Ah, lo natural, qué maravilla. Un zumo de naranja natural, unos berberechos al natural, unos pechos naturales, una picadura de serpiente natural, un estreptococo natural
Parece que la naturaleza contiene, además del blanco y el negro, la gama entera del Pantone. Y también la muerte, también, aunque queramos olvidarlo- de hecho, la única célula que se ha mostrado inmortal, amante radical de la vida, es una célula cancerígena que se reproduce sin césar.
Y sin embargo en nuestra sociedad hoy le damos a lo natural un valor absoluto, se impone la moda de que es sinónimo de vida y de bondad.
Me hizo gracia lo que respondió José Miguel Mulet, autor del libro Comer sin miedo cuando le preguntaron si la leche era realmente ese veneno contra el que algunos nos previenen, aduciendo el argumento de que ningún otro animal la toma de adulto. “Tampoco el bacalao al pil pil y eso no significa que sea malo, ¿verdad?”
Mulet añadía: “La leche es un alimento energéticamente muy costoso de producir, y por eso se reserva para la cría. Pero ponle leche a cualquier mamífero adulto y ya verás como se la bebe la mar de contento".
Otra cosa es que éticamente nos parezca mal robársela a los animales.
Siguiendo la estela de que naturalidad igual a animalidad, todos deberíamos hacernos crudiveganos. Pasaríamos por alto, eso sí, que la cocina, además de un placer, es una medida higiénica que previene nuestra salud- es mucho más fácil intoxicarse con alimentos crudos- y que no es cierto que todos los alimentos pierdan propiedades al ser cocinados, algunos las ganan.
Claro que a nadie se le escapa que esta moda naturalista, con permiso de Zola, no surge de la nada sino como una reacción lógica a la avaricia que a menudo se da en la industria alimentaria, como en otras industrias, y que lleva a la sobrexplotación, a la excesiva contaminación y al sinsabor.
Pero con todos los controles existentes hoy en día, ¿es esto excusa suficiente para pasarse al lado oscuro y desconfiar de los alimentos como si fueran paquetes bombas que fueran a estallarnos dentro?
Lo que podría ser una máxima de salud sensata: comer alimentos frescos, evitar los precocinados y envasados, se convierte así en una religión que nos lleva a considerar ciertos alimentos como demonios portadores del mal y a erigir otros en superalimentos que nos otorgarán la salvación divina y nos abrirán las puertas de la inmortalidad.
Pero no olvidemos que las modas son caprichosas y de pronto se encuentra uno con que ciertas creencias inamovibles se han desplazado, no ya unos centímetros, sino 180 grados. Que no hace tanto que en España se renegaba con especial ahínco de lo natural, de lo que provenía de esa tierra naturalmente pobre , naturalmente subdesarrollada donde los potitos eran el summum en alimentación infantil y los productos de importación sinónimo de máxima calidad, y no esas indignidades que crecían bajo nuestros pies.
Hoy lo natural es comer lo que da la tierra en temporada. Claro que sí, siempre que hayas nacido en la costa mediterránea por poner un ejemplo, rodeado de frutas, hortalizas y peces saltarines. Porque como te dé por nacer en Siberia, o en los países escandinavos, la única fruta de temporada que verás crecer será el carámbano.
Hoy todo es exaltación del potaje de la abuela, y odio al transgénico. Amor a lo natural como si la evolución fuera algo contra natura.
Hoy tendemos no ya a incluir la espiritualidad- el conocimiento es infinito y siempre habrá en la vida una parte de misterio irresoluble-, sino a darle una patada a evidencias ya científicas para sustituirlas por creencias de moda irracionales.
Leo en el blog de Fernández Mallo la tesis del filósofo francés Bruno Latour de que realmente la modernidad nunca existió: en contra de la creencia popular, en contra de los postulados de la modernidad, jamás hemos dejado atrás los mitos, las leyendas y las religiones, jamás hemos abordado nuestras vidas bajo la plena perspectiva del racionalismo y la ilustración.
Y no puedo estar más de acuerdo. No hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor: incautos que intentan curarse un cáncer con zumo de pomelo, más de la mitad de la población que aún cree que la homeopatía es efectiva a pesar de las nulas evidencias científicas.
Quién sabe si ese afán irracional no es inclinación natural en el hombre. Tan natural como la muerte misma.