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crónicas por los otros / OPINIÓN

Dos años de amor

Tal día como hoy hace dos años empezaba el mejor viaje de mi vida. Quienes habéis emprendido este viaje sabéis de qué hablo. Quienes no os habéis subido a él quizá penséis que lo sobrevaloro. Emprender el viaje de la maternidad sigue siendo la experiencia más intensa y completa de mi vida. Una experiencia que volvería a vivir una y mil veces.

27/01/2018 - 

Hoy mi niña cumple dos años. Dos años llenos de amor. Dos años llenos de vida. Dos años donde no ha podido recibir más y mejor amor. Cuando la beso, la abrazo, la acaricio y la cuido inevitablemente pienso en los niños y niñas que lloran de noche y nadie les acuna.

Niños y niñas que nadie besa, que nadie abraza, que nadie les cuenta un cuento o les acompaña cuando van a dormir, que nadie les prepara la comida y comen solos, que no tienen consuelo cuando caen malitos, que sobreviven solos y que, en definitiva, respiran el abandono al que están sometidos tengan o no tengan familia detrás de ellos.

Cada noche cuando mi hija llora, mis brazos la acurrucan. Cada vez que tiene hambre, come. Cada vez que quiere jugar, tiene juguetes. Cada vez que se mancha tiene ropa limpia para cambiarla. Pero no todos ni todas las niñas tienen esa suerte.

Mi hija, LeoKhadija (Leo en España, Didda en Kenia), tiene una vida entre algodones. Una vida que muchos niños y niñas no tienen. Una vida de excesos tanto materiales como afectivos. Una vida similar a la que yo he tenido y radicalmente opuesta a la que tuvo su papá. Porque existen muchos niños y niñas que no viven entre algodones.

Su papá es el menor de 9 hermanos de una de las familias numerosas y pobres de Lamu. Su papá tuvo una infancia muy alejada de la nuestra. Nada que ver con los  algodones que nosotras hemos tenido. La infancia de su papá estuvo rodeada de amor y de pobreza también.

Una infancia donde el primero que se sentaba en la mesa comía, y si llegaba tarde se quedaba sin comida porque no había comida para todos. Una infancia sin juguetes, sin una cama propia porque hasta las camas se compartían, una infancia sin protección, una infancia donde los niños y las niñas empiezan pronto a lidiar con la vida de los mayores. Una infancia a caballo entre la escuela y el trabajo porque cuando se acababa la escuela, se iba a trabajar y buscar ingresos o comida para la casa.

Dos estilo de vida y dos infancias totalmente alejadas. La infancia del papá y de su hija nada tienen que ver. Una infancia que cuando ella sea consciente de todo, y de lo dura que puede llegar  a ser la vida,  estará orgullosa de tener un padre como el suyo. Un papá que salió de pobre por si solo. Un papá nacido en la isla de Lamu, en Kenia y que emigró durante más de 20 años a EEUU.

Un papá que ha vivido muchos años fuera del sistema. Un papá con un estilo de vida muy particular. Un papá que es un alma libre. Un papá con las rastas más largas y con el corazón más grande que pueda imaginar.

Porque su papá es un ser generoso y agradecido a la vida y desde su humilde posición levantó una escuela para los niños y niñas de su isla que son pobres como el había sido. Una escuelita que se ha convertido el un hogar para estos niños/as. 

Y por eso, su papá, Omar Islam Ali, esta semana recibirá el premio Fundación Bancaja- Fundación por la Justicia. Un reconocimiento a todo su trabajo como emprendedor social por toda su labor y su trabajo incansable que realiza para su comunidad a través de la escuela que levantó hace casi 10 años. La escuela Twashukuru en Lamu. La escuela a la que ha estado yendo mi hija cuando hemos vivido en Lamu. Una escuela que soñaría con tener en Valencia y poder celebrar su cumpleaños allí.

27 enero 2016

Ya han pasado dos años desde que fui mamá, un 27 de enero de 2016 que pasará a mi historia. Un 27 de enero que nunca olvidaré. Un 27 de enero mágico y maravilloso. Un 27 de enero que recuerdo como el día más feliz de mi vida, sin duda alguna.

Dos años después es cuando empiezo a tener algo más de estabilidad, calma y sosiego para hablar de la maternidad con cierta perspectiva y con algo más de experiencia. Una estabilidad que quizá sea también porque he decidido volver a las rutinas de mi vida de siempre, de mi entorno de siempre y con mi gente de siempre. Todo ayuda y todo suma a este sosiego del que hablo.

Porque vivir la maternidad recién estrenada en un entorno tan diferente al mío como es la isla de Lamu, no ha sido nada fácil. Ha sido una experiencia donde he tenido que enfrentarme a un sinfín de miedos y de inseguridades que vienen solos con la maternidad pero que se agudizan más cuando cambiamos de contexto. Ha sido una decisión tomada desde la libertad y ha sido una experiencia y una vivencia que me ha ayudado a crecer, a ser más consciente de donde vengo y tener más claro dónde quiero llegar,  o dirigir ahora mi vida, de la mano de mi hija.

Hoy mi hija LeoKhadija cumple dos años. Y reconoceré en mi una frase muy de madre: “Ha pasado el tiempo sin darme cuenta. Dos años intensos y llenos de vida que hemos vivido a caballo entre aquí y allí. Desde que nació Didda hemos pasado la mitad  del tiempo allí, en Lamu, y la mitad del tiempo aquí , en Valencia, con todo lo que eso implica y conlleva.

Dos años llenos de cambios y de contrastes de todo tipo que desestabilizaría a cualquiera  y que, de momento, ha sido nuestra rutina.

Dos años con más horas de vuelos,  de viajes y de maletas  hechas y deshechas que nunca hubiera podido imaginar. Dos años viviendo en ambientes radicalmente opuestos y dos años con sensaciones de todo tipo. Dos años queriendo estar aquí y allí en todo momento. Dos años viviendo una maternidad poco convencional.

La  maternidad que he elegido es una maternidad, como ya he contado en varias ocasiones, muy sacrificada pero una maternidad pensada. Y solo por ello me siento una privilegiada. Sobre todo porque después de dos años sigo eligiendo. Seguimos con el colecho y seguimos unidas por la lactancia aunque cada vez va a menos. Y poco a poco cada una de las dos vamos encontrando nuestro espacio y nuestros momentos separadas físicamente aunque unidas emocionalmente en todo momento. Una sensación que me ha venido de la mano de la maternidad

Yo sigo viendo y viviendo la maternidad como una maravilla de la naturaleza, dura y sacrificada pero maravillosa.

Me da la sensación que de un tiempo a esta parte está de moda hablar de los mitos de la maternidad y mostrar la parte más negativa como si nadie lo supiera. Está de sobra. Ni la maternidad exaltada ni la maternidad detractada me convencen. La maternidad tiene aspectos tan positivos como negativos según los referentes que tengamos y los cambios que nos resistamos a hacer porque la maternidad implica cambios de manera natural. Si vamos contra la naturaleza empiezan los problemas y las frustraciones.

Hoy, dos años después, reviso fotos, y recuerdo momentos de mi maternidad recién estrenada. Si volviera a ser mamá creo que repetiría casi todo lo que he ido viviendo en este tiempo pero estoy segura que con más experiencia y seguridad. A veces recuerdo momentos donde no me reconozco, donde vivía en una montaña rusa que, imagino, mucho tiene que ver con el tema hormonal. Momentos cargados de inseguridad y de miedos, de excitación y felicidad plena que volvería a vivir una y otra vez.

Felicidades LeoKhadija

La semana que viene… ¡más!

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