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el callejero

La vida es un largo viaje para Nacho Medina

Foto: KIKE TABERNER
26/03/2023 - 

El salón de la casa de Nacho Medina tiene una gran pared blanca de la que no cuelgan cuadros, ni retratos. No hay libros, ni estanterías. Allí, en esas cuatro paredes de blanco estucado, solo hay un gran mapamundi, un mapa del mundo enorme. Nacho mira mucho hacia allí porque es como un espejo mágico que devuelve recuerdos de mil viajes y mil aventuras. Porque Nacho es, por encima de todo, viajero.

Este valenciano de 47 años dice que no es lo mismo hacer turismo que viajar. Que si no pasas hambre y sed, por ejemplo, no es viajar, es turismo. Que si no hay dificultades, no es viajar, es turismo. Y explica estas cosas con el mapamundi a su espalda y los ventanales de la habitación abiertos de par en par, dejando que entre la brisa de la tarde al final de la avenida Tarongers, el aire que viene del mar, su otra gran pasión, y otro motivo por el que se ha cruzado el globo, para sacar la tabla, remar un poco y flotar sobre olas fantásticas.

En una de esas incursiones en el mar, en una playa de El Salvador, cuando empezaba a remar para subirse a la ola, algo le picó. Nacho es alérgico a las picaduras y rápidamente notó cómo se le paralizaba un brazo y se le hinchaba la garganta, así que salió como pudo y, medio arrastrándose, llegó a la casa que compartía con un par de australianos al lado del mar. Allí, en una época en la que todavía no existían las inyecciones de adrenalina, consiguió sacar la ampolla, la rompió, volcó el líquido y lo mezcló con un polvo, absorbió la mezcla con la jeringuilla, vació el aire y se la pinchó. Todo eso sólo con un brazo.

Aquello fue un gran susto, pero también una buena anécdota. Porque Nacho cree que los malos momentos, los miedos, las penurias, con el tiempo maduran y se transforman en experiencias enriquecedoras que a él le gusta recordar junto a su mapamundi. Quizá porque le acerquen a esas novelas que leyó de adolescente sobre Shackelton, Amundsen y todos los antiguos aventureros que viajaron hasta los confines del planeta con medios muy rudimentarios. Y así, de jovencito, llegaron sus primeros viajes: un camping, una escapada a Cazorla, unos días con la tabla en Zarautz... Y seguía leyendo libros, como aquel sobre un ciclista que se fue en bicicleta hasta Estambul que le marcó y casi le empujó un año a comprarse una bicicleta híbrida por doscientos euros y marcharse a recorrer Centroamérica a pedales.

Pero eso fue más tarde. Lo primero que hizo, nada más acabar la carrera de Educación Física, fue pasarse un año en Londres. Allí, callejeando, mirando los escaparates, veía que algunas agencias de viajes anunciaban vuelos 'Around the World'. Un viaje para dar la vuelta al mundo haciendo las escalas que uno desee. Al volver de Londres, se lo contó a su amigo Raimon y se gastaron todos sus ahorros en uno de esos billetes. Juntos volaron a Tailandia, Malasia y Australia. Luego regresaron por África y pasaron por Sudáfrica, Mozambique, Namibia... "Y aluciné".

Aquella primera gran aventura llegó en 2002 y se atrevió después de ver que muchos británicos y australianos disfrutaban de lo que llamaban un 'gap year', que no es otra cosa que pasar un año sabático en el extranjero. Nacho rememora aquellos inicios como trotamundos con su camiseta blanca de Bandido, un garito surfero de Bali, y los pies descalzos, después de haberse quitado sus chanclas Hawaianas, para sentir las caricias de la alfombra. Los pies están llenos de tatuajes: una estrella, la silueta roja de África y una frase de Aristóteles partida en dos: "Considero más valiente al que conquista sus sueños que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo".

A Dakar en un Xsara Picasso

Nacho sonríe mucho y arrastra las eses cuando habla. Parece un tipo feliz pese a que nunca tuvo padre y a que rompió con su mujer, que primero se dejó deslumbrar por aquel tipo fibrado con alma de viajero y luego acabó harta porque comprobó que primero estaban las aventuras y luego todo lo demás. "Sí, no es fácil... Aunque ahora nos llevamos muy bien". Juntos tuvieron un hijo, que sólo tiene seis años pero con el que Nacho se impacienta por meterle el veneno de los viajes. Este verano se lo quiere llevar a Galicia en furgoneta. Luego, no antes de que supere la frontera de los treinta kilos -por debajo no está permitido ponerle algunas vacunas-, vendrán recorridos más lejanos y exóticos.

A la vuelta de aquella experiencia 'around the world', Nacho pensó que había llegado el momento de hacer un viaje "más potente", y es entonces cuando prepara recorrer Centroamérica en bicicleta. Desde Panamá hasta México, pasando por Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y El Salvador. "Llevaba la bicicleta y una tabla de surf para ir cogiendo olas. Ahí aprendí que cuantas menos posesiones cargas, más ligero viajas. En tres meses no llamé a mi madre. Ese viaje fue súper duro y volví pensando que no quería salir de España nunca más. Pero se te pasa porque los recuerdos buenos se imponen".

El Nacho aventurero había nacido y ya nadie le iba a detener. Luego se fue a Dakar, en Senegal, en un Xsara Picasso. Primero engatusó a Domingo, un compañero del instituto donde trabajaba como profesor, "un chico que prácticamente no había salido de Museros", luego le quitaron los asientos de atrás al vehículo y se adentraron en África por Marruecos, Mauritania, Senegal... Cinco mil kilómetros inolvidables... para los dos. "Los amigos que me llevo de viaje siempre se ponen malos, pero luego cuento las historias tan bien que siempre hay otro amigo que se quiere apuntar al siguiente viaje. Pero cuando vienen, ya no quieren volver", dice antes de estallar en una carcajada.

Es entonces cuando explica que viajar no es hacer turismo, que él no busca un destino para hacer una cruz en cada punto turístico. "Viajar es conocer a la gente, no tener prisa. Recuerdo que en la frontera entre Mauritania y Senegal te paran en el río, donde sólo hay una barcaza para cruzar. Si eres blanco, te quieren cobrar mucho más de lo que vale y me pedían cien euros. Yo siempre viajo con un libro muy gordo, tipo 'Los pilares de la Tierra' o algo así, y entonces te sientas al lado del barquero a leer y le demuestras que no tienes prisa. A la hora, entiende que no vas a viajar por más de diez euros y te sube a la barca".

Nacho asegura que el hambre y la sed son sus compañeros de viaje. Por eso siempre intenta hacer un buen desayuno, porque nunca sabe cuándo va a poder volver a comer e intentar llevar siempre encima una botella de agua y unos plátanos o unas galletas. "Hay sitios en África donde da igual que tengas mil dólares en la mano... En Malawi, cuando es la época de aguacates, sólo hay aguacates. Es lo que da la tierra. Y llegas a un pueblo y no hay bebida o un sitio para dormir. Entonces tienes que estar relajado".

Cruzó África en una Vespa

Cuando ya tenía mucha experiencia, cuando ya había cruzado Europa en moto y un policía de Dubrovnik le había obligado a ir a un cajero para que sacara dinero y se lo entregara, llegó 2010. Nacho es futbolero y como sabía que el Mundial era en Sudáfrica, decidió lanzarse a uno de sus desafíos más locos: ir hasta el sur del continente negro en una Vespa. La gente le miró como si estuviera loco. Y un poco lo estaba, pues ese tipo de viajes 'overland', sin aviones, se suelen hacer en un Land Rover, un Land Cruiser o una BMW, pero no en una Vespa Primavera como si fuera un pijo de Cánovas.

La moto la compró en Tarragona por mil euros. Luego fue a Severino, un mecánico de la calle Finlandia especializado en Vespas, y la puso a punto. Después la metió en un contenedor y un carguero la llevó hasta Alejandría, al norte de Egipto, donde empezó su periplo. "El viaje es sencillo pero tiene algunos problemas. Viajas bien por Egipto hasta la presa de Asuán. Allí, para cruzar a Sudán, hay un ferry que alucinas. En el barco va la gente rezando hacia la Meca. En Sudán empieza el lío. Un país muy musulmán, sin alcohol, sólo hay hombres. Allí vas sin camiseta y sin casco y sólo puedes conducir de seis a diez de la mañana. El calor que hace aquí en agosto es el que hace allí a las seis de la mañana. Ahí pasé un par de días malos. Hay días que piensas que te vuelves. Pero luego viene Etiopía, que es el altiplano, un país muy pobre y muy duro, no hay muchas cosas que comer y te están pidiendo dinero todo el rato, te tocan mucho... Ahí atraviesas pasos que están a tres mil metros de altitud, pinchas un montón y la carburación no funciona bien. Luego hay un punto muy complicado entre Etiopía y Kenia porque en época de lluvias se inunda la carretera, vuelcan los camiones, es un caos. Allí, para hacer ochenta kilómetros, te tiras tres días".

Aunque había días que pensaba que no llegaba a su destino, la Vespa se comportó y Nacho iba atravesando países de norte a sur. "Luego pasas a Kenia y todo mejora. Ya tienes parques naturales, hay masái por ahí sueltos. El lío se monta en las capitales, que es donde te roban. A Nairobi lo llaman Nairrobi". Van cayendo los kilómetros y al fondo, en el horizonte, empieza a recortase ese cono blanco que es el Kilimanjaro, el techo de África. Cruzó unos días a Zanzíbar, luego llegó a Zambia, "lo peor del viaje porque es difícil encontrar algo para comer y para dormir".

Ahí es importante mantener la calma. Aunque en esta ocasión tenía una ventaja. "Si viajas solo, no hay culpables. Yo me he comprado galletas en una tienda que son cuatro maderas con cuatro cosas. Te comes una galleta, se deshace, pero tienes mucha hambre, así que te comes la segunda, y entonces das la vuelta al paquete y descubres que habían caducado en 1998 y estás en 2010. Tampoco conoces la moneda de cada país, claro, y en este tipo de viajes asumes que algo te van a engañar. En Malawi, por ejemplo, me dieron los billetes antiguos, pero como tampoco cambias mil euros...".

Nacho nunca se rinde. Y siguió. Las cataratas Victoria anuncian la llegada a una zona más turística, el Parque Natural del Okavango. "A partir de ahí es todo más sencillo. En Botswana hay mucho diamante y por eso han asfaltado todas las carreteras. Antes, en tres meses, no había visto una gasolinera con nevera con bebidas y surtidores de gasolina, pero allí sí".

Mata le daba entradas

Antes de viajar, un amigo le puso en contacto con Juan Mata, que era jugador del Valencia CF y formaba parte de la selección española. Mata escuchó su historia, se rio por dentro y le dijo: "Si llegas a Sudáfrica en Vespa, yo me encargo de las entradas". Acto seguido, se olvidó de él. Su sorpresa fue el día que le llamó Nacho y le soltó: "¡Estoy en Durban!". Mata, un hombre de palabra, le dejaba las entradas a su nombre en la recepción del hotel donde estaban, luego pasaba Nacho con la Vespa, las recogía y se iba a ver a España. Así fue hasta octavos. Luego se quedó sin dinero y comprobó que las distancias de una sede a otra eran enormes.

Cuando iba por Zambia, le contactó una periodista de 20 Minutos que llevó su fotografía y su historia a la portada del periódico. Él no sabía nada y en los pueblos donde paraba no había internet, así que cuando volvió a abrir su correo electrónico, dos o tres semanas después, tenía decenas de mensajes de periodistas que querían hablar con él. Su historia era impactante: Nacho Medina partió el 15 de marzo y llegó a Sudáfrica a finales de junio. No se afeitó en todo este tiempo y, además de quedarse sin blanca, perdió diez kilos de peso. No vio la final, pero se marchó con el recuerdo de unas jirafas cruzando la carretera o la imagen imborrable de veinte elefantes a un lado del camino. No eran el gol de Iniesta, pero no está nada mal...

Nacho trabaja en el instituto Conselleria y da clases en un ciclo superior de salvamento del mar. Lo cuenta y explica que también coge olas, y que por eso viaja con cierta frecuencia a destinos como Indonesia a Papúa Nueva Guinea. Después del verano se coge uno o dos meses sin sueldo y se va a ver mundo. Ahora está meditando ir desde Chile hasta Centroamérica. Pero no en Vespa, que ya la vendió y aún recuerda el dolor de muñeca de ir todo el día con la empuñadura del acelerador a tope.

Siempre se ha pagado él sus caprichos. Ahora con su sueldo de funcionario y antes con lo que fuera. Tres veranos los pasó en California, en lugares como La Jolla, entre San Diego y San Francisco, trabajando y surfeando. El billete del avión se lo pagó ganando primero algunos torneos de voley playa en la Comunitat. Nacho no tiene padre y su madre vendía ropa en el mercadillo. A él le dio por el deporte y llegó a ser profesional del voleibol. Jugaba de líbero y alcanzó la División de Honor con el Conqueridor. Un día de temporal estaba en Cullera. Todo el mundo salió corriendo hacia sus casas, pero, de repente, vio bajar a cuatro tipos de una furgoneta con la tabla bajo el brazo. Eran unos chicos que se habían ido a vivir a Londres y que estaban de vacaciones en España. A Nacho le impactó tanto verles salir a surfear que acabó probando y comprándoles una tabla.

Con su trabajo, ahorra y en cuanto reúne tres o cuatro mil euros, sabe que tiene para dos meses de viaje. "Yo, salvo esta casa, no tengo posesiones. Mi dinero me lo gasto en viajar. Y aquí tengo lo justo y muebles de Ikea que me monto yo. Ahora tengo el techo abierto porque un amigo me está ayudando a instalar el aire acondicionado. No gasto mucho". No todo son viajes de larga distancia. Muchos fines de semana viaja por España. Hace tres semanas estuvo en Bilbao. Alguna mañana que tiene libre se va a la Sierra de Irta y, si hace un día propicio, se lanza el mar a pegarse con las olas. Él viaja con un coche ranchera porque dice que las furgonetas consumen mucho y suele volver a casa sin recuerdos. En su salón, tan despejado, solo hay cuatro: un par de figuras metálicas, un collar de los masái y y una figura que recuerda a una concha pero que cuenta Nacho que es una 'moneda' de cobre que vale su peso en trigo.

Odia las redes sociales

Su hermano lleva quince años viviendo en Miami. Nacho cuenta que es gay y que lo pasaba muy mal en una España que aún era muy cavernícola en estos asuntos de género, pero que llegó a Florida, vio que nadie le decía nada y entendió que no quería estar en otra parte. Su madre, Fernanda, ya se ha jubilado y vive muy cerca de su casa. A él le gusta llevársela de viaje, pero después de estar en Egipto al estilo Nacho Medina, dijo que a ella que no la sacaba más de Europa. Aunque también hay días en los que no quiere salir de casa. "Entonces me llaman los amigos y les digo que estoy con la Sole, con la soledad, y me quedó leyendo un libro o meditando".

Nacho no tiene Instagram, ni TikTok, ni le gusta mucho usar el WhatsApp. A él le gusta guardarse las fotos de sus viajes para él y refrescar los recuerdos, abrir los mapas de todo el mundo que tanto le gustan y revisarlos para rememorar los días felices por Asia o África. Pero después de haber visto muchos rincones del mundo, tiene claro que para vivir, lo que se dice vivir y tener un hogar, no cambia València por ninguna parte. Aquí se crio con su madre y con su abuela Fernanda, aquí trabaja y aquí coge cualquier día y se va con un amigo al Mercado Central y después a tomarse una cerveza fresquita. Porque le apasiona viajar, pero aprecia otros placeres más mundanos, como asomarse a su ventana y ver cómo, según el mes que sea, el sol cae por un cubo diferente la Universitat Politècnica.

Nacho, un hombre que sonríe con generosidad, que no parece encallar en problemas que no lo son, que se mantiene en forma a sus 47, no necesita mucho para vivir. Sabe lo que le hace feliz y moldea su vida para colmar esos placeres: una mochila, un coche ranchera y una carretera polvorienta.

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