Lo más decepcionante de esta semana trágica de Compromís fue el plantón de Mireia Mollà a Isaura Navarro. La política tiene su ceremonia y a los ciudadanos nos da tranquilidad ver que los enfrentamientos en política, por agrios que sean, no impiden a los protagonistas cumplir con la tradición.
El traspaso de carteras es una ceremonia entrañable, a veces emotiva, que se celebra cada vez que una conselleria cambia de titular. Consiste en un breve discurso de despedida del responsable saliente, muchas veces en tono de humor con agradecimientos, anécdotas y advertencias sobre los marrones que se va a encontrar la persona que hereda el puesto, seguida de la entrega física de la voluminosa cartera de piel, para concluir con otro breve discurso de la persona que se estrena en el cargo, también lleno de agradecimientos, compromiso de trabajo duro y, a veces, un esbozo del programa que tiene en mente. El público lo forman familiares, compañeros de gobierno, trabajadores de la casa, periodistas y representantes de colegios profesionales, empresas, sindicatos y asociaciones del área de la que se ocupa esa conselleria.
Es una ceremonia tradicional también en el Gobierno español y en las Comunidades Autónomas. No está regulada, no tiene unas normas, no es obligatorio acudir, ni siquiera hay obligación de celebrarla.
Mireia Mollà, cesada fulminantemente por Puig el martes como consellera de Agricultura, Desarrollo Rural, Emergencia Climática y Transición Ecológica, por indicación de la vicepresidenta Aitana Mas, no acudió al día siguiente a entregarle la cartera a su sucesora, Isaura Navarro. Un feo gesto del que la única perjudicada es ella. Peor le debió de sentar a Ábalos su cese inesperado por parte de Sánchez y ahí estuvo, entregando la cartera de Fomento a Raquel Sánchez.
Que uno recuerde, esto solo tiene un precedente en la Comunitat Valenciana, el de Rafael Blasco cuando fue destituido por Joan Lerma en 1989 por sospechas de corrupción. Blasco no fue invitado a la toma de posesión de su sucesor, Eugenio Burriel, y probablemente tampoco le entregó físicamente la cartera. Lerma no lo quería ver ni en pintura. Pero no hubo plantones, en circunstancias también duras para los cesantes, cuando cayeron el PSPV en 1995 y el PP en 2015. De hecho, Manuel Llombart contaba que cuando se presentó a escenificar el traspaso de la cartera de Sanidad a Carmen Montón, ella propuso hacerse la foto en el despacho y que él se marchara sin intervenir en el acto público, a lo que el ya exconseller se negó.
El gesto de Mollà demuestra lo que ya sospechábamos y contó aquí Rosana Crespo, y es que la destitución responde a un enfrentamiento personal entre Mas y la consellera, larvado tras la elección de la primera para sustituir a Mónica Oltra y alimentado durante meses con cada gesto, palabra o desplante. Tiene razón Mollà en que desde Compromís no se había puesto en cuestión su gestión, lo que no quiere decir que fuera buena.
Por eso, la vicepresidenta habría sido más sincera si en lugar de buscar excusas hubiese justificado el cese por pérdida de confianza, que en política es un motivo más que suficiente.
Con todo, Aitana Mas sale reforzada, en el Consell y en Compromís, con el golpe de autoridad, mientras Mireia Mollà sale por la puerta de atrás sin despedirse y haciéndole un feo a su sucesora. Saber marcharse es importante, sobre todo si uno quiere volver. Mira cómo ha acabado Olona.
El relevo en Agricultura confirma otra cosa que ya sabíamos, y es que en el reparto de cargos públicos en Compromís prima la afinidad política sobre la gestión. Como en todos los partidos, dirán en la coalición. Pues sí, pero a ellos se les nota más, con varias formaciones entre las que repartir cargos.
Hablando de tradiciones y de Compromís, se está fraguando otra ruptura de la tradición mucho más preocupante que la perpetrada por Mollà, y es la costumbre de que en la renovación de cargos en Sindicatura de Comptes haya una transición. Así viene ocurriendo desde hace casi 40 años. No está en la ley, no es obligatorio, pero es bueno para la institución que al menos uno de los tres síndics que forman su Consejo se mantenga cuando hay un relevo, de manera que haya una continuidad en su tarea.
La Sindicatura de Comptes, encargada de controlar la buena gestión económica y financiera de la Generalitat, las corporaciones locales, las universidades públicas, Les Corts y las empresas y fundaciones públicas locales y autonómicas, tenía que estar renovado desde junio. El síndic major, Vicent Cucarella, advirtió meses antes por escrito al presidente de Les Corts, pero los grupos parlamentarios no cumplieron con su obligación. La elección requiere una mayoría cualificada que obliga a que se pongan de acuerdo PSPV, PP y Compromís, pero ni siquiera lo han intentado.
El problema que se encuentran ahora es que de los tres síndics, Vicent Cucarella, Antonio Mira Perceval y Marcela Miró –elegidos, respectivamente, a propuesta de Compromís, PSPV y PP–, solo el primero puede continuar. Mira Perceval y Miró han agotado el plazo legal de permanencia. Lo lógico sería que Cucarella, nombrado en 2016 y reelegido en 2019, diera continuidad al trabajo de la institución con la entrada de dos síndicos nuevos, pero la ley impide que el síndic major permanezca más de seis años en el puesto.
Es decir, Cucarella puede continuar como síndic pero no como síndic major. Y Compromís exige conservar la potestad de proponer al síndic major, de manera que prefiere buscar a otro candidato, aunque ello suponga romper la continuidad, antes que dejar que el candidato propuesto por el PSPV ocupe la máxima representación.
Además, los grupos parlamentarios pretenden aprobar la renovación en noviembre, con el informe de la Cuenta General de la Generalitat, el más relevante del año, en su fase final. Así que tres síndicos recién llegados tendrían que culminar y firmar dicho informe, lo que podría suponer que, rompiendo otra tradición, su entrega se retrasase más allá del 31 de diciembre
Eso, siempre que el PP no haga como con el CGPJ y demore el acuerdo con todo tipo de excusas para que no se apruebe en esta legislatura. Sabe que en la siguiente no va a estar en peor posición para negociar.