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¡No es el momento! / OPINIÓN

Brutalismo urbano en la calle Colón

29/05/2022 - 

Uno de los cambios más significativos logrados por la actual coalición que gobierna la ciudad de València desde 2015, liderada por Compromís en coalición con el PSPV, es que en prensa, redes sociales e incluso dentro del propio equipo de gobierno ya no se discute sobre el carril-bici. Periódicamente aparecen noticias sobre nuevos proyectos licitados, en ejecución o directamente finalizados y pasan sin pena ni gloria en términos de discusión política. Por ejemplo, los socialistas ya no se los cuestionan a su socio de gobierno, como fue una constante (basta revisar la hemeroteca) en los primeros años del pacto de gobierno, sino que han pasado a la ofensiva y, desde las elecciones de 2019, inteligentemente, prefieren ser exigentes y pedir más espacio urbano para viandantes y transporte público en lugar de criticar la eliminación de espacios para el vehículo privado.

También la oposición, en su línea de invisibilidad, ha optado por callar ante la evidencia del inapelable éxito ciudadano que cosecha la ampliación y mejora de una red de carril-bici que cada vez permite un mayor y más seguro uso de la bici para todos. Incluso cuando encargan y publicitan misteriosos informes que cuestionan la seguridad del actual diseño viario de la calle Colón de València, muy meritorios por estar realizados sin comparar el número de accidentes y su gravedad de esa vía en relación a los de otras vías comparables de ciudades españolas o europeas, la bestia negra ha dejado de ser el carril-bici para pasar a serlo el carril-bus. Es igual de absurdo, por supuesto, pero no deja de ser significativo. Pero mientras el PP de María José Català se obceca en pedir recuperar espacio para el coche, apelando a ese nicho de votantes contumaz e impasible el ademán que es el suyo por derecho, Ciudadanos se desmarca presentando una propuesta de diseño que lo que reprocha (con toda la razón, además) al equipo de gobierno, es que aún haya demasiado espacio para los coches privados en la vía en cuestión, proponiendo dejar un único carril para transporte público y residentes, junto a un carril-bici mejorado, más aceras, más arbolado y una calle más amigable. Juego, set y partido para Giuseppe Grezzi, que ha pasado en apenas unos años de ser criticado por supuestamente odiar los coches a que hasta parte de la oposición proponga ir más allá de lo que se ha hecho hasta ahora.

Como todos los cambios son paulatinos, quizás muchos valencianos no seamos aún conscientes de la importancia de esta transformación y, muy especialmente, de lo profunda que es en lo más importante: el cambio del marco mental con que funcionamos todos. Si quienes hace nada criticaban estas medidas ahora lo que exigen es que se hagan más y con más celeridad y profundidad es que la transformación está consolidada y es, por fin, afortunadamente imparable.

Ciudadanos adelanta, a pie o en bicicleta, a Grezzi proponiendo eliminar los coches de la calle Colón.

Quizás comparando cómo estamos con la situación en otros sitios se entienda mejor lo que ha cambiado València.  Basta pasear un día por, por ejemplo, Alicante, donde el uso de la bicicleta sigue siendo residualísimo a pesar de tener unas dimensiones y clima que la hacen óptima para sacarle mucho partido, para percibir que los valencianos hemos naturalizado un reparto del espacio urbano y de sus usos que nos mejora mucho la calidad de vida a todos. O acudir a Madrid, nuestra gran capital y referente mediático para casi todo, y descubrir cómo incluso en taxi se pasa la vida uno en atascos insufribles porque los carriles reservados al transporte público no funcionan, constantemente invadidos y ocupados por un caos imperante derivado de la buscada hegemonía del transporte en coche privado. Experiencia que suele bordear lo psicotrópico a poco que uno se ponga a escuchar los lamentos de turno del taxista que le haya tocado en suerte y que, lejos de pedir menos tráfico privado y más carriles reservados, suele tender a bramar contra las bicis y los patinetes… por mucho que no se vea ninguna en todo el trayecto ni haya muestra alguna de carriles-bici reservados en calzada por ninguna parte. Tras estas breves incursiones por el mundo exterior, vuelve uno a València y, salvando las distancias, se siente uno casi en una ciudad europea. Y, por qué no decirlo, mucho más a gusto. Porque vivir bien también consiste en poder disfrutar del espacio urbano de todos.

Esa europeidad tiene, además, grandes ventajas indudables para casi todos. Que llegar caminando a cualquier sitio sea cada vez más agradable, al haber menos coches en muchas antiguas grandes arterias de circulación, es quizás lo más obvio, pero no lo más importante. De más relevancia para el bienestar y salud de todos es que cada vez más personas empiecen a naturalizar andar o coger la bici para sus desplazamientos cotidianos y que, sintiéndose seguros y a gusto haciéndolos, acaben por desarrollar esa típica pereza hacia los coches inherente a quien se ha ido deshabituando poco a poco y liberando del yugo cochil. Ver cada vez más ciclistas urbanos pertenecientes a colectivos tradicionalmente vulnerables en entornos de tráfico no pacificado, como personas mayores, niños o incluso mujeres de mediana edad (históricamente más reacias a emplear la bicicleta cuando no hay infraestructura específica para ello) nos devuelve una imagen de una ciudad, en el fondo, más igualitaria e inclusiva. De nuevo, más europea. Para bien. Porque uno de los efectos más importantes de una red de carril-bici segura y completa es que este tipo de personas, que si no tienden a no emplear estas formas de desplazarse por sentirse inseguras, pasan a poder hacerlo también, en condiciones de igualdad, como hemos tenido ocasión de estudiar y comprobar desde la Universitat de València (resumen del estudio y link al documento completo disponible aquí).

La propuesta de reurbanización de la ronda interior del PSPV, otro ejemplo de cómo han cambiado las mentalidades.

Con todo, queda mucho por hacer. Por ejemplo, empezar a aplicar la ordenanza de movilidad, que permite giros a la derecha como ceda el paso para bicis o contradirección ciclista en calles de un solo sentido allí donde expresamente se autorice, como ya se hace en media Europa, pero que aquí aún no nos atrevemos a poner en práctica. O acometer futuras reformas siguiendo el espíritu que anida en propuestas como las de Ciudadanos para la calle Colón, que nos muestran que el espacio de mejora de algunos espacios urbanos icónicos de la ciudad es todavía grande, pero que pasa por dar más y más espacio al peatón a costa de los vehículos privados. También Sandra Gómez, en esa nueva actitud del PSPV de competir por la maternidad de proyectos que mejoren el espacio urbano, prometió no hace mucho una nueva planta viaria para la calle Guillem de Castro, que cierra la ronda interior hasta el antiguo cauce del Turia en su zona oeste.

La combinación de estas ideas y proyectos mejoraría mucho la situación actual y desterraría algunos vestigios de indudable brutalismo urbano que todavía conserva la ciudad de València. Pasear por la calle Xàtiva o acudir a la estació del Nord a coger uno de los pocos y desvencijados trenes de cercanías que nos ofrece Renfe a los valencianos es una experiencia que puede ser muy traumática en días de sol y calor, atravesando esa inmensa explanada con cinco o seis carriles para coches, escasa o nula sombra, humos, ruidos y tráfico constante. Que una de las zonas más emblemáticas y monumentales de la ciudad esté aún ese estadio de degradación estética, ambiental y de deficiente reparto de usos nos da una idea muy clara de cuánto camino queda aún por recorrer.  En el centro y sobre todo en la periferia, donde aunque nos fijemos menos hay muchas actuaciones sistémicas y sencillas que requieren únicamente de cambiar de chip y aplicar un modelo diferente para mejorar mucho las cosas: extendiendo las actuaciones de ganar espacio para ampliar aceras, dando más espacio para peatones y para juegos de niños, creando zonas de seguridad en el entorno de colegios, eliminando carriles de circulación innecesarios en no pocas calles interiores (estrictamente inútiles excepto para alentar indeseables velocidades en entornos urbanos y que es incomprensible que sigan formando parte del diseño de nuestra planta viaria), apostando decididamente por las “súper-illes” tan exitosas en otras ciudades europeas

El carrer de Xàtiva en un entorno monumental emblemático, recordándonos que la València brutalista aún anida en los corazones de algunos contumaces.

Lo bueno es que, por fin, y con las excepciones ya más bien exóticas, por mucho que endémicas de nuestras ciudades, de taxistas contrarios a los carriles-taxi o de expertos en seguridad vial que entienden que la mejor manera de prevenir accidentes es meter más coches en las calles porque un automovilista contento siempre va a conducir mejor, parece que al fin tenemos ya todos claro por dónde ha de ir el futuro.  Equipo de gobierno, oposición, medios de comunicación y ciudadanía. Queda pasar de las palabras a los hechos. A ver si es verdad y un año de estos podemos ir desde el centro del Cap i casal a la estació del Nord sin necesidad de atravesar autopistas urbanas innecesarias que, a estas alturas, nadie sabe muy bien explicar cómo es posible que todavía sigan ahí ni para qué sirven.

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