del rock nos gustan mucho las callejuelas y las bocacalles. Tienen algo de placer de estraperlo… huelen a secretillo. Por eso no puedo despedir este artículo sin mencionar la terraza de Monterrey (Calle Baja, 46). Es estrecha y no especialmente cómoda –no creo que gane ningún concurso-, pero es uno de esos lugares donde todo el mundo hace amigos. Cubetas con vinilos, música delicatessen y, los jueves, codazos para hacerse con alguna de las tapas mexicanas de primer nivel que prepara La Despensa de Frida.

Ya saben, espíritus arriba y todos a la calle, que ya es primavera.