Que el actor Gabriel Rufián, esta vez en su inédito papel de hombre de estado, fuera considerado el mejor del Debate de Investidura por muchos analistas y opinadores de redes sociales da una idea del nivel que ha alcanzado la oratoria parlamentaria. Y del nivel de la crítica, porque si se trata de quién abroncó mejor a Sánchez e Iglesias, antes que con el discurso sensiblero del portavoz accidental de ERC me quedo con la contundencia del navarro Jaime García Adanero o la sobriedad del vasco Aitor Esteban. Lo que pasa es que Rufián contaba con la ventaja del factor sorpresa. ¿Podrá volver al papel de maleducado que tanta fama le dio o ya no se lo creerá nadie?
Sorprendente Rufián y sorprendente el candidato a presidente del Gobierno, que subió a pedir el voto repartiendo estopa a todo aquel que se lo podía dar –"si nos insulta un poco más, igual nos abstenemos", le dijo Casado– o en el mejor de los casos ninguneando a sus hipotéticos socios, que hasta el diputado de Cantabria que le había prometido su voto le recriminó que no le diera ni las gracias.
Las encuestas internas del PSOE, que ahora son externas porque Tezanos las hace desde el CIS y eso que se ahorran, pronostican un mejor resultado para Sánchez si volvemos a las urnas el 10 de noviembre, de ahí que el candidato se atreva a pedir el voto o la abstención a guantazos, con una soberbia calculada porque tiene menos que perder que el resto. O eso cree.
Sánchez no quiere a Unidas Podemos dentro del Gobierno, nunca lo ha contemplado, como explicaba muy bien aquí Guillermo López. Periodistas como Belén Carreño, Rafael Méndez o Carlos Segovia relataban en Twitter su experiencia en negociaciones maratonianas en el ámbito laboral, en cumbres climáticas o en la UE para evidenciar que esta negociación/espectáculo ha sido una farsa. Las madrugadas que nos dieron los negociadores del Botànic II también demuestran que cuando uno quiere llegar a un acuerdo debe intentarlo hasta el final, pero en una mesa, no a la manera de Pablo Iglesias.
Un farsa. De ahí que los ruegos y lamentos de los minoritarios resultaran estériles. En muchos casos, además, inútiles desde el punto de vista de Sánchez, inútiles para él porque la aritmética parlamentaria es la que es y los socialistas fueron los primeros en coger la calculadora. Compromís no pintaba nada, su voto era irrelevante una vez conseguido el del diputado cántabro al que el candidato casi olvidó darle las gracias.
El voto decisivo era el de Podemos. Los apoyos del resto eran relevantes pero, al contrario que en la moción de censura, redundantes. La abstención de ERC hacía irrelevante la participación del PNV, que no tuvo ocasión de sacar la lista de la compra (de votos). Y la abstención de PNV y Bildu hacía irrelevante el viraje de ERC del no a la abstención.
O sumas o no pintas nada. Centrándonos en el caso valenciano, la insignificancia sobrevenida de Compromís tras no aprovechar sus cuatro escaños en la legislatura anterior ha dejado retratado al presidente del Gobierno en funciones y líder del PSOE. El problema de la infrafinanciación autonómica que sufrimos los valencianos le importa un bledo, un comino, una mierda, como prefieran.
Si cuando Baldoví le entregó sus cuatro votos para que ganara la moción de censura ya le costó arrancarle una promesa de arreglar esto algún día –nunca en los dos años que le quedaban de legislatura, que ya avisó de que ni lo intentaría–, en esta ocasión el candidato socialista ni siquiera fingió sentir empatía con el político valenciano. Despachó la lista de la compra (de voto) de Baldoví con cuatro vaguedades y un reproche que sonó al rajoniano de qué se quejan ustedes si les estamos dando oxígeno con el FLA.
En enero de 2018, un año después de anunciar Rajoy en la Conferencia de Presidentes el inicio de la reforma del modelo de financiación autonómica, pronosticaba en esta columna que esa reforma, pendiente desde 2014, se aprobaría como pronto en 2020. Pequé de optimista. Esto no se aprueba antes de 2023, y temo estar siendo otra vez optimista.
No le interesa a Sánchez, no le interesa a la mayoría de comunidades autónomas y es una patata caliente para los grandes partidos porque es una cuestión que enfrenta a sus barones. Nos interesa a nosotros, los valencianos, así que aquí seguiremos dando la lata aunque cueste mantener el interés.
Una última consideración. Proponía Sánchez cambiar la Constitución para facilitar la investidura del candidato más votado. Lo que habría que cambiar es la ley para que el candidato más votado no tarde tres meses en someterse a la investidura y la presidenta del Congreso no tarde mes y medio en convocar el Pleno desde que el Rey viniera en proponerle a Sánchez. Porque, entretanto, el Gobierno sigue en funciones con un presupuesto heredado de Rajoy y los diputados y senadores están sin faena, eso sí, cobrando desde el primer día.
Se me ocurre una propuesta más sencilla que la de Sánchez para facilitar las investiduras: que los diputados cobren la mitad hasta que elijan presidente.