En los últimos días, buenos amigos abrían debate sobre qué gobiernos habían hecho más por la transformación urbana de Valencia, hitos como el Jardín del Turia, el Palau de la Música o la Ciutat de les Arts i les Ciencies.
La realidad urbana es cambiante principalmente por la acción de las personas y de manera destacada por los políticos que con sus iniciativas moldean nuestro entorno y gestionan y modifican nuestras pautas de comportamiento. Hay un debate que nunca tiene fin sobre la ciudad, su planificación, su crecimiento, su movilidad, su fisonomía, su desarrollo, su aspecto y tantas variables que conforman una urbe como Valencia. Desde hace unas semanas vivimos una auténtica “guerra” de obras, cortes, desvíos, y cambios constantes de señalizaciones en todo el corazón de Valencia, no en parte no, en todo.
No descubro nada nuevo si digo que parece que estamos en el principio del fin de la pesadilla del coronavirus, la cifras tanto de vacunación como de infectados van en una línea positiva donde esperamos y deseamos que vayamos dejando como algo marginal esta auténtica pesadilla. Las consecuencias en la economía quizá aún no saltan a la vista porque seguimos alargando ERTEs y demás prebendas, pero la cantidad de locales que cuelgan en su fachada el letrero ‘se vende’ o ‘se alquila’ nos sirven de síntoma para comprender la cantidad de fracasos empresariales y cierres que están llevándose a cabo.
Valencia lleva años transformando su urbanismo y su movilidad, pero en los últimos tiempos el gobierno municipal ha querido potenciar dicho impulso sin pararse a pensar si era el mejor momento. Tras una pandemia que paró todo, nos encontramos con una ciudad vallada, en obras, impraticable para los ciudadanos, sólo posible para el turista que llega en avión o en tren y lógicamente se moverá a pie o en taxi pero que con demasiada intensidad expulsa al propio porque le niega la posibilidad, absolutamente legal y civilizada, de desplazarse en su moto o coche, le obliga a andar o ir en bici sin tener en cuenta donde vive, la edad que tiene, el tiempo del que dispone e incluso las capacidades físicas de las que dispone. Es el ordeno y mando del nuevo orden que ha decidido que Ámsterdam y Valencia son ciudades gemelas.
El casco histórico está tomado por unas obras que lo anulan la elegante y fundamental calle de la Paz esta cortada desde Poeta Querol y con un solo carril desde Comedias, la Plaza de la Reina no existe, el entorno de la Lonja también se encuentra en una constante revolución y todo ello con un fin, dejar el espacio prácticamente peatonal, lo cual pese a que todos dicen que es maravilloso, anula la capacidad de que vivan personas y condena al alquiler vacacional y la iniciativa de hoteles y restaurantes a todo un barrio y además con una estética que difícil será que mejore la que había, porque tenemos un perfecto ejemplo en la Plaza Redonda, que hay que tener valor para decir que es ahora más bonita y pintoresca que antes de su reforma integral. Una ciudad que expulsa al vecino y que arregla, pero afea el entorno, puede ser y será capital mundial del diseño y de los museos, pero no será un espacio más amable y habitable para los valencianos.
Casualmente en ese entorno urbano donde las excavadoras y casetas de obra son protagonistas, se encuentra una de las instituciones más antiguas de la ciudad, con más de un siglo y medio de vida el Casino de Agricultura también se ha mimetizado con el entorno y está en un proceso de reinvención total, las obras que se pueden apreciar desde la calle de la Paz denotan la envergadura del proyecto. La curiosidad me llevó a conocer que la restauración de dicho club la va a gestionar la prestigiosa empresa Saona, uno de los grupos más importantes de la restauración a nivel nacional y de origen valenciano, lo cual me llevó a pensar que aún hay esperanza en que el futuro se construya con esa fusión perfecta de tradición y modernidad. Ojalá el más que centenario Casino de Agricultura encuentre su renacer con esa alianza y sus magníficas instalaciones sean ensalzadas y respetadas, especialmente la increíble y majestuosa chimenea que da nombre a su salón principal y que es sin duda el emblema de la casa. Valencia tiene una ocasión de proyectarse al futuro respetando su presente y conservando su esplendoroso pasado.