A los siete años Laia ya pedía callos, los de Mas de Picando. Me llevó a esta masía del término municipal de Les Useres y el único requisito era pedir los callos.
A diferencia de Laia yo no desarrollé mi gusto por las vísceras a tan temprana edad. ¿Están bien limpios? ¿Son sabrosos? ¿Me van a gustar? No siempre una está preparada para ingerir los pedazos de estómago guisados. En discordancia con Laia, mis recuerdos de infancia están poco relacionados con los callos.
Su abuelo incluso un día llegó a pedirlos de cordero y mandó volver a cocinarlos pero de cerdo, se había acostumbrado a su sabor. Estos callos marcan la tipicidad de las recetas familiares, hechas con cariño y paciencia heredada de la abuela Joaquina Aparici a su hija Tonica Dols que ahora cocina junto a su hijo Javier Branchadell. Frescos y hervidos a baja temperatura, de ternera, con jamón sofrito y algo de cayena. El plato perfecto para secar la humedad del chaparrón torrencial que nos empapó enteras a escasos cien metros, entre el coche y la puerta del restaurante.