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DESNUDOS “INAPROPIADOS”

Nippless, un proyecto artístico colectivo para sortear la censura en Instagram

La modelo alcoyana Aina Reig y la agencia Snoop invitan a creadores y fotógrafos a reivindicar “la libertad de expresión en las redes sociales y la misoginia que las rige”

31/05/2018 - 

VALÈNCIA. La reciente sentencia de prisión para el rapero mallorquín Valtonyc o la que todavía pende sobre Pablo Hásel han encendido un debate público en España sobre el uso de la libertad de expresión dentro del ámbito artístico. Corren malos tiempos para la lírica, pero también para mostrar la desnudez de las mujeres. Paradójicamente, la globalización de los flujos de información ha venido acompañada de una nueva forma de censura: la que aplican las propias redes sociales que fomentan la exposición pública de la esfera privada de las personas.

Las fronteras entre el desnudo tolerable y la pornografía se han desdibujado especialmente en este tipo de plataformas, dotadas de equipos de trabajadores y algoritmos informáticos que cierran cuentas y borran cada día cientos de miles de imágenes subidas por sus usuarios. Algunas corresponden a escenas explícitas de violencia o sexo que violan claramente los términos de uso; otras sin embargo son eliminadas por caer en el subjetivo limbo que separa lo estético de lo vulgar. Es muy conocida la polémica generada a raíz de la censura en Facebook de fotos de madres amamantando y mujeres que mostraban los efectos de una mastectomía –ambas situaciones subsanadas posteriormente por la red social-. En consecuencia, durante los últimos años se han organizado diversas campañas contra la excesiva sexualización del cuerpo femenino. Algunas animaban a las mujeres a publicar fotomontajes de sí mismas con recortes de pechos masculinos para cuestionar por qué un pezón femenino justifica eliminar una imagen de una red social, mientras que el de los hombres puede mostrarse sin reparos.

Supervisión manual y automática

Algo muy parecido le ocurrió a la modelo, artista y dj alcoyana Aina Reig cuando Instagram le cerró su primera cuenta en febrero de 2017, perdiendo miles de seguidores de un solo golpe. “Traté de encontrar un mail o teléfono para pedir explicaciones, pero me resultó imposible –explica-. El único modo de comunicarte con ellos es a través de un formulario, al que te contestan con un mensaje automático. Todo lo que me decían es que la causa era la publicación de “contenido pornográfico o violento”, cuando yo solo había publicado semidesnudos artísticos”. A los quince días decidió abrir una segunda cuenta en la que comenzó a “jugar” con los límites normativos de la plataforma: desnudos autocensurados y retratos en los que mostraba unos generosos pechos… de látex. Los contenidos incluían ahora también fotos de objetos morfológicamente traicioneros como tartas con “pezones” o el retrato de una mujer semidesnuda, dentro de otra foto. Todas fueron eliminadas. 

El proyecto Nippless ya había empezado a andar, pero apenas duró unas semanas. No hay tercera sin cuarta, de modo que Reig volvió a las andadas. Esta vez lo ha hecho con un proyecto artístico conjunto con Snoop –una agencia con sede en Barcelona y València, responsable de campañas de publicidad para festivales como Primavera Sound, exposiciones como “David Bowie Is”, además de videoclips para artistas como María Arnal y Marcel Bagés-, con el objetivo de “reivindicar la libertad de expresión en las redes sociales y la misoginia que las rige”. La idea consiste en invitar a artistas y fotógrafos a colaborar en la creación de imágenes y videos capaces de esquivar la normativa de Instagram, pero rozando sus límites. Todas las obras se publicarán en la web de Nippless y formarán parte de una exposición en Barcelona que se pretende itinerar a la Comunitat Valenciana más adelante. Los primeros participantes han sido el fotógrafo de moda Héctor Pozuelo, el británico The London Vagabond , Anabel Navarro y Alberto Feijoo.

La alcoyana se suma de este modo a otras jóvenes influencers y artistas visuales como Rupi Kaur, Alexandra Marzella, Saerah Lee y Arvida Byström, que decidieron en su día desafiar a Instagram desde dentro. Una de las más famosas impulsoras de esta corriente fue Scout Willis, hija de los actores Bruce Willis y Demi Moore, quien publicó hace cuatro años un autorretrato caminando desnuda de cintura para arriba por las calles de Nueva York. Con este gesto criticaba que la red había eliminado previamente una imagen de una camiseta diseñada por ella misma en la que se veía a dos mujeres en topless. “Instagram, no hay manera de contactarte directamente –lamentaba públicamente la actriz-. Me gustaría que me dieras respuesta, ¿por qué me privas de un montón de recuerdos, por qué odias mis pezones”.

No solo “bots”

Como es sabido, las redes sociales utilizan algoritmos de inteligencia artificial capaces de detectar contenidos inapropiados. Empresas como Algorithmia, Clarifai y Sightengine ofrecen este tipo de servicios a webs infantiles, foros de usuarios o plataformas sociales, donde se requiere una supervisión a gran escala de todo tipo de archivos.

Estos bots son cada vez más sofisticados, pero todavía están lejos de ser infalibles, lo que explica casos tan llamativos como la censura de pasteles con formas similares a unos pechos o la eliminación de reproducciones fotográficas de obras maestras del arte como Desnudo recostado de Modigliani o El origen del mundo, de Gustave Courbet.

En cualquier caso, el nuevo “puritanismo” de las redes sociales también lo ejercen personas de carne y hueso, encargadas de revisar contenidos al azar, pero sobre todo aquellos que les llegan en forma de alarmas. Ya lo aclaró Mark Zuckerberg en el año 2014: “Las fotos que revisamos corresponden prácticamente en su totalidad a denuncias de otros miembros de Facebook que se quejan por su publicación”.

Empresas como Web Purify cuentan con equipos humanos que dedican todo el día a revisar imágenes, videos y comentarios de usuarios para descubrir –y eliminar- referencias a drogas, terrorismo, pornografía infantil, amenazas de suicidios, así como gestos o actitudes ofensivas. The Cleaners, un documental estrenado este año en el Festival de Sundance y todavía no distribuido en Europa, retrata el funcionamiento de este tipo de servicios a través de un grupo de subcontratados radicados en Manila.

“Recibo muchos mensajes de gente que cree que lo que quiero es provocar sexualmente, cuando mi intención es justo la contraria –se defiende Aina Reig-. Lo que yo quiero es reclamar la neutralización de los sexos. Reivindico la naturalidad y la desexualización del cuerpo de la mujer. Creo que parte del problema está también en el hecho de que la imagen que ofrezco no encaja con la de la típica modelo maniquí que enseña ropa de marca. No hago ganar dinero a nadie”.

Allá por los años noventa, antes de que existieran las redes sociales tal y como hoy las conocemos, la pintora, poetisa y performer valenciana Ana Elena Pena ya trabajaba con tabúes como la menstruación femenina. “Antes había más libertad, quizás porque lo que hacíamos no se proyectaba mucho más allá de los círculos artísticos y de gente de nuestra onda. No teníamos miedo a nada porque no había móviles ni redes. Ahora tienes que tener cuidado con todo, existe una enorme autocensura. Yo, sin ir más lejos, ya no trabajo determinados contenidos. No solo pasa con imágenes, sino con poemas o incluso pensamientos que haces públicos. Existe una ola de ofendiditis muy cansina, y que viene tanto de sectores conservadores como progresistas. Así es imposible practicar la libertad de expresión”.

Foto: Samuel Domingo

La historiadora y activista feminista María Bastarós, ofrece otro punto de vista sobre este tipo de campañas críticas en las redes: “La hipersexualización de los cuerpos femeninos y la estigmatización de cosas tan naturales como la menstruación es otra manifestación más de la deshumanización de las mujeres y la necesidad de construirlas como “el otro”. Esto no sólo tiene consecuencias políticas -que se considere que los cuerpos de las mujeres son territorio de legislación, susceptibles de tutela, constante objeto de opinión, etc-, sino que además tiene consecuencias que pueden limitarnos como sujetos artísticos. Creo que tiene mucho valor político que haya artistas mujeres que, desde los inicios del arte feminista en los sesenta, construyan su obra como un diálogo sobre las condiciones que nos son impuestas a las mujeres, y creo que, a nivel moral, la autocensura -refiriéndome aquí a las normas sobre desnudos de Facebook e Instagram- es algo que debemos negarnos a nosotras mismas por una cuestión de principios, pero a la vez pienso que en ocasiones se peca de una iconografía un tanto limitada. Creo que tanto la censura ajena como la respuesta en forma de hiperproducción de imágenes centradas en ser mujer tienen consecuencias limitantes a niveles creativos”.


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