En su obra Ensayos en la economía del crimen y el castigo (1974), el economista y premio Nobel Gary Becker expuso la teoría del Modelo Simple de Crimen Racional (SMORC, en inglés) elaborada a partir de un hecho cotidiano. Un día llegaba tarde a una reunión y decidió aparcar el coche encima de la acera, exponiéndose a una multa y a la retirada del vehículo por la grúa. Algo que ocurre todos los días en todas las ciudades del mundo. Becker reflexionó sobre su actuación y concluyó que su decisión de saltarse la ley se había basado en el cálculo coste-beneficio –el riesgo de ser multado frente a la necesidad de llegar a tiempo– y no en una reflexión sobre si era éticamente admisible aparcar encima de la acera mientras el otros conductores se conforman si no encuentran sitio. El SMORC muestra que todos actuamos de esa manera, con el cálculo coste-beneficio, por lo que Becker proponía elevar las multas para inclinar la balanza del lado del coste.
El psicólogo Dan Aliery, en Por qué mentimos (2012) va más allá al plantear cómo podemos vivir con esa mente tan calculadora sin odiarnos y aporta la Teoría del Factor de Tolerancia, según la cual nuestra conducta está impulsada por dos motivaciones opuestas: "Por un lado, queremos considerarnos personas honestas, honorables. Queremos ser capaces de mirarnos al espejo y sentirnos bien con nosotros mismos (los psicólogos lo denominan ‘motivación del ego’). Por otro, queremos sacar provecho del engaño". Ahí hay un conflicto: "¿Cómo podemos asegurar las ventajas del engaño y al mismo tiempo seguir considerándonos personas estupendas y honradas? Aquí es donde entra en juego nuestra asombrosa flexibilidad cognitiva. Gracias a esta habilidad humana, mientras engañemos solo un poco, podemos beneficiarnos del engaño y seguir viéndonos como seres humanos maravillosos. Este malabarismo es el proceso de racionalización", la base de lo que denomina la Teoría del Factor de Tolerancia’.
¿Copiar en un examen es tolerable? ¿Quién no ha copiado, aunque sea con una chuletilla para ayudar? ¿Y copiar en dos? ¿Y en ocho? Si se pueden superar copiando –o copiando un poquito, lo que nuestra mente tolere– asignaturas que otros superan con esfuerzo, es humano que siendo el coste bajo –que te expulsen del examen– en relación con el beneficio, más de uno se anime a hacer trampas. Todos hacemos trampas, uno más que otros y unos más gordas que otros. Y la sociedad tiene su nivel de tolerancia, en el que influyen muchos factores.
Carmen Montón se mira al espejo y se ve una persona maravillosa: justa, solidaria, feminista, progresista... valgan las redundancias. Tras acabar la carrera de Medicina a los 34 años, como los de la tuna, decidió apuntarse a un máster en el que le dieron todas las facilidades, ventajas que al parecer no tuvieron sus compañeros de matrícula, que no de clase porque a clase no fue. El beneficio –dos líneas en el CV– era más goloso que grande, pero el coste y la probabilidad de ser descubierta parecía menor, así que la ya entonces diputada en el Congreso aceptó el regalo, pensó que a nadie había perjudicado, se miró al espejo y se vio aún más maravillosa, con un Máster en Estudios Interdisciplinares de Género.
Aquí un inciso: hay más corrupción en la universidad que en la política. Corrupción de baja intensidad, tolerable porque nadie la denuncia. Corrupción en másteres inútiles que se regalan –¿alguien ha suspendido un máster?–, en doctorados dineris causa y cum fraude, en profesores asociados que no cumplen los requisitos para serlo, en enchufes endogámicos dentro de los departamentos, en contrataciones con dinero de la UE de colegas que ni acuden al trabajo –Errejón–, en publicaciones con firmas que no han participado en el trabajo, en encargos de estudios –a 100.000 euros– por parte de amiguetes con cargo político. El gran trabajo de los compañeros de eldiario.es se ha cobrado la pieza política, la beneficiaria del máster, pero apenas se ha movido una hoja en el mundo universitario, por no hablar de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (Aneca).
La dimisión forzada de Carmen Montón no tiene nada que ver con la responsabilidad política porque su pecado no fue cometido en el ejercicio de su cargo sino que pertenece a su esfera privada, aunque entonces ya fuera diputada. Igual que la de Màxim Huerta. Pero es saludable, hemos subido el listón. No se puede ser ministro si te han regalado un máster o si un día te pilló Hacienda y perdiste el recurso en los tribunales. Otras actuaciones más dañinas en el ejercicio del cargo son, sin embargo, toleradas, como los 'dedazos'.
Es saludable y a la vez sorprendente por la desproporción entre el ruido mediático y el fondo de la cuestión. Si hubiesen tenido el mismo ruido mediático algunas de las actuaciones de Montón en la Conselleria de Sanidad Universal, no solo no habría llegado a ministra sino que Ximo Puig habría tenido el argumento que necesitaba para quitársela de encima.
Este lamento no es una crítica a nadie, es la constatación de que la ‘agenda informativa’ funciona así desde hace muchos años. Un medio de referencia en España –El País, la Ser, El Mundo… y últimamente eldiario.es o la Sexta– destapan un escándalo y le dan vueltas hasta hacer caer al político –no siempre lo consiguen– gracias a que el resto de medios, la mayoría, se suman a la causa general. Al mismo tiempo, fuera del foco nacional, periódicos locales destapan escándalos de los que el cacique se ríe porque sabe que nadie se hará eco en Madrid, donde incluso tiene buena imagen.
Si la presión que han tenido Montón y el Gobierno de Sánchez por lo del máster la hubiese sufrido con el 'asunto Germán Temprano', hace tiempo que conoceríamos el expediente oculto de este exresponsable de Gestión Sanitaria en la Conselleria y la ministra no habría sido ministra porque habría sido cesada como consellera. Porque tener un máster falso es grave pero lo es mucho más nombrar a un periodista y escritor sin conocimiento alguno de lo que es la sanidad como responsable de Gestión Sanitaria en la Comunitat Valenciana –una treintena de hospitales, más de 50.000 empleados, 6.500 millones de euros de presupuesto–, con funciones como "analizar la demanda asistencial, elaborar los indicadores de gestión de las instituciones sanitarias o coordinar la prestación asistencial entre los distintos departamentos". El sueldo era de 49.000 euros brutos al año.
Como ha venido contando Estefanía Pastor desde que se produjo el nombramiento en octubre de 2016, Temprano superó en una convocatoria pública que resultó ser un paripé a cuatro profesionales con formación y larga experiencia en gestión sanitaria que de buena fe perdieron su tiempo presentando su candidatura. Temprano ganó por su currículum y la memoria presentada, que se ve que eran tan buenos que no hizo falta la última parte del proceso, la entrevista.
Así que Valencia Plaza pidió ver el expediente para comprobar si el currículum se ajustaba al perfil requerido –el de Linkedin ya vimos que ni de lejos– y si la memoria presentada era tan maravillosa como para descartar de un plumazo al resto de aspirantes con mejor currículum, incluidos másteres que a lo mejor a Montón le pareció que eran de pega como el suyo. La Conselleria se negó a facilitar el expediente porque la transparencia tiene un límite, vinieron a decir.
Recurrimos al Consell de Transparencia de la Generalitat, que nos dio la razón e instó a Montón a dejarnos ver el expediente. Todo muy lento, la burocracia a favor de los malos. Temprano recurrió entonces a los tribunales y aunque la notificación llegó al mismo tiempo que Sánchez se llevaba a Madrid a su "amiga" –como la definió tras la dimisión–, decidimos por orgullo profesional personarnos en el proceso, que cuesta dinero. Estamos seguros de que esos papeles son como el máster de la exministra y sabíamos que no iba a dimitir por eso, pero había –hay– que contarlo.
Montón, por cierto, se llevó a Temprano de asesor al Ministerio para hacer lo mismo que hacía en València, asesorarla en asuntos de comunicación y promocionar su imagen en los medios de la capital de España. En eso es muy bueno. En las entrevistas en medios nacionales nunca le preguntaban por los problemas de la Sanidad valenciana, los nombramientos de cargos y militantes socialistas en puestos de responsabilidad en hospitales y áreas de salud –estos sí tenían el perfil, ¿pero eran los mejores?–, el nombramiento de su marido en una empresa pública frustrado por el revuelo, la imprevisión y posterior enfrentamiento con el IVO, la imprevisión y posterior condescendencia con Eresa, German Temprano...
Le preguntaban por lo que contaba Temprano a los medios nacionales, por lo único que hizo bien Montón –aunque técnicamente mal ejecutado, según los tribunales–, la devolución de los derechos recortados por el PP. Tú eres la más bonita, escuchaba cuando se miraba en el espejo. Y le preguntaban por Alzira, por la recuperación de la gestión pública del Hospital de La Ribera, esa reversión que ahora investiga la Fiscalía Anticorrupción. De eso tampoco se han hecho eco.