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el callejero

El filósofo de la fotografía

Foto: KIKE TABERNER
20/02/2022 - 

VALÈNCIA. Resulta difícil imaginarse que en la modesta calle del Pare Vicent, detrás de esa entrada coronada por un cartel de fontanería puesto del revés, se esconde un santuario de la fotografía. Allí dentro, ajeno al trajín del mundo exterior, ensimismado con su trabajo, José Manuel Madrona puede estar con unos guantes de silicona puestos para sujetar con la yema del pulgar y el índice, con suma delicadeza, los negativos que le llegaron hace poco dentro de una caja de latón en los que se atisban imágenes de los viajes que hizo por Europa, en los años 50, un hombre desconocido. Y cómo chasquea la lengua porque desaprueba que esta colección esté tan mal conservada, con un rollo de película sujeto con una goma o los negativos del viaje a Atenas con una Leica al cuello metidos en un bote cerrado durante años.

Madrona, que tiene 46 años y un rostro de hombre paciente y bondadoso, posee un estudio de fotografía que es un referente en toda España. Ahí ha encerrado su vasto conocimiento adquirido durante años a base de leer, estudiar y probar. Antes lo utilizaba únicamente como laboratorio, pero desde hace dos años lo ha abierto al público interesado en la fotografía analógica. No presume mucho, pero después de una larga conversación se deduce que es un superdotado en la restauración fotográfica. 

Y allí puede entrar un chaval que ha decidido probar la cámara de su abuelo, un reputado fotógrafo que confía en su buena mano para editar la obra que va a llevar a una exposición, o la familia del mismísimo Francesc Jarque (1940-2016), uno de los grandes fotógrafos valencianos, para que José Manuel haga las tareas de acondicionamiento, conservación y certificación de una carpeta con un centenar de fotografías que aparecieron después de la muerte de este hombre fundamental en la transmisión de las tradiciones valencianas a través de su obra.

Foto: KIKE TABERNER
"Este es uno de los pocos laboratorios funcionales que hay en toda España. Normalmente el cliente que viene aquí no hace 36 fotos sino que selecciona algo que le gustaría tenerlo en un formato más grande, o que quiere hacer una exposición y viene a seriar la obra", especifica Madrona, que se aficionó a la fotografía desde la adolescencia, cuando le birló la cámara a su hermana para ir capturando imágenes, una cámara compacta y barata que, más adelante, le gustaba llevarse a los conciertos. 

"Ahí me di cuenta de que se me daba bien encuadrar. No le di mucha importancia, aunque yo siempre he tenido una necesidad de comunicar. Con la poesía, con el teatro... Soy un poquito (y entonces hay unas décimas de segundo de duda antes de atreverse con la palabra) renacentista. He intentado tocar muchos palos para encontrar una vía que me permitiera comunicar lo que yo quería. Todas fueron estériles, excepto la fotografía. El fotográfico es un lenguaje que me ayuda a comunicar lo que quiero".

Joyero, técnico, actor...

Pero la fotografía, durante lustros, solo fue una carretera secundaria por la que transitaba cuando acababa de trabajar. La vida de José Manuel está trufada de empleos variopintos. Muchos y muy diferentes. Porque cuando dejó los estudios de muy joven, con solo 16 años, entendió que, a cambio, tenía que ponerse a trabajar. Sus padres pensaron que el chaval reconsideraría su decisión en cuanto tuviera que ir dos semanas seguidas a ganarse el jornal, pero no contaban con que su hijo es muy tenaz. Pero su preocupación era lícita. Madrona es hijo de un matrimonio de la posguerra formado por un peón de la Ford y una ama de casa, una de esas familias donde nunca ha faltado un plato de caliente en la mesa, pero donde tampoco ha sobrado nada.

Foto: KIKE TABERNER
Su primer empleo fue de aprendiz en un taller de alta joyería. Era muy joven pero eso tenía una ventaja: el empresario se llevaba una subvención por contratar a un menor de edad. Así que el día que cumplió los 18 años, le dieron las gracias y un apretón de manos de despedida. "La verdad es que ese trabajo me encantaba. Lo manual siempre me ha gustado y tengo una habilidad innata", recuerda.

El dinero que consiguió ahorrar en la joyería lo invirtió en estudios de electrónica industrial que le permitieron reengancharse al mundo laboral en un taller de reparación informática. "Me hice especialista en reparación de monitores de ordenador y llegué a un punto que se me daba muy bien, y en España, cuando había un problema que nadie podía solucionar, el último eslabón antes de darlo por perdido era yo. Tenía un estatus profesional importante hasta que la tecnología cambió a partir del año 2000 y todos esos conocimientos quedaron en desuso".

Nunca la asustó el desempleo. Madrona ha exhibido a lo largo de su vida una capacidad de regeneración reptiliana. Y si de la joyería pasó a las máquinas, de las máquinas pasó a las tablas del teatro. Ahí creía haber encontrado un lugar donde comunicarse y donde extraer toda su creatividad, y llegó incluso a estudiar arte dramático, pero este nuevo oficio le presentó un obstáculo insalvable: José Manuel era incapaz de memorizar el texto completo de una obra. Así que tuvo que bajarse del escenario para sacarse un dinero como microfonista en el Olympia.

Mientras, seguía experimentando con la fotografía. A los 22 años, este fotógrafo autodidacta se compró su primera máquina, una cámara con lentes de plástico. "Me ofrecía libertad a la hora de trabajar. Una vez aprendida lo que es la fotografía y cómo funciona una cámara de verdad, me gustaba mucho el juego que me ofrecían y el reto de tener una máquina con la que no puedes hacer todo lo que tú quieres, sino que tiene unas limitaciones, y dentro de ese entorno es en el que intentas hacer fotografía y expresarte. Era un mecanismo que me atraía mucho".

Es clásico, no nostálgico

Del teatro pasó a unos grandes almacenes, que es como llama todo el mundo a El Corte Inglés. Él, que es un enamorado de la literatura, fantaseaba con acabar en la sección de libros, pero sus superiores miraron su currículo, vieron su experiencia como técnico y acabó en informática. Después de unos años, acabó su contrato y se tuvo que buscar la vida. Su siguiente destino fue un hospital. José Manuel se dedicaba al mantenimiento de las impresoras y los equipos del Arnau de Vilanova, y lo mismo pasaba por Urgencias, que entraba en un quirófano en mitad de una operación, que le llamaban de la planta de traumatología.

Aunque la fotografía le cogía del cuello y estiraba cada vez más fuerte. Madrona comenzó a instruirse en las técnicas históricas de fotografía. Indagó sobre las técnicas primigenias de finales del siglo XIX y principios del XX. Sentía que nadaba a contracorriente en un mundo cada vez más impaciente y tecnológico.


 "Quiero dejar claro que nunca me ha gustado el concepto de nostalgia, que siempre te lleva a un lugar que no me gusta. Pero en un momento en el que ya resulta extraño hablar de película fotográfica, recuperar técnicas antiguas de fotografía sobre cristal, o sobre papel, me ofrece una nueva vieja visión que es compatible con una expresión contemporánea. Cuando todo el mundo utiliza las mismas máquinas, cuando todo el mundo usa los mismos mecanismos, el nivel de creatividad está más acotado. Introducir estas técnicas pone en valor al fotógrafo porque son muy personales y muy manuales, y por otro lado ofrecen una visión diferente con otras herramientas de nuestra realidad. Para mí la fotografía es nuestra realidad. No me interesa el siglo XX, ni el siglo XIX a nivel de nostalgia, yo hablo del día de hoy".

Madrona ha iniciado la inmersión en su mundo interior y no va a ser fácil seguirle. Se pone profundo, técnico y empieza a hablar de detalles ante los que el fotógrafo, el del periódico, asiente, pero ante los que el periodista solo encuentra confusión y se siente aturdido. José Manuel, a la pregunta tópica de qué cámara utiliza, responde que él hace fotografía sin cámaras.

Y a partir de ahí se hace la oscuridad.

Madrona entra en una serie de tecnicismos indescifrables para un profano. Así que toca despejar el balón de un punterón. Preguntar por otra cosa y pasar página cuanto antes. Cuenta entonces que todos los aparatos que hay en su laboratorio, donde se tira horas y horas trabajando y revelando bajo esa luz roja tan fascinante y fotogénica, mientras escucha a Glenn Gould crear emociones con su piano y unas partituras de Bach, los ha ido recolectando pacientemente desde hace más de diez años. Tenía claro cómo tenía que ser su espacio de trabajo para acabar teniendo su anhelado laboratorio funcional.

Foto: KIKE TABERNER

Pero no es una talibán de la fotografía analógica. Y entiende que un fotoperiodista utilice máquinas modernas y automáticas porque tiene una urgencia que no angustia al artista, a quien obsesionan otras preocupaciones. Que él ha tirado por lo clásico no por nostalgia, como ya había advertido, sino porque ensambla mejor con su concepto de capturar imágenes. "El discurso de si es mejor lo digital o lo analógico es un discurso estéril que no nos lleva a ninguna parte. Ambos son buenos, ambos tienen sus ventajas y sus inconvenientes, pero con cada uno le puedes dar una sensación diferente. Cuando todo el mundo utiliza las mismas herramientas y fotografía lo mismo, todo se convierte en algo muy regular. Sin embargo, una copia en papel, por más que tú edites, no tiene nada que ver. Yo encuentro una calidez que no encuentro en la fotografía digital, que me parece más fría, aunque, bien trabajada, te puede llevar a donde quieras".

El contraste con su hijo de 18 años

Y este aire retro que le envuelve tampoco entra en conflicto con sus hijos, con Pau y, sobre todo, con Martín, que ya tiene 18 años y forma parte de esa generación que acumula miles de fotos en el móvil. "Ese contraste con la generación de la inmediatez y de los móviles no me preocupa. No la juzgo. Mi presente y su presente coinciden, pero nuestras realidades no. Martín entiende mi pasión por la fotografía analógica igual que yo entiendo sus necesidades prácticas. Y ambas son buenas. Si no estaríamos siempre en el mismo bucle". Y entonces, como para aclarar que no es un bicho raro, un hombre decimonónico y desubicado, cuenta que también le encanta hacer fotos con el teléfono y que alimenta dos cuentas de Instagram.

Pero advierte, como hace desde hace años el fotógrafo Txema Rodríguez, que esta generación corre el riesgo, al fiarlo todo a la tecnología y a teléfonos que un día se pierden o se caen al mar, de pasar a la historia sin memoria gráfica. Madrona añade otro inconveniente. "Una de las bases que tiene este estudio no es solo cubrir una necesidad que es menor y existe, es trabajar en contra de la desmemoria. El problema que tiene la facilidad para acumular y hacer fotos es que muchas veces las fotos se convierten en capas de sustratos que se van superponiendo y luego son imposibles de encontrar, salvo que seas muy disciplinado. La gente hace fotos a todo, y eso no está mal, pero luego las abandona en un disco duro y tres años después desconoces las fotos que tienes. Por eso, para mí, capturar la imagen de un modo más selectivo y luego poderla pasar a un soporte como el papel fotográfico, cobra valor".


José Manuel Madrona, que se hace sus propias cámaras y sus lentes a partir de una pieza de metacrilato y que le gusta la fotografía intencionadamente desenfocada, como hecha por un miope, ha dedicado muchas horas a filosofar sobre el poder de la imagen. Y ha llegado a la conclusión de que, adentrados en el terreno de los gustos, no hay mejores ni peores, que a su madre, que no tiene ni idea de fotografía, le gusta una película por las imágenes, y que eso es por algo, algo tan poderoso como la fotografía. "No sabes valorar algo pero te gusta. Y creo que eso viene del subconsciente y de nuestra memoria más primitiva, y exploro por ese camino".

E insiste en que no juzga, y que él, un purista que trabaja con el blanco y negro hecho a mano, una foto artística puede ser un recuerdo tan valioso como, para unos amigos, una foto hecha con el móvil con un dedo en medio.

Después del hospital, se hizo jardinero. Y luego aún vino algún oficio más que no recuerda. Hasta que un año entendió que todo era dar rodeos alrededor de la fotografía. Y entonces se fue a la calle del Pare Vicent y creó su mundo con sus cachivaches, sus líquidos y una pila de revelado de Leopoldo Pomés -un prestigioso fotógrafo de Girona que vivió entre 1931 y 2019-. Y a veces, en vez de Bach, se pone algo de jazz. Y los días que se siente más rebelde, rescata la música de guitarras y batería y se pone a trabajar mientras el pie va loco al ritmo del rockabilly. "Sí, me encanta el rockabilly. ¿Por qué negarlo?", exclama mientras muestra las palmas de las manos y sube los hombros. Porque no todo es arte, la vida a veces también va de dejarse llevar y sacar lo que llevamos dentro, ya sea con una cámara de fotos artesana, rescatando un negativo maltrecho o dándole rienda suelta a nuestra pelvis.

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