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ofendidita / OPINIÓN

Las vacaciones son una estafa y no vas a cumplir tus buenos propósitos de este curso, pero no pasa nada

19/09/2021 - 

Tras varios años haciendo el número circense de la niña titiritera freelance que no se toma vacaciones en verano porque tiene que facturar, porque no puede permitirse parar, porque la maquinaria productivista exige sacrificios humanos non stop, este agosto por fin decidí fingirme auténtica clase media (no de la que cree que lo es, pero en realidad son obreros desclasadísimos con Netflix) y pillarme, atención, tres semanas de asueto. Pum, 21 días seguidos. Locurón, lo sé. Y aunque no he podido evitar revisar el correo del trabajo de vez en cuando (la cabra tira al monte), puedo decir que, en general, he conseguido mantenerme en un gustoso limbo de no empleabilidad.

Como hacía tiempo que eso de las vacaciones ‘de verdad’ no era para mí más que una fantasía, me entregué a agosto con grandes expectativas. Después de tanto tiempo escuchando hablar de ‘recargar las pilas’, ‘desconectar’ y ‘volver nuevo’, una se hace ilusiones. Y mira, menudo timo. Las vacaciones son una estafa. ¿Dónde están mis pilas cargadas? ¿Dónde se ha metido mi nuevo yo refrescado, ligero y vaporoso, dispuesto a entregarse con alegría a la rueda de hámster del trabajo asalariado? ¿Pero qué invento es esto (que diría Sara Montiel)? Por más que busco, lo único que encuentro frente al espejo es al mismo saco de huesos achacoso que necesita descansar y a la que eso de volver ‘a la vida normal’ se le hace muy cuesta arriba.

Habría que plantearse qué hacen las dinámicas actuales del trabajo con nuestros cuerpos y nuestras mentes para que lleguemos tan derrengados a los periodos vacacionales y salgamos de ellos con la sensación de no estar recuperado, de que seguimos calados de fatiga hasta el tuétano. ¿Estamos condenados a ir encadenando pico de estrés con pico estrés intercalados de forma puntual con diminutas ventanas de reposo que nos salven del colapso total? Hemos interiorizado con una tranquilidad pasmosa que uno de los principales motivos que justifican el vacacionar es precisamente ese ‘cargar pilas’ para poder volver a ser operarios eficientes. No descansamos para ser más felices, sino para poder volver a ser útiles para la empresa. Desconectamos para poder reconectar con los deadlines, las tablas de excel y la alarma del despertador; con las miserias que acarrea ganarse el pan.

Total, que nos reincorporamos a nuestras colmenas postfordistas y, en un intento por sobrellevar mejor el trauma, nos marcamos propósitos para el curso que comienza. Cuando una aspira a realizar la performance de la adultez con cierto éxito no tiene más remedio que hacerse trampas al solitario. Toca cultivar el noble arte del autoengaño. Así que nos planteamos una lista de buenos hábitos para implementar (porque sí, ahora hablamos como si fuéramos un cargo intermedio trepa de alguna empresa de marketing digital) en esta estación otoñal. Objetivos personales que empezaremos a cumplir en cuanto estemos aclimatados a la rutina del empleo (que, como ya sabemos, es el eje de nuestras vidas, lo único que importa). Todo muy individualista y muy de la cultura del esfuerzo, obvio. Una se promete a sí misma que, esta vez sí, no solo va a sacarse el bono de la piscina, sino que incluso va a usarlo más de tres veces. Que se irá a dormir antes y no se entregará al insomne scroll infinito. Que el armario siempre estará ordenado y no habrá suéter fuera de sitio. Que se apuntará a clases de ese idioma del que quiere un B2. Y que leerá muchísimo, por trabajo y por placer. Que exprimirá a tope la oferta cultural de su ciudad. ¡Madre mía cuántas veces va a ir al cine y al teatro! ¡No se va a perder ni una exposición! Esta vez sí, esta vez es la buena.

Como hemos comentado, no es preciso comenzar a ejecutar el plan de autoperfeccionamiento nada más pisar la oficina. Los primeros días de trabajo no cuentan, claro, pues estamos instalados en una tregua: nos justificamos diciendo que hay que coger el ritmo, que andamos todavía a medio gas, que si la rentrée y la vuelta al cole… Pero agotadas las semanas de adaptación a la monotonía proletaria, comienza la fase de enfrentarse a la crudísima realidad. Amiga, date cuenta: esa angustia que sientes de camino al metro no es un efecto de la ‘depresión postvacacional’, sino del asfixiante día a día en el que estamos atrapados. Ansiedad, qué bonito nombre tienes.

Es ahí donde debería entrar en acción nuestra lista mágica de metas inspiradoras para contrarrestar el vacío de la alienación. ¡Estoy explotadísima, chapoteo en la precariedad, pero mira cuántos proyectos personales tengo para llenar mi tiempo libre! Siento ser pájaro de mal agüero, pero: sale mal. Por muchos parches motivacionales que pongamos, esa existencia proyectada en la que, únicamente gracias a nuestro empeño, seremos una versión más pulida de nosotros mismos solo puede mantenerse durante unas semanas. Conforme septiembre encara su recta final, el espejismo se desmorona. Van pasando las columnas del calendario, llegas a noviembre y solo has ido a la piscina dos veces, estás durmiendo tan poco como siempre y tienes tres libros a medias. Haces horas extras que nadie paga, te desbordan las tareas pendientes, te duele la espalda. No te da la vida para más. Y a veces, al salir de la ducha, te quedas sentada media hora al borde de la cama mirando un punto indefinido de la pared y preguntándote por el sentido de todo, jeje. Sigilosamente se va imponiendo la terrible verdad: no, este tampoco va a ser el otoño en el que alcances esa plenitud que venden las muchachas de Instagram que solo visten de blanco y beige y te aseguran que si te descargas tal app de planificación todo va a salir bien. Y, entonces, llega la culpa, ¡hurra!

Mientras nos fustigamos por no estar cumpliendo esas metas autoimpuestas (porque si quieres, puedes), la trituradora de carne humana que es el sistema que habitamos sigue con su itinerario implacable. Y, uy, mira, las compañías eléctricas están poniendo en marcha un simpático chantaje porque temen ver mínimamente reducidos sus pingües beneficios (ni confirmo ni desmiento que lleve una década esperando poder usar ‘pingüe’ en una frase). Pues qué queréis que os diga, yo tendré muchas láminas esperando a ser enmarcadas y colgadas desde hace año y medio, pero al menos no he condenado a nadie a la pobreza energética ni estoy convirtiendo la infancia de un montón de chavales vulnerables en un jodido invierno de posguerra. No seré proactiva ni estaré en un continuo proceso de superación, pero tampoco hago de jinete del Apocalipsis en un consejo de administración. Como consuelo es bastante flojo, lo sé, pero algo es algo. 

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