VALÈNCIA. Hubo un momento en el que creímos, y de hecho nos invitaron a creer, que el mundo no volvería a ser como era. Que viviríamos entre cuarentenas y mascarillas. En plena desescalada tras la crisis sanitaria del Covid-19 comprobamos que, efectivamente, algunos de nuestros hábitos se han transformado y otros, sencillamente, se han tenido que adaptar. Parece que seguiremos haciendo lo que hacíamos, solo que diferente. Y claro, para los hedonistas no hay acto más necesario que comer y beber, por el mero placer de sentir.
Cuántas veces durante la cuarentena nos preguntamos cuándo podríamos volver a pisar un restaurante. Cuántas dónde nos daríamos el primer festín gastronómico cuando todo esto hubiese acabado -¿ya ha acabado?-. Nos imaginábamos junto a nuestros seres queridos, apurando la caña, hundiendo el tenedor en el pincho de tortilla, y sobre todo sonriendo. O tal vez con la pareja, levantando las copas de vino y brindando por la resiliencia durante el encierro. Y de pronto, el tiempo se aceleró, el teléfono empezó a sonar y la normalidad se nos echó encima, a traición, con un estruendo al que ya no estábamos acostumbrados. Nos descubrimos en una suerte de sociedad, parecida a la que teníamos, en la que predomina el desconcierto, e incluso sentimos nostalgia por la calma del confinamiento. El ser humano, siempre deseoso de aquello que no tiene. Excepto por los bares: los bares bien cerquita.