VALÈNCIA. Un académico de Texas, Craig Stark, descubrió hace un par de décadas que cuando quería emplear el humor en clase cuando las materias eran especialmente tediosas para los alumnos, lo que mejor le funcionaba era la sátira. Era la mejor manera de que los alumnos prestasen más atención y recordasen ejemplos dados meses antes. Para este tipo de clases, encontró una herramienta muy efectiva: la revista Mad.
Mad, en sus casi setenta años de existencia, lo satirizó todo. Desde la política al deporte, pasando por la vida cotidiana, pero lo más importante es que se burló de la industria cultural, la publicidad y los medios de comunicación. Según Craig, mediante estas sátiras se puede leer el subtexto de la cultura dominante, provocar cierta distancia y favorecer el pensamiento crítico. Todo ello gracias a que Mad hacía sátira de lo que se encontraba en posiciones de autoridad, cuando es el poder el que hace sátira de los que lo cuestionan es otra cosa.
Quizá esa filosofía tenga que ver con los orígenes de la revista. Era urbana, con punto de partida en Nueva York, y la mayoría de sus dibujantes y colaboradores eran de origen judío y de izquierdas. No por casualidad, el macartismo fue uno de sus objetivos en sus primeros años. Sus dos primeros directores, Harvey Kurtzman y Al Feldstein procedían de entornos socialistas de los europeos del Este que se habían instalado en Estados Unidos, donde muchos eran judíos, pero una cantidad nada desdeñable de ellos eran laicos. Les costó arrancar, pero en 1958 superó el millón de ventas y en la década de los 70 llegó a tener una tirada de dos millones de ejemplares, además de ver cómo se multiplicaban sus imitadores y no solo en Estados Unidos.
Se han estudiado múltiples facetas de la sátira que hacía Mad de la sociedad, pero si tuviésemos que destacar una, esa sería la del cine. Todas las superproducciones tuvieron su despiece en esta revista. Tanto fue así que en 2013 Film Comment publicó un estudio sobre estas sátiras titulado Cahiers du CinéMAD donde decía "las sátiras cinematográficas de la revista MAD nos dieron a algunos de nosotros nuestros primeros encuentros con el canon cinematográfico moderno (...) Mientras que la industria cinematográfica se quedaba boquiabierta ante la deconstrucción del género en las obras de David Lynch y las metapelículas de Charlie Kaufman, "la pandilla de idiotas habitual" de MAD ha estado deconstruyendo, meta-narrativizando y posmodernizando las películas cinematográficas desde el principio".
El fenómeno hizo que Steven Spielberg o JJ Abrams pagasen por las portadas originales de sus películas y, en un sentido inverso, Jack Davis, uno de los que más sátiras cinematográficas había dibujado, fue contratado para hacer el cartel de El largo adiós de Robert Altman. Su relación con George Lucas fue la más curiosa. El departamento legal de Lucasfilm intentó que se secuestrara y destruyeran todos los ejemplares del número donde se hacía sátira de El Imperio Contraataca, pero al mismo tiempo Lucas había escrito a la revista intentando comprar los originales y comparando a sus autores, Mort Drucker y Dick De Bartolo, dibujante y guionista, con Leonardo
Da Vinci y Mark Twain.
En estas historietas, también eran normales los crossover. Por ejemplo, en El retorno del Jedi, la sátira trajo en portada a MA Barracus dentro del casco de Darth Vader. En el interior, se titulaba (aprox) El aburrimiento de las estrellas, el refrito del Jeti. Incluso hoy tiene su gracia cuando Han Solo, al despertar de su letargo congelado en carbonita, va a besar a Leia y esta le echa en cara que tiene el aliento de novecientos días. Cuando Luke le pregunta a Yoda si Darth Vadder es su padre le contesta "Uno de tus padres es, y tu madre no es". Luego cuando le quita el casco y le ve la cara, el joven Jedi le dice a su padre que se alegra de haber salido a su madre.
En películas como Superman III, señalaban bien donde se veía el cartón. Cuando Superman se vuelve malo y tiene relaciones sexuales y bebe whisky, un borracho que está a su lado en el bar, dice: "Aquí hay una moraleja, en cuanto empiezas a disfrutar del sexo, estás en el camino a la perdición". O mucho más duro, cuando Superman vence a la máquina que había creado el personaje interpretado por Richard Pryor, este le pregunta al superhéroe. "Por qué no me metes en la cárcel después de todas las ilegalidades que he cometido en esta película". Superman contesta: "No, porque creemos en algo más importante que las leyes". "¿El perdón?", dice Pryor. "No", sigue Superman, "¡el dinero! Si te damos lo que te mereces, corremos el riesgo de perder una gran fuente de ingresos, el público negro".
Incluso a Los Soprano le tocó candela, mofándose de que Dominic Chianese, el actor que interpretaba a Junior Soprano, tenía una escena tan larga cantando para poder iniciar una carrera como solista. Hablaban de que la nueva temporada llevaría más subtítulos pero no porque hubiese más italiano, sino porque no se entendía a Steve Van Zant, que hacía de Silvio Dante, hablando en inglés. O que Paulie Gualtieri, Poli, no es que interpretase mal o pusiese poco énfasis o no diese con la entonación en los diálogos, sino que sus camisetas interiores no resultaban creíbles.
Su sentido del humor no era solo original e irreverente, sino que era ante todo iconoclasta. Si ahora el ser humano es una red social, en el siglo XX era una pantalla de cine, primero, y luego de televisión. En una condición humana consistente en ser espectador, no tomarse en serio a uno mismo en esa situación era la única manera de eludir la alienación. Ellos marcaron esa distancia hasta con su propia obra, siempre dijeron que Mad era una basura.