Ya tenemos aquí las Navidades. Otras. Las segundas desde aquel 14 de marzo de 2020 en que el Gobierno de España declaró el primer estado de alarma, poco después que el alcalde de Valencia Joan Ribó nos llamara masivamente “hipocondriacos” y Mónica Oltra aseverase, como Portavoz del Consell, que eso del coronavirus no era más que “un constipado”.
Ni en los peores presagios podíamos pensar entonces que dos Navidades después seguiríamos asediados por un virus que gira, muta, se esconde y reaparece. Menos aún que, aunque nos aseguraban que estábamos llegando a la “inmunidad de rebaño” con la tan esperada (y necesaria) vacunación, la covid nos haya vuelto a desbordar, multiplicando los contagios (ya cerca de los 10.000 diarios en la Comunitat), hospitalizaciones y UCIs, de una semana a otra.
Y con las muertes, de nuevo, aumentando. Demasiadas vidas truncadas: más de 8.000 reconocidas sólo en nuestro territorio. Miles de familias para las que esta Navidad, y las que vengan, estarán definitivamente marcadas por la pérdida. Y que han de permanecer, siempre, en nuestro recuerdo.
Por eso hay que comprender el desconcierto de la población, por concienciada que esté y responsable que sea, inmersa en una sensación de retorno desesperante a la casilla de salida, como en un funesto parchís. O como Sísifo, que veía rodar, una y otra vez ladera abajo, la piedra que empujaba sin llegar nunca a la cima.
Porque el virus ya ha dado varias vueltas a nuestros mundos, con distintos nombres (SARS-CoV2, coronavirus, covid…) y mutando los apellidos, versión Delta o ahora Ómicron, después de no se sabe ya cuántos. Mientras aquí seguimos recibiendo con estupor las nuevas Olas, ahora en la “sexta”, confiando que no haya ni una más. Y deseando saber cuándo, por fin, va a acabar esto.
Y no podemos dejar de dar vueltas, como el virus en nuestros mundos, a que la valenciana es la Comunidad más sanitarios contagiados (cerca de 16.000) y con menos pruebas diagnósticas realizadas (1.650 cada 100.000 habitantes), muy por debajo, como durante toda la pandemia, de la media nacional (2.083). O que no se hacen pruebas de anticuerpos a quienes lo han pasado una vez, para acertar en las dosis que se les deben administrar. O que, casi dos duros años después, Sánchez no ha querido promulgar una ley de cobertura antipandemias, provocando un puzzle de regulaciones y pronunciamientos judiciales contradictorios.
Ahora Sánchez declara que celebrará, a sólo dos días de Navidad, una conferencia de Presidentes para adoptar “medidas compartidas”. Pero no ha explicado, ni mucho ni poco, qué es lo que va a proponer él, que tiene la responsabilidad del Gobierno de todo el país. Fiándolo todo a que la protección de la salud de los españoles se ventile en una partida de “Zoom”. Puig dice que va a pedir que nos pongamos más las mascarillas. Lo haremos. Pero a ver si de una vez reclama bajar el IVA a las que más protegen, que siguen en el 21%, para corregir la promesa incumplida de no dejar a nadie atrás. Porque en las garantías para la salud ante lo que el President ahora llama “la endemia tolerable”, resulta intolerable esa desigualdad.
La “declaración” la ha hecho Sánchez, con su habitual vacuidad, pero montándose un nuevo viaje supersónico a Barcelona, en realidad para acudir a un Congreso del PSC. Es sorprendente cómo se les ha subido el Falcon a la cabeza, entre adictivos motores de incoherencia y prepotencia.
También a la súbita ‘superstar’ Yolanda Díaz, quien ya ha ‘falconeado’ también. Y que ha sorprendido con su definición por descarte: “no soy la típica mujer progresista”. Afirmación soberbia, prejuiciosa y desleal donde las haya. Porque, ¿cómo es esa “típica mujer progresista” y, sobre todo, por qué ella se desmarca? De momento lo que hay es una burbuja sobredimensionada que, hasta ahora, no ha hecho nada. Y a la que se ha adosado Mónica Oltra buscando supervivencia, en una triple voltereta lateral que tiene perpleja a Compromís. En breve, por cierto, nombrarán nuevo Síndic para lo que, hace tiempo, parece esperar Vicent Marzà. Sí, el de “Sin València, no hay independència” (sic)
Yolanda Díaz ha declarado, casi dos años después, que advirtió la peligrosidad de la Covid en febrero de 2020 y el Gobierno lo ocultó. Pero ella también calló. Así que, como mínimo, hay que exigirle que, en la próxima ocasión, sea más diligente. Responsable. Y coherente.
La vuelta al virus, y sus enésimos mundos, como los de Julio Verne (un siglo después parafraseado por otro Julio, Cortázar), está siendo demasiado larga. Pero alguna vez volveremos al buen mundo y acabaremos con la anormalidad. A la salud sin fragilidad. A la economía y el empleo sin precariedad. Y a la vida con abrazos. Ojalá fuera en 80 días. Como en los viajes de Verne.