37 años de la incorporación de la mujer a la policía local

Yo puedo ser policía: la odisea íntima de las 29 valencianas de la promoción del 81

4/03/2018 - 

VALÈNCIA. “Yo puedo ser policía”. Amparo Ciurana tenía un hermano ya en la Policía Local de València, entonces conocida como Policía Municipal. Ella trabajaba de administrativa; “lo que se esperaba de una mujer de la época, secretaria y esas cosas”. “Yo puedo ser policía”, se dijo. “Yo quiero trabajar contigo, tete”, le dijo a su hermano. Con él fue a pedir una instancia para presentarse. Le informaron de que no se podían presentar mujeres. “Me puse como una energúmena; sólo me faltó pedir el libro de reclamaciones”, ríe al recordarlo. Su hermano, viendo que iba en serio, le avisó cuando por fin se aprobó la incorporación de mujeres. Ciurana solicitó entonces la instancia. Se preparó y acudió a las pruebas que se celebraron en El Saler. Las mujeres tenían que obtener los mismos resultados que los hombres, y eran ejercicios físicos bastante duros, muy selectivos, con marcas que en algunos casos frisaban récords provinciales. 29 consiguieron superarlas. Ciurana estaba entre las que había aprobado. Les demostró a todos que tenía razón, que ella podía ser policía.

Ciurana y sus 28 compañeras entraron en servicio el 3 de agosto de 1981, un lunes. Lo que vivieron algunas esos primeros días bordeó el absurdo: se formaban corros en torno a ellas de ciudadanos que las contemplaban como algo exótico. Quizás no fueron conscientes entonces, pero habían hecho historia. Habían roto esquemas en un país que pasaba del blanco y negro al color. En España triunfaba el SEAT 127, que se anunciaba en la prensa de aquel verano como el coche para “la guerra de todos los días”. Anwar El Sadat visitaba a Margaret Tatcher en Londres. Álvaro de Laiglesia había muerto ese fin de semana en Manchester. Ángel Nieto se había proclamado el domingo campeón del mundo por décima vez en Silverstone; aún quedaban tres entorchados por llegar. El cambio con el dólar se movía en la frontera de las 100 pesetas. El presidente, Leopoldo Calvo Sotelo, estaba de vacaciones en Ribadeo. En Polonia se sucedían las manifestaciones en pro de la libertad. El mundo estaba comenzando a cambiar. La ruptura de estándares que suponía la incorporación de la mujer a los cuerpos y fuerzas de seguridad iba a ser uno de los iconos de la nueva España.

València fue una de las ciudades pioneras en España, pero no la vanguardia. Ese honor le correspondió a Córdoba, que ya en 1970 tuvo las primeras mujeres policías locales. Con todo, el decidido impulso del entonces alcalde, el socialista Ricard Pérez Casadohizo posible una incorporación que al principio fue poco más que simbólica pero que, a la larga, supuso una revolución en el cuerpo, en todos los sentidos. Hoy día siguen en activo 22 de las 29. Tres están jubiladas, tres en excedencia y una falleció. De las 22 en activo, una es comisaria, tres inspectoras, dos oficiales y 16 son agentes. Aunque el número de mujeres ha aumentado, incluso 37 años después sigue siendo muy bajo. Actualmente hay 211 mujeres en la Policía Local, apenas un 13% del total. De ahí que una de las medidas que se ha implementado para corregir este desfase anacrónico haya sido reservar un tercio de las plazas para mujeres en la próximas oposiciones, las primeras que se celebran en 10 años, tal y como apunta la concejala de Protección Ciudadana, Anaïs Menguzzato.

Casi tres años después de aquel lunes de agosto, el 2 de julio de 1984 se estrenó en España una comedia que acabó convirtiéndose en una franquicia exitosa. Se llamaba Loca academia de Policía y estaba dirigida por Hugh Wilson. En ella se ironizaba con la oposición de los sectores más retrógrados a la apertura de los cuerpos policiales. Buena parte de las 29 agentes acudieron al cine Serrano en grupo para verla. Chistes malos al margen, disfrutaron viendo la película, buscando paralelismos entre los clichés de la pantalla grande y la vida real. Si entonces se decía que Estados Unidos iba 25 años por delante de España en muchas cosas, en tener mujeres policías ya no ganaban a València.

Con todo, había trampa porque habían pasado tres años desde su ingreso en el cuerpo policial pero realmente no podían sentirse parte de él. No les dejaban llevar arma ni les dejaban conducir. Es más, aún tendrían que pasar dos años para que les permitieran conducir. Hasta entonces no pudieron ir sentadas ni en el asiento del copiloto; como mucho, algún gracioso les ofreció que llevasen el coche… al parking. Las cuatro que formaban parte de la sección de motos tuvieron un poco más de suerte porque en 1982 ya les dejaron conducir las motos… para acompañar a las Falleras Mayores. “Y sólo en Fallas”, recuerda Nieves Calvo. “Nos utilizaban de adorno”, explica Candi Barroso. No es que hicieran funciones de protocolo; es que literalmente las tenían marginadas y había ocasiones en las que las enviaban, por ejemplo, a Feria Valencia para que estuvieran en la puerta sin nada que hacer, como azafatas. “Igual que ponían macetas nos ponían a nosotras, para exhibirnos”.

Ya advertía Jorge Manrique en las Coplas por la muerte de su padre de que una de las mentiras de la memoria es que cualquier tiempo pasado parece mejor. Y para dar fe de que eso no es así, el periodista valenciano Ricard Chicot ha dirigido un documental de 45 minutos que con el atractivo título de Promoción del 81 pretende acercar a los espectadores de hoy la odisea íntima de estas 29 mujeres, el largo camino hasta la normalización de su trabajo. Un documental que, como corresponde, nació de forma casual. En unas grabaciones para un reportaje sobre el servicio humano que realiza la Policía Local, Chicot se encontró con las historias de Mari Carmen Mariblanca, Nieves Calvo y Belén Hernández. Periodista de raza, se emocionó al encontrar una buena historia. “Me quedé tan fascinado que me dije que había que contarla”, explica en presencia de 11 de las protagonistas, en los cuarteles de la Policía Local en la Avenida del Cid. “No daba crédito; parecía que vivíamos en otro país, que ése no era el país en el que había nacido yo”.


Decidido, se zambulló de pleno. “La primera entrevista fue a Ana Odena, aquí en el patio, y cada vez, con cada entrevista, el documental iba creciendo más”, detalla. Durante dos años Chicot fue grabando los testimonios y haciendo al mismo tiempo un trabajo de “arqueología de imágenes”, según lo describe, buscando fotografías en el archivo de la Policía y encontrando incluso imágenes inéditas. “Sus historias”, dice Chicot, “sirven de mucho para no bajar la guardia nunca en la lucha por la igualdad, porque se ha conseguido mucho pero queda muchísimo más por hacer”. “Ellas, las 29, han sido auténticas y son un ejemplo para mí de bravura, de valentía, de coraje y de lucha”, agrega. Una afirmación ante la que las presentes, duras, descreídas, ríen. “Ricardo, por favor…”. El halago debilita.

De las 29 que formaron parte de esa primera promoción muchas pensaron en acceder al cuerpo por influencias familiares masculinas, ya fueran hermanos (caso de Ciurana), padres (caso de Nieves Calvo, cuyo padre estaba en la sección motorizada; Ana Odena, cuyo padre estaba en Vigilancia y fue quien le dijo que se presentara y le ordenó que se sacara la oposición; Mari Cruz Castilla, cuyo padre era municipal en un pueblo); e incluso suegros, como le sucedió a Belén Hernández.

Otras, como Mariblanca, tenían a su padre en la Policía Nacional. Licenciada en Filosofía y Letras, separada y madre de dos hijos, Mariblanca era profesora de autoescuela y sopesaba la posibilidad de presentarse a las pruebas de la Policía Nacional. Lo único que le tiraba atrás era el hecho de tener que estar un año en Ávila. Por eso, cuando llegaron las oposiciones de la Policía Local ni se lo pensó. “Mi padre no lo veía. Me decía: ‘De guardia urbano toda la vida…’ y cabeceaba.” Con el tiempo Mariblanca ha llegado a ser intendente de la Policía Local de València, rompiendo todos los techos de cristal que le han puesto por delante. “Lo único que lamento es que mi padre no ha podido ver lo lejos que he llegado”, comenta.

Unos logros que se han visto engrandecidos por el hecho de que tuvieron que superar toda clase de prejuicios. “El problema es que vivimos cosas que creíamos normales y que, con la perspectiva del tiempo, nos hemos dado cuenta de que no lo eran. El trato que recibíamos, bien por la ciudadanía, bien por algunos compañeros (no todos, no se puede generalizar), e incluso por la corporación, no era siempre el más correcto”, apunta Candi Barroso. Y añade: “Nos ha pasado como a muchas mujeres que dicen: ‘Yo nunca me he sentido discriminada’. Pero en cuanto empiezas a rascar, te das cuenta de algunas cosas. Como por ejemplo que nos mandaban a todas a Tráfico, o que no nos dejaran patrullar con los coches, o el ridículo lacito que nos ponían en lugar de la corbata…”. Indefensas en la calle no les dejaban llevar “ni defensas”, recalca Odena. “Han sido cosas muy sangrantes”, apostilla Mamen Penadés.

De ellas da cuenta el documental que se estrenó este miércoles en las instalaciones del Centro Deportivo-Cultural La Petxina, una producción que ha comenzado ahora su andadura y que tiene mucho de, valga la redundancia, documento único, fijando la imagen real de un tiempo no muy lejano y de un lugar que es éste. Presentado en el marco de la celebración del 8 de marzo, Día Internacional de les Mujeres, Promoción del 81 desgrana vivencias dignas de ser contadas, todo un ejercicio de superación por parte de 29 mujeres que un buen día decidieron romper esquemas y a las que nadie ni nada las detuvo. Una hazaña íntima en la que como sucedía con la aventura del Endurance tuvo su papel un pequeño anuncio de prensa.

Así fue con algunas de ellas. “Mi padre, que era artesano”, recuerda Penadés, “estaba en el taller leyendo el periódico y en una viñeta chiquitita decía que iban a haber oposiciones a Policía Local y que por primera vez podían presentar sus instancias mujeres. Y como yo era muy deportista [Penadés es cinturón negro de judo] mi padre me animó a presentarme. Me preparé y me di cuenta del lío en el que me había metido el día que vi la lista de aprobados y comprobé que estaba. Entonces sí que me asusté”, ríe.

Más azaroso incluso fue el motivo por el cual Montse Roig supo de las oposiciones. “Trabajaba en una farmacia y me habían dicho que me tenía que buscarme otro trabajo. La chica que teníamos en el almacén, como servía en el Ayuntamiento donde había una farmacia, se había enterado de las oposiciones. Me vino y me dijo: ‘¿Estás buscando trabajo? ¿Tienes el graduado?’. Y comenzó a preguntarme todos los requisitos para presentarse a Policía. Los tenía todos menos el carnet de moto. ‘Eso tú puedes sacártelo; tú vales para eso’, me dijo. Y yo le repliqué: ‘¿Para eso? ¿Para qué? ¿Para llevar una farmacia?’. Y me respondió: ‘No, para Policía Municipal. Ahora dejarán entrar mujeres’. No le hice caso y me fui a la farmacia y se lo conté a mi jefe. ‘Mira lo que me ha dicho esta chica’. Y él me respondió estas palabras que nunca he olvidado: ‘Si te sale bien, te tocará la lotería’. No sólo eso. Fueron los de la farmacia y me trajeron la instancia. ‘Tú eres resuelta; tú vales’. Me vi en la tesitura y me dije que tendría que moverme. Y así fue. Me salió”.

Otras estaban en paro, como Barroso, que apuró y no presentó la instancia hasta el último día, cuando le advirtió su padre de que se acababa el plazo. Enfermera sin trabajo, con 20 años y una hija, se presentó en el registro del Ayuntamiento de València con la instancia sin saber que tenía que pagar unas tasas. En aquella época, sin cajeros automáticos ni datafono ni nada que se le pareciera, fue la generosidad de un futuro compañero policía, el que estaba en el registro, la que le permitió presentarse. Aquel hombre le dejó el dinero y le dijo: “Cuando puedas me lo devolverás”. “A la semana siguiente se lo devolví y él, con el tiempo, se hizo amigo de mi padre”, rememora Barroso. También en paro estaba Rosa Marina Chagoyén, que había sido peluquera. Mientras estaba estudiando el Graduado Social nocturno, una de las profesoras le advirtió de que iba a salir la oposición. “Ella se tomó mucho interés e incluso iba yo a su casa y me preguntaba el temario”.

En general contaron con el apoyo decidido de sus padres, como Isabel Rodríguez. “Yo, cuando supe de las oposiciones, como alegría de la huerta que soy, le dije: ‘Papá, no hay nada que hacer; no conocemos a nadie’. Pero mi padre insistió y me decía: ‘Tienes que probarlo, tienes que intentarlo’. Y puedo decir que entré por su insistencia”. Insistencia y su propio tesón, porque para pasar las pruebas físicas muchas de ellas estuvieron preparándose durante tiempo en gimnasios.

Una preparación que fue en algunos casos exhaustiva. Odena recuerda como su padre llenaba botellas de plástico con grava e iban a las cercanías del estadio del Levante a practicar la conducción en moto en ‘s’. “Es que el examen era con Sanglas 400”, apuntan al unísono varias. Aunque no todas tuvieron tanto refrendo familiar. A Castilla, por ejemplo, su madre le hizo guerra psicológica. Al principio le recriminaba que se presentara y después pasó al ataque minándole la moral. “Me decía que no iba a aprobar, así que le restaba importancia a que me presentara. Pero cuando vio que iba superando las pruebas y estaba en puertas de entrar, se puso a llorar, a lamentarse de que yo también fuera a ir toda la vida con uniforme…”

Visto con perspectiva, lo más sorprendente de su caso es la juventud de la mayoría de ellas. Algunas tenían 18 años recién cumplidos. Eso hizo que fueran objeto de un proteccionismo exagerado por parte de muchos de sus compañeros veteranos. “Con toda la buena voluntad, nos trataban como a sus hijas. Nos llamaban todo el rato: filla, filla; xiqueta vine cap açí…”, rememora Odena. “Esa buena voluntad, ese paternalismo, al final lo que conseguía es que te rebelaras porque no te permitía desarrollarte como policía”, añade. “Estuvieses donde estuvieses, los jefes siempre preguntaban: ‘¿Las chicas cómo van?’ Pero nadie preguntaba por cómo iban los chicos”, comenta Mariblanca. “Nos lo podemos hundir porque lo hicieron con la mejor voluntad del mundo”, señala Penadés. “Pero no estaban preparados”, recalca Ciurana. “Al final se equivocaban muchas veces y metían la pata porque nosotras no queríamos eso”, incide Hernández. Aunque, excusándoles, Rodríguez recuerda: “Es que había gente que tenía 60 años”.

Juntos a los hiperprotectores, estaban los otros, los que, como apunta Mariblanca, “veían mal que las mujeres supieran más que ellos”. Algo que ella sufrió en varias ocasiones. Siendo como era profesora de autoescuela, a algunos les incomodaba que les corrigiera en temas de legislación. “Mientras te portabas bien”, comenta Hernández, “eras la xiqueta; pero cuando les hacías ver que estabas a su altura, o les enseñabas algo, entonces ya no eras tan agradable”. Pero a su favor tenían a muchos compañeros de su promoción que instintivamente se pusieron de su lado. Eran lo nuevo frente a lo viejo, el futuro contra el pasado. Y entre las personas que entraron junto a ellas, un joven agente, un buen compañero que les llevaba el almuerzo cuando hacía falta, el que ahora es el intendente general jefe de la Policía Local de València, José Serrano. 

Rodríguez tiene claro que si ellas entraron en la Policía Local fue porque “se empeñó Pérez Casado”. Porque ni la sociedad ni en el cuerpo habían voluntad de ello. De hecho Mariblanca está convencida de que muchos altos mandos estaban convencidos de que no iban a entrar “ninguna o casi ninguna”. Un buen ejemplo de lo poco preparada que estaba la Policía Local para su incorporación es que no tenían vestuario propio. Ni taquilla. Ni ropa específica. Les acabaron metiendo en un “cuartucho”, describen. Tenían que ir al servicio reservado para las señoras de la limpieza, la ironía fácil y grosera.

“Cuando entramos nosotros a la Policía Local, el cuerpo no es que fuera arcaico; era lo siguiente”, ríe Belén Hernández. Las condiciones laborales en Circulación, donde acabaron la mayoría, eran “las peores”; las cucarachas, cuentan, “saltaban por todos lados” y encima, trabajaban más. Habla Belén Hernández: “Nosotras, como todos los de Circulación, trabajábamos dos horas más que el resto de la Policía pero no te nacía protestar. Tú llegabas allí y veías a unos señores que estaban en esas condiciones, y pensabas que eso era normal”.

Problemas para ascender, insultos machistas por parte de ciudadanos, imprecaciones mandándolas a fregar, alusiones a que se habían acostado con Pérez Casado para lograr sus puestos, compañeros reacios a ir con ellas de patrulla, las veteranas de la promoción del 81 vencieron todo y ahora se ríen al recordar algunas anécdotas. Perciben que la sociedad sí ha aceptado su papel, o al menos eso parece, pero recuerdan que algunas conquistas han sido muy recientes. Por ejemplo, las patrullas de dos mujeres se pusieron en marcha hace pocos años. “Y de vez en cuando sale algún rebollón que dice que dos mujeres no pueden ir solas de patrulla”, señala Odena, “y tenemos que ir y poner orden”.

Un machismo que aún sobrevive en pequeños detalles porque el micromachismo, como las meigas, existe. En el caso de encontrarse con una pareja mixta, “la mayoría de la gente aún sigue dirigiéndose al varón, aunque la que tenga los galones sea ella”, explica Barroso. A Mariblanca, jubilada recientemente, hace no mucho un hombre le dijo que no quería hablar con la secretaria, que quería hablar con el jefe de servicio. Llegaba más de 30 años tarde; no se había enterado de que la jefa era ella.

Noticias relacionadas