Con fabulosas habitaciones, un desayuno memorable y uno de los mejores restaurantes de la ciudad en la planta baja.
Todavía estamos recuperándonos de las navidades. Algunos con los buenos propósitos que esperamos cumplir, otros con la depre post-vacacional. Lo cierto es que enero se hace cuesta arriba y poco ayuda que el próximo lunes sea considerado como el Blue Monday. Y lo es nada menos que porque es un día frío, es lunes y es cuando nos damos cuenta de que hemos gastado por encima de nuestras posibilidades. O eso dice el psicólogo que se lo inventó. Aunque cuentan que utilizó una ecuación matemática...
Sea como fuere, el nuevo año ya es una realidad. Y hayas sido bueno, se hayan portado bien los Reyes Magos contigo, a estas alturas ya no importa. Así que vamos a darle la vuelta a la tortilla, a dejar de lado eso que nos quieren hacer entrar en la cabeza y sobreponernos al que dicen que es el día más triste del año. ¿Cómo? Pues pensando en la próxima escapada. Hedonista, por supuesto, que aquí hemos venido a disfrutar.
Ponemos rumbo a la fascinante ciudad de San Sebastián, la gran dama del norte del país y la capital donostiarra. Anda que no hemos disfrutado allí, aunque también es cierto, que uno de los ejercicios más divertidos de la ciudad, el irse de pintxos, ahora hay que hacerlo armaditos de paciencia, porque tela la de gente que hay. No importa el día. Así que vamos a tomárnoslo con calma e irnos a un santuario urbano, un hotel de esos de los que uno no quiere ni salir, porque tiene dentro de él todo lo que necesita para ser feliz.
Se llama Arbaso y en la calle Hondarribia y frente a la icónica Catedral del Buen Pastor, es una oda a la propia ciudad y paisajes vascos. Es en sí una joya para los amantes de la hotelería de lujo -pero del silencio, como nos gusta-, la arquitectura y el diseño. Y eso lo ves nada más traspasas esa bellísima fachada original del 1917, que se mantuvo intacta mientras se levantaba el hotel y se le daba forma por dentro. Su propio nombre quiere decir ancestros en euskera y esa ya es una declaración de intenciones, porque nacía -a principios de 2020- como un homenaje a la cultura y las tradiciones del País Vasco y al progenitor de las tres hermanas que lo regentan.
Volvamos a la puerta. Una vez dentro, te invade una sensación de hogar, que viene a ser como si te adentrases en un caserío vasco en plena ciudad. El check-in se hace sobre una mesa de madera, que bien podría ser la mesa de un comedor, sin toda esa parafernalia que a veces llevan intrínsecos los hoteles al darte la bienvenida. En ese mismo salón, dos sofás y una chimenea, junto a la que querremos pasar un rato más tarde.
Cuando te dan la llave del nirvana -tu habitación-, todo es una sorpresa. Por la propia disposición del edificio y su fachada, cada habitación es diferente. Los verdaderos frikis del diseño reconocerán muchas piezas dentro de cada una. Lo que sí es común a todas, son esos colores y materiales que conectan con la naturaleza y con la filosofía del hotel. Minimalismo, paredes verde bosque, lámparas de diseño, cabeceros de cuero y alguna que otra pieza local, como la butaca Remos de Cuerum Donostia, hecha en exclusiva para el hotel, en madera de roble y tapizada en cuero, que cualquiera quisiera llevarse a casa.
Más razones para no querer salir de allí, el salón chimenea, la pequeña sauna y por supuesto, Narru, que muy acertadamente se unió a este hotel para ocupar toda la parte baja junto a la recepción. Ambos compartían forma de ver las cosas -sostenibilidad, entorno, temporada-, así que todo iba a ir sobre ruedas. Y vaya si lo hace, porque el restaurante de Iñigo Peña va como un tiro. Y lo bonito es que se consigue una mezcolanza entre internacionales y locales de lo más apetecible. En formato bar y en formato restaurante. Y lo mejor es que hay para todos los gustos y momentos, desde probar las croquetas de jamón ibérico o el pincho de tortilla -de las mejores de San Sebastián-, hasta darse un homenaje de producto o disfrutar de la tradición, con toques de creatividad, con el degustación.
Ventresca de atún aliñada, salpicón de bogavante del Cantábrico, alcachofas y borraja, el celebrado ravioli de rabo de toro, foie y trufa... Y seguir con sus kokotxas de merluza en tres elaboraciones, pescados a la parrilla -besugo, lenguado y hasta rodaballo- o una txuleta de Guikar con sus pimientos del piquillo. ¿De postre? El coulant de avellana y cítricos, una tarta de manzana y helado de leche -ambos espectaculares- o una tabla de quesos Elkano1, ahora en manos de los continuadores del gran Ramón Lizeaga.
No queda aquí la cosa con Narru. A la mañana siguiente y tras un reparador descanso, te espera el desayuno. EL desayuno. Tienen dos opciones, el degustación y el desayuno a la carta. El primero es todo un despliegue, como su propio nombre indica, que incluye fruta fresca de temporada, yogur natural Goenaga con granola casera, una tabla de embutidos de los buenos, bollería y panes... Y una elección de tostada o huevos.
En el de la carta entran en juego otras opciones. Croissant a la plancha o relleno, sandwich mixto con huevo -delicia-, tostada con aguacate y salmón ahumado, otra con tomate y paleta ibérica de Carrasco y la joya de la corona, los huevos Narru, una versión de los benedictine con huevo escalfado, holandesa y cabezada de cerdo. Y a mí no se me ocurre una forma mejor de empezar el día, el año y darle carpetazo al Blue Monday de marras.