Mi vecino belga se prejubila. “Estoy cansado del gris de las instituciones europeas”, me dice mientras saborea una copa de vino tinto y una loncha de jamón en una terraza con vistas al mar Mediterráneo. Se tiene bien merecido su exilio dorado después de más de 20 años trabajando en la Comisión Europea. Me dice que va a pintar, escribir y trabajar en las excavaciones arqueológicas del sur de Francia como voluntario. “Voy a hacer lo que hacía ‘antes’, cuando tenía otra vida”. Es decir, cuando tenía vida. “En Bruselas hemos tenido 26 días seguidos de lluvia… y quiero sol”.
Un lugar bajo el sol. A eso… y poco más es a lo que aspiramos todos los ciudadanos europeos. Y los que no lo son. Como los cientos de miles que se agolpan en nuestras fronteras del Sur y del Este, los refugiados, los que huyen de las guerras y del hambre, de las injusticias y de la pobreza, de las dictaduras y de las persecuciones, los que simplemente buscan una oportunidad…, El Dorado Europeo.
Pero esa oportunidad se nos ha hurtado hace unos años a los ciudadanos europeos, los afortunados, los elegidos, los que tenemos papeles y podemos cruzar libremente las fronteras, a los que hemos tenido la suerte de nacer aquí. Se nos ha recordado que también podemos volver a ser los parias de la tierra, que podemos volver a no ser nada después de serlo todo. Porque todo lo que conseguimos en cuarenta años de construcción de la Nueva Europa se fue al traste hace diez años cuando se declaró la crisis financiera mundial.
El Consejo de la Unión Europea pasó por la guillotina a Grecia en abril de 2009 al declarar la apertura del procedimiento por déficit excesivo. Porque no nos enteramos…, pero en el mismo paquete estaban Francia, España e Irlanda, aunque no todos corrieron la misma suerte. Ello significaba que había superado en tres décimas el límite establecido por las nuevas normas de austeridad del 3% de déficit sobre el Producto Interior Bruto (PIB) y que debían ser castigados por no haber hecho los deberes. Francia también lo había superado. El déficit de sus administraciones públicas alcanzó el 3,2% del PIB.
Hace unos meses, el ECOFIN de septiembre del año pasado —la reunión de ministros de economía y finanzas de la zona euro— declaraba finalizado el purgatorio griego, es decir la aplicación del procedimiento de déficit excesivo. Después de tres rescates, el déficit se había estabilizado, pero la deuda pública griega, que según la nueva legislación europea no debía superar el 60%, se había disparado hasta casi el 180% del PIB. Y ello, debido a los tres rescates de la Unión Europea que sumaban 314.000 millones de euros junto a la deuda del Fondo Monetario Internacional (FMI) de los últimos ocho años.
Durante estos años en los que el pueblo griego ha sido denostado primero y luego depauperado, empobrecido, humillado hasta el punto de estar vendiendo sus islas una por una, nos hemos enterado de que habría otros malos en esta película. Al parecer, todo viene de 2001, cuando el Gobierno griego maquilló sus cuentas para poder entrar en el euro. Y lo hizo con la connivencia de los grandes bancos que le vendieron swaps —recuerden, productos financieros complejos como las preferentes— ayudándoles a ocultarlos en los informes que remitían a la Unión Europea a través de Eurostat. Goldman Sachs se llevó la palma, pero también estaban en el casting BNP Paribas, Citigroup, Deutsche Bank, HSBC y Merrill Lynch. El informe de Eurostat, tras la investigación ordenada desde Bruselas, es demoledor.
No hemos visto que ninguna de estas grandes corporaciones pagara por la crisis griega, ni siquiera sus directivos, que se han ido a casa con todos sus dividendos y sus bonus. O, no sólo a casa, también a algún que otro Gobierno o institución pública como el Banco Central Europeo. Y esto es lo que viene pidiendo a gritos el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, volver a regular el sector financiero por parte del los gobiernos para que no caigan de nuevo en la tentación de poner en tris a más de una nación, y exigir la responsabilidad individual de sus CEOS, de los banqueros.
Precisamente esa responsabilidad personal es la que busca Grecia, al denunciar penalmente a tres funcionarios del Eurogrupo que forman parte del Comité de Expertos del Fondo Griego para el Desarrollo de Activos. Entre 2013 y 2014, el fondo helénico de privatizaciones gestionó una operación con 28 propiedades pertenecientes al Estado bajo las órdenes de este Comité. Se trataba de una operación de venta por algo más de 260 millones de euros con dos promotoras a cambio de un leasing a 20 años. Las pérdidas para el erario público griego podrían llegar a superar los 580 millones de euros.
Los tres funcionarios, que han sido acusados por mala praxis y por no haber defendido los intereses del Estado griego, son de nacionalidad checa, italiana y española. En junio de 2017, España e Italia amenazaron a Grecia con bloquear una partida de más de 8.000 millones de euros de su rescate si no retiraba la denuncia. Un mal negocio lo tiene cualquiera… O buen negocio, En este caso, para las promotoras extranjeras. Como también lo fue para la banca alemana, suiza y norteamericana en el caso de los swaps…
O para quien compre Bankia después de que el Estado español la haya vendido tras pagar sus deudas, ahora que está saneada y tiene beneficios, a cargo del bienestar y el bolsillo de los ciudadanos españoles, como acaba de anunciar el Gobierno. El mismo Gobierno español que, recordemos, ha renunciado a recuperar 60.000 millones del rescate bancario. Mientras tanto, nadie defiende al pueblo griego ni a la desaparecida clase media del sur de Europa, que ni siquiera tienen un lugar bajo su sol.