VALÈNCIA. En cuestión de segundos, una simple llamada puede cambiarte la vida, sobre todo si en ella se trasmite un mensaje ansiado durante décadas. Una afirmación cuya larga y asfixiante espera ha causado 83 años de dolor, de frustración y de desesperanza ante un deseo que parecía no llegar nunca. Pero, a veces, la vida sorprende cuando uno menos confía y al otro lado del teléfono se pronuncian las palabras a partir de las cuales ya nada será igual.
"Fue el 1 de junio a las 14 horas. Recibí una llamada de la consellera Rosa Pérez preguntando por mi tío, que fue quien donó el ADN. Me dijo que me llamaba para comunicarme que mi bisabuelo había sido identificado. No me lo esperaba, no pude articular palabra, empecé a llorar y no podía parar. No daba crédito y lo primero que hice fue avisar a mi tío, que era su nieto. Le dije 'ha aparecido, lo hemos conseguido, lo hemos recuperado'", recuerda emocionada Nathalie Martínez, bisnieta de Francisco Arnal Moreno.
Como la suya, otras tres familias pudieron experimentar esa mezcla intensa de emociones, en concreto las de Josep Brell Pinyol, Ernesto Fabra Hernandis y Francesc Gregori Chulià. Todos ellos fueron fusilados en 1940 por el régimen franquista y desde entonces permanecían en la fosa 126 del cementerio de Paterna, la más grande de toda la Comunitat Valenciana con 243 víctimas, de las que se han recuperado 144. Al fin, el pasado domingo cuatro de ellas pudieron regresar a casa y sus cuerpos fueron entregados en un acto-homenaje que permitió sanar una herida abierta, poniendo fin a un oscuro capítulo que no se debe olvidar.
En total, 2.238 fueron las personas asesinadas en Paterna entre 1939 y 1956 como consecuencia de la represión de la dictadura. Supone mucho más que una mera cifra, pues detrás de cada una hay una historia que refleja el horror vivido.
Tal y como explica Nathalie Martínez, su bisabuelo fue fusilado el 11 de septiembre de 1940. Tanto él como su hijo habían estado involucrados en la política local y la Guerra Civil estalló cuando el joven se encontraba haciendo el servicio militar, por lo que se unió al frente. Cuando fueron a arrestarlo no estaba en casa y, al no poder llevárselo, optaron por detener a Francisco Arnal, a quien sometieron a un juicio rápido que tuvo como resultado la orden de ejecución. Su hijo trató de impedirlo al entregarse, pero fue enviado durante un año y medio a un campo de concentración en Navarra.
"Esto no fue un hecho individual, nos afecta colectivamente a la sociedad y no hay que tener miedo a verbalizar, a opinar, a ayudar ni a reivindicar. La importancia de la Ley de la Memoria Histórica es que no se olvide para que no se repita y que se sepa la verdad", defiende.
Por eso, insiste en la importancia de que los más jóvenes conozcan el pasado: "Cuando hablamos de la memoria histórica hablamos del legado que dejamos a las siguientes generaciones y es importante que sepan de qué estamos hablando: no de venganza ni rencor, sino de una herida que hay que cerrar para poder construir de manera sana una sociedad más igual, más democrática, más justa. Mis hijos me han dado una gran lección, yo siempre les he pedido permiso para hablarles de este tema porque es difícil de digerir y están muy orgullosos, me decían 'estamos aquí porque es nuestro antepasado'. No lo heredan con el dolor, pero sí con la seriedad que debe darse, entienden y no les cuesta entender, no tienen tintes ideológicos. Para ellos es algo que no tenía que haber pasado", afirma.
Al igual que Nathalie, Ernesto Fabra también ha podido cerrar el duelo y ya ha dado sepultura a su abuelo, con quien comparte nombre. En 1940, tenía 32 años y estaba encerrado en Paterna. Allí, fue fusilado sin previo aviso y su familia se topó con el desastre al realizar una visita. A partir de ese momento, su hijo se vio obligado a dejar la escuela a una edad temprana para trabajar y sacar adelante a su madre y su hermana.
"Mi padre estaba orgulloso, siempre ha luchado para identificarlo y traerlo a Albalat de la Ribera y prometió que lo seguiría visitando, pero murió en el 92. Mi padre ya no está desde hace 31 años, pero hice que estuviera en el acto porque me llevé una foto suya para que estuviera presente. Después de 83 años, me daban los restos y mi abuelo volvía al pueblo. He ido a la tumba de mi padre, él era mi mejor amigo, y le he dicho 'padre, se ha conseguido'. Ya puede estar tranquilo porque está descansando en paz", comparte.
Además, él mismo fue quien dio el ADN y quien recibió las noticias: "Era una cosa inimaginable, no me lo creía. De todos habían encontrado a cuatro y uno de ellos era muy abuelo, llamé a toda la familia y fue una revolución de alegría. Tienen que seguir luchando todo lo que puedan para cerrar un capitulo que nadie desearía que hubiera pasado, ojalá todos puedan encontrarlos", señala.
Este avance abre la puerta a la esperanza y hace que el resto de integrantes de la Asociación de Familiares de la Fosa 126 —bautizada la fosa de la terra por el oficio agrícola de la mayoría de víctimas— vean que no es imposible. María Navarro, su presidenta, constituyó la agrupación en 2018 para localizar a su abuelo. Empezó sola y ahora ya son más de 109 familias unidas que sueñan con tener la suerte de encontrar a sus seres queridos y poner fin a una búsqueda incansable.
Tal y como subraya, en casa jamás se hablaba del tema: "Empiezas a preguntar y te dicen que de eso no se habla. Eran silencios de protección, la represión estuvo muy bien hecha porque las viudas luchaban por sobrevivir y encima agachaban la cabeza. Pero nuestra generación es diferente, yo he llorado mucho pero lo he traducido en sacarles justicia. Quisieron invisibilizarlos y ahora son nuestros referentes. Hay muchos hijos e hijas que no han llegado a tiempo de ver la reparación, la democracia tendría que habernos dicho 'aquí los tenéis', pero no lo ha hecho la administración, sino la sociedad civil", asegura.
"El domingo fue un día que piensas que no va a llegar. Fue una satisfacción inmensa, tengo el alma llena y serena, porque por lo menos a cuatro personas inocentes se les ha vuelto a poner nombre y apellidos y sus familias las han abrazado. Fue muy duro, muy triste, pero a la vez un triunfo de justicia poética. Son emociones agridulces, tenemos que continuar porque tenemos que recuperar a los nuestros; es un derecho después de habernos privado de conocerlos", insiste.
Así pues, se trata del inicio de un camino en el que todavía queda mucho por recorrer, pues se han identificado a cuatro aunque todavía quedan 140. Una complicada carrera contrarreloj que iniciaron personas vinculadas por una tragedia, ahora convertidas en una gran familia que se supera cada día y en la que estar juntos significa ser más fuertes.