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LA CIUDAD Y SUS VICIOS

Droguería parezco, restaurante soy: la València en contra de la desaparición de sus rótulos históricos


Nuevos establecimientos apuestan por mantener los letreros antiguos como emblema de sus negocios. La excepción ante una plaga devastadora que ahora amenaza al viejo Metropol

17/06/2017 - 

VAlÈNCIA. La cafetería librería Muez, frente al Mercat Central de València, conserva el rótulo del negocio que le precedió: Ferretería J.Pedrós Villanova. El restaurante El Observatorio, en Patraix, esa área palpitante, tiene en alto la enseña del anterior uso del local: Droguería Muñoz, una tipografía sobre una caja de luz, de letras estandarizadas. 

A media distancia es difícil detectar que tras esas identificaciones caducadas se esconden actividades bien distintas. A Muez de tanto en tanto algún despistado acude en busca de sus tornillos. “Aún entra gente preguntando por clavos o tornillos... Algunos para hacerse los graciosos, pero también entra alguna persona que conforme te está haciendo la pregunta mira alrededor y se da cuenta de que el negocio ha cambiado un poco…”, confiesa su responsable Ruth Boeto.

El creador de El Observatorio, Sergio Mendoza, cuenta las reacciones de entrar a un destino de comidas en el que pone en grande ‘droguería’: “Aún hay gente a la que parece perturbarle que no ponga ‘bar’ en ningún sitio. Parece que estamos tan acostumbrados a las etiquetas que hay gente que realmente cree que si no pone ‘bar’ la gente no vendrá. La realidad nos está demostrando que es más importante que la comida esté buena”.

En ambos casos el valor artístico de los rótulos principales es escaso. Forman parte de un estilo visual entrado los sesenta y setenta que -cuenta el diseñador Juan Nava- empezó a estandarizar los letreros, a perder su componente artesanal, a convertirse en impersonal. Sin embargo la decisión de Muez y El Astrónomo, aperturas de una nueva generación rayana lo millennial (perdón, Navalón), tiene un simbolismo bien cargado. Son un gesto de resistencia ante una plaga de efectos devastadores que como un bicho de mal agüero deglute todos los carteles históricos a su paso.  

“Decenas de rótulos que jalonaban las calles comerciales han desaparecido sin que la sociedad fuera consciente del valor cultural y patrimonial que se perdía con con ellos. Con el cambio de actividad comercial de los establecimiento los rótulos acaban en el contenedor de derribos, ignorando que muchos de ellos han sido parte del paisaje gráfico y sentimental de la ciudad”, razona el diseñador Tomás Gorría. Joan Quirós y Juan Nava, dos de las voces más autorizadas sobre tipografía en la ciudad, prenden el debate: “si no hay sensibilidad por esto ya podemos hacer artículos y hablar... Por un lado está el amo del local, que cuando lo vende no repara en el rótulo; el que alquila, que básicamente lo que le interesa es alquilar aunque, caso improbables si tiene cierta sensibilidad puede decir ‘este rótulo no lo toque’; y luego el que llega de nuevo, que lo normal es que quiera colocar su nombre bien grande”.

Los pequeños ejemplos como el de Muez, El Astrónomo o Ale Hop -manteniendo el valioso rótulo de Unión Musical Española en su tienda de la calle de la Paz- son, para Gorria, una muestra de “una sensibilidad creciente. La conservación de estos rótulos (habitual en ciudades más respetuosas con su herencia cultural) empieza a calar en la sociedad, bien manteniéndolos o preservando su existencia fuera de su contexto natural. En este sentido, es urgente una catalogación de los rótulos (y otros elementos como placas o anuncios) más significativos y el establecimiento de algún tipo de protección para los considerados más relevantes, para que al menos no acaben en un vertedero de escombros”. 

Quirós y Nava enseñan sendos casos de rótulos de alta impronta y dudoso porvenir: el comercio Eugenio Grau en la plaza de Sant Jaume y la relojería Filiberto León. Obras valiosas luciendo sobre su epidermis carteles de alquiler. 

Mendoza vierte un caso imagen a modo de ilustración: “De pronto llega un tío que ha leído que los cigarrillos electrónicos lo van a petar y se carga una fachada que quizás no era como para que la protegiese la UNESCO, pero que tenía su encanto. El tipo instala un rótulo cutre de metacrilato retroiluminado y a los seis meses cierra. Su proyecto no ha cuajado y además se ha cargado un pedacito de nuestra historia”.

¿Por qué entonces Muez y El Observatorio no solo no se cargaron sus rótulos sino que hicieron de ellos un emblema visual?

Ruth Boeto: “En un primer momento, al iniciar las obras, la intención fue quitar el rótulo principalmente para evitar que la gente lo llamara La Ferretería en lugar de Muez. Fue unas semanas antes de la inauguración, al decirme que en un par de días lo quitarían, cuando me dí cuenta que era una parte importante del proyecto y junto a la diseñadora decidimos que se quedaba, asumiendo que sería el elemento más visible de la entrada. El cartel concuerda totalmente con el diseño y el concepto estético de no ocultar el paso del tiempo. Hoy estoy muy satisfecha de haberlo mantenido a pesar de que hay personas que me recomiendan reiteradamente que lo quite porque dicen que crea confusión…”.

 Sergio Mendoza: “Decidí dejar el rótulo de la droguería por varios motivos. El primero es que estéticamente me gusta. El segundo es que desde que soy niño llevo viendo ese rótulo ahí y aunque yo no le tuviese un cariño especial, durante los meses de la obra se acercó mucha gente a preguntar por Paco, el droguero. Me di cuenta de que la droguería era un negocio al que el barrio le tenía mucho cariño y que con Paco jubilado se perdía una parte de su historia y del día a día: hay productos que sencillamente ya no encontrarán los clientes de Paco. El último motivo tiene que ver más con que no sé cuánto durará El Observatorio, ni si se convertirá en un proyecto querido en el barrio. El caso es que aún no nos hemos ganado ese estatus que la droguería si tenía. No me parece justo que venga cualquier idiota (en este caso yo) y se lo cargue a las bravas”. 

Espiritualmente los rótulos sirven de transición conectada con los antiguos negocios además de pequeños actos de deferencia con el pasado. “La ferretería está actualmente en la parte exterior del Mercado Central, sigue vendiendo paellas y paelleros (que era lo más llamativo cuando estaban en el local que ahora ocupa Muez) además de otras cosas propias de una ferretería. Al principio de abrir, Guillermo, el ferretero, vino varias veces con algún familiar para enseñarles cómo había quedado la reforma de lo que fue su tienda y vivienda”, cuenta Boeto. “Durante las obras -sigue ahora Mendoza- Paco, el droguero, se acercó varias veces y hablamos de cuándo él empezó hace casi 40 años. Me contaba historias de los clientes, del barrio y del propio local, que en su día fue un palacete importante. Fue derribado para convertirse en una finca sin ninguna belleza particular. Otro de esos atentados arquitectónicos que han arrasado València en los últimos 60 años. Y seguramente en los 500 anteriores”.

En las charlas entrecruzadas aparece un ‘salvem’ repentino: el peligro de que el edificio de los antiguos cines Metropol sucumban ante la desidia y pase a mejor vida, y con ello el icónico rótulo obra del estudio de Javier Goerlich. “Una mezcla tipográfica de Art Decó y constructivismo, parte consustancial del edificio”, informa Gorria.

El caso, en la sala de reanimaciones para salvarlo in extremis, es una evidencia fatal: la escasa sensibilidad y falta de conciencia sobre lo importante que resulta tener una ciudad cargada de diferenciales culturales. 

“Me crea un debate interno de esos que te desvela a horas inapropiadas -desvela el creativo Sergio Mendoza. Por un lado el edificio tiene un propietario y quiénes somos nosotros para decirle qué hacer con él. Por otro lado, me enfada el hecho de pensar que una pluma pueda tumbar un edificio así para construir una mierda moderna que acabe albergando una franquicia extranjera. O española, lo mismo me da. No entiendo que un edificio así no esté protegido. Me parece bien que alguien lo compre para darle un uso, pero tiene que gozar de una protección y el que lo compra tiene que saber qué compra y que puede hacer o no con él. Lamentablemente vivimos en una ciudad sin una ordenanza que regule estas cosas debidamente. Obviamente no se va a tirarará el Palacio del Marqués de Dos Aguas, pero me interesa igualmente que no se tiren las casitas de Patraix. (...) Me da rabia cuando la gente que apoyó durante años a un gobierno que ha destruido patrimonio sistemáticamente comparte imágenes de la València bonita antigua (...) Entendiendo al propietario del edificio, creo que el interés común debe prevalecer. Y en este caso el Metropol no puede desaparecer.”

Juan Nava sentencia: “Solo faltaría que se lo cargaran y que a los dos meses inauguraran una exposición de fotos sobre las obras de Goerlich”. Que la lucha continúe. 

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