Hoy es 3 de octubre
Puedo escribir los versos más tristes esta mañana que les escribo, o en la noche del sábado que engendré este artículo. Pensar que el mundo giraba conmigo mientras las estrellas danzaban caprichosamente en ese cielo que nos pertenecía y nos pertenecerá siempre. Neruda puso algunas letras de aquellos viejos poemas que rodeaban las viejas luchas.
Qué extraño el estado de ánimo de ahora mismo. Qué fuerte tu amarga sonrisa. Tu mirada triste. Qué mierda los cambios de la vida, de la rutina, de ese constante pasar del tiempo. Ha pasado una semana desde el gran cambio que, por cierto, se asume como alternancia democrática. Pero va mucho más allá. Lógicamente. Y, -¿sabes?- hay una luna que no deja de brillar, y unas cuantas estrellas.
Quienes venimos de antiguas luchas y de todas las trincheras, sabemos que la vida son ciclos. Pero, que en pleno siglo XXI, regresemos a las mismas represiones y humillaciones, no tiene sentido. ¿Hacia dónde vamos, hacia dónde transita esta sociedad? La respuesta, hoy, y antes, está en el viento. Como estaba en la bellísima canción de Bob Dylan. La respuesta sigue flotando, jodidamente, en el viento.
Ayer, domingo, pasé el amanecer con mi perro Pancho en el Parque Ribalta. El mejor espacio verde de Castelló. Espero que el nuevo gobierno de la derecha y su ultraderecha respeten al máximo el gran valor verde y sostenible de este parque, imprescindible para el gozo y el respiro ciudadano.
Esta última semana he vuelto a leer La Caverna, de José Saramago. Se trata de un libro que entró en mi vida hace más de veinte años y que siempre regresa. Se trata de una novela publicada en 2000. Es brutal. Es un alegoría, incluso, distopía, de la vida que espera a una sociedad sometida al gran capital, a las grandes extensiones comerciales, a los nuevos diseños de grandes ciudades con una convivencia ficticia, con espacios comunes para una supuesta vida compartida. Y todo en el extrarradio de las ciudades sin corazón.
Este domingo, después de una semana intensa y extensa, me he dedicado a cocinar junto a mi vecina. La verdad es que seguimos superando historias bellísimas. Hemos elaborado un arroz al horno de homenaje a mi abuela Pepica, con los restos de un puchero, con sus garbanzos, su morcilla y magro, cocidos, su calabaza, su tomate, sus patatas y sus ajos.
No hay nada mejor para combatir y rebajar la tristeza que este arroz, penetrando una cuchara, acompañarnos de la corteza de un limón, y elevarnos cuando el arroz entra en nuestra boca. No hay nada mejor.
Mi vecina está bien porque la vida son continuos ciclos. Ella es siempre positiva. Está triste porque sus hijos y nietos han perdido, porque yo estoy en la misma onda de su familia. Tras sufrir hace una semana historias tremendas y, tras reflexionar otra semana, nos sentimos jodidas, pero muy valientes y espléndidas.
Las mujeres de nuestras generaciones comprendimos hace tiempo que somos mujeres empoderadas, que conservamos el derecho de expresarnos y de gritar que somos mujeres libres. Ayer, domingo, izamos todas las banderas y cocinamos un perfecto arroz al horno. Tan perfecto que nos vinimos arriba criticando todo, absolutamente todo.
Hoy seguimos izando todas las banderas. Mi vecina, además, está tristemente alegre, compartiendo que nada se pierde cuando la derecha lleva demasiados años ganando y perdiendo. Demasiados años ofreciendo una falsa tolerancia y una convivencia imperfecta.
Bueno, despedimos la tarde del domingo, hemos paseado por ese parque Ribalta que nos entusiasma. Llegamos a casa, en silencio y, vaya, un poco desconcertadas.
Llegamos a casa sintiendo el peso que nos resta la respiración. No se olviden, a partir del día 17 de junio nos espera un nuevo ciclo. Una nueva forma de respirar y de vivir colectivamente. Cuídense. Buen lunes, buena suerte.