Hoy es 3 de octubre
En la Comunitat Valenciana existe un ejemplo que sobresale más allá de los discursos económicos al uso: el mensaje de la Fundación Étnor, a la vanguardia de la contemplación de la ética en empresas y organizaciones. Una entidad que reflexiona sobre los procesos que se suceden en ambas manifestaciones de la sociedad civil y sus consecuencias. Una fundación que, afortunadamente, rehúye las concepciones simplistas de la empresa que la reducen, siguiendo a Milton Friedman, a maximizadora de beneficios, demostrando que la asunción de la responsabilidad social corporativa constituye la mejor base para cimentar su actividad en el medio socioeconómico del que forma parte.
En esa línea, identificada con los valores deseables, el presidente de Mercadona hacía alusión, en una reciente intervención, a que el futuro de un país depende del número de empresarios honrados que tenga. Una cualidad, la de la honradez, que cabe reclamar de todos los grupos sociales y que interpela, en particular, a aquellos que influyen con mayor intensidad sobre la evolución y bienestar de la sociedad: éste es el caso de las empresas por su múltiple interacción con trabajadores, clientes, proveedores, financiadores y accionistas; por su estrecha influencia sobre el cambio climático mediante la reducción de emisiones, el uso de energías renovables o su inmersión en la economía circular; por su incidencia sobre la generación de un capital, el social, basado en la confianza y origen de diversas economías externas que reducen los costes empresariales; por su ascendiente sobre la productividad vía innovación interna, empleo de capital humano cualificado o acceso a la digitalización inteligente.
Ciertamente, sin honradez empresarial son muchos los circuitos económicos y sociales que se dañan. Bien lo saben las empresas y trabajadores que han experimentado las consecuencias de concursos de acreedores o quiebras fruto de una gestión indecente o corrupta: suministros y salarios impagados, préstamos incobrables y liquidaciones ruinosas, cuando no la acumulación de una cascada de empresas compartiendo una situación extremadamente apurada que fuerza su caída en cadena. Situaciones a las que se añade la formación de carteles para impedir la competencia empresarial y los sobornos que, ya sea en el sector público o en el privado, persiguen colapsar la igualdad de oportunidades en el mercado.
Sin honradez empresarial cunde la desconfianza y el descrédito de firmas e, incluso, sectores completos. Sin ella se elevan las barreras que perjudican el acceso al crédito, sometido a un mayor racionamiento y coste. El trabajo huye a otros escenarios empresariales, reduciendo la disponibilidad de personal experto en las habilidades y destrezas requeridas. Se reduce la oferta de proveedores, se intensifican las garantías de pago y se contrae la contratación. Cautelas y suspicacias de nuevo cuño brotan en las firmas clientes, con efectos directos sobre la selección de proveedores. Sin honradez empresarial se extiende el fraude fiscal y a la Seguridad Social, se desacreditan territorios, cunde el malestar social, pierde atractivo la creación de nuevas empresas, medra la corrupción y se elevan los precios que pagan consumidores, negocios y administraciones.
Aunque sólo referido a la honradez, el anterior conjunto de daños es lo suficientemente extenso como para preguntarse sobre la respuesta que su menoscabo merece; en concreto de las organizaciones empresariales como custodias que son del reconocimiento y prestigio de sus empresas asociadas. Una pregunta pertinente porque tiende a prevalecer, en la Comunitat Valenciana y en España, un tipo de reacción ante las críticas que suele ser defensiva o extremadamente combativa, ya se trate de administraciones, empresas, sindicatos, universidades, colectivos profesionales u otras modalidades de cuerpos sociales. Aun cuando se expresen desde la buena fe y con razones que las fundamenten, muchas veces las críticas se combaten con anticuerpos que, sin reconocer un ápice de lo argüido, intentan anular la razonabilidad que el reproche pueda contener.
Sin embargo, la honradez, con independencia de a quién corresponda ejercerla, merecería incluir, con apertura de miras, una contenida revisión de las posiciones ajenas. Constituye un valor de las sociedades avanzadas la superación de la aversión intransigente hacia las críticas y su negación a toda costa, aun cuando señalen puntos de mejora de las conductas individuales y colectivas existentes. Más aún en un país tan reacio a asumir sus carencias como la Comunitat Valenciana, demasiado complaciente consigo misma y con los tópicos contemporizadores, refractarios a la admisión de debilidades, desigualdades y ambiciones que superen la escena de lo próximo e inmediato.
La honradez, como integrante de la ética empresarial, merece estar presente cuando se someten a examen los comportamientos individuales que perjudican a la totalidad de las empresas o a una parte relevante de las mismas. La defensa de quienes han abandonado la senda de la integridad no compromete a sus organizaciones porque la responsabilidad e identificación de éstas es con el interés general de la empresa como repositorio de acciones decentes. La deontología también juega en el campo del empresariado mientras que la defensa injustificada de acciones reprobables o el silencio cómplice alientan la desconfianza, animan la extensión de la corrupción e impulsan el distanciamiento de la opinión pública de las asociaciones empresariales y del emprendedurismo.
Es tarea de Étnor seguir abriendo cauces para que las inclinaciones éticas iluminen el paso de las empresas valencianas. Puede que, de este modo, se atenúe el individualismo empresarial que obstaculiza el avance de la cooperación entre empresas y su necesario crecimiento. Puede, asimismo, que gane mayor confianza la colaboración público-privada. Puede, -nunca hay que limitar las ambiciones cuando son honorables-, que con el paso del tiempo se irradie hacia la empresa española una forma deseable de pensamiento empresarial trabajado con materiales valencianos. Puede, en definitiva, que queden sepultadas aquellas etapas de nuestro reciente pasado en el que lo valenciano olía a azufre y, todo sea dicho, servía para ocultar los hedores de otros territorios.