VALÈNCIA. Nada más abrir la puerta de su casa, y después de que Mai nos desinfecte los pies y las manos, Juan Noguera le pide a su mujer que saque la botella de cava que ha puesto a enfriar. Dice que es un cava nuevo que ha sacado la bodega Marqués de Cáceres. Y la cosa tiene su gracia porque él es el Marqués de Cáceres.
El título arrastra una pila de prejuicios que Juan elimina en apenas cinco minutos de conservación. No hay sirvientes por allí, ni lleva monóculo y, lo más importante, se muestra como un hombre campechano con un gran sentido del humor. Sí es un tipo que viste de manera formal, de traje y corbata, con calcetines y mocasines granates, repeinado hacia atrás y que luce en la solapa de la americana un lazo rojigualdo con ribetes verdes. Y en los círculos monárquicos ya se sabe que el verde, el VERDE, es su manera de proclamar Viva El Rey De España.
No es ninguna sorpresa. El balcón de Juan Noguera es el balcón más famoso de València desde que colgó una enorme bandera de España en la que, más directo que el verde, escribió con grandes caracteres: Viva el Rey.
Noguera, que también es Grande de España -"todos los duques son Grandes de España pero no todos los Grandes de España son duques", aclara al populacho-, tiene 74 años y la vida hecha. Aunque sigue trabajando, como ha hecho siempre. Ya hace años que es relaciones públicas de la bodega y, además de no parar entre València y Logroño, de vez en cuando le toca viajar por el mundo, especialmente por Latinoamérica, para promocionar sus caldos.
El VIII Marqués de Cáceres estudió primero en los Jesuitas. Pero un verano, como arrastraba asignaturas pendientes, sus padres lo ingresaron en un internado que los franciscanos tenían en Utiel. El niño se adaptó y lo aprobó todo, así que decidieron que siguiera también después del verano. Salió de la escuela y estudió Derecho, pero era demasiado espléndido. O despreocupado, según se mire. "Intenté abrir un despacho, pero no servía para pedir provisión de fondos, ni para cobrar... Me daba vergüenza cobrar determinados servicios y luego, cuando sí que quería que me pagaran, no me pagaban. Total que, como soy buen relaciones públicas, entré en la banca y estuve de director de oficina. Hasta que me descubrieron una miocardiopatía y me lo dejé. Ahora la tengo muy bien controlada y hago de relaciones públicas de la bodega".
El negocio lo fundó su padre junto a varios socios más, como su amigo Enrique Forner y un grupo de valencianos entre los que estaban José Simó o Sebastián Carpi. "Decidieron crear una bodega en La Rioja a finales de los 60. La primera cosecha que embotellamos fue la de 1970, una cosecha muy famosa. Forner le pidió a mi padre que le pusieran el nombre de su marquesado y él aceptó encantado. Y, mira, ya hemos cumplido las bodas de oro". La marca tiene un nombre y mucha gente, cuando descubre el título que ostenta Juan Noguera, le pregunta si es el de los vinos.
La conversación discurre en un salón recargado de cuadros, fotografías y objetos de decoración. Aunque entre todos los adornos destaca un retrato que preside el salón. "Es de un antepasado llamado Vargas, que es el segundo apellido de mi abuelo, y se le atribuye al pintor Vicente López (1772-1850)".
Noguera tenía más títulos nobiliarios, pero se los cedió a sus hijos. El de Marqués de Casa Ramos de la Real Fidelidad ya es de su hijo Vicente, que acaba de mudarse a México con su mujer y sus cuatro vástagos -"le han dado un cargo importante en Iberdrola", desvela-. Y el de Marqués de L'Eliana es para su hija Carmen, la pequeña. La mayor espera la presa mayor. "Ella será la Marquesa de Cáceres, pero espero que tarde bastante, cuando yo haya emprendido el último viaje...".
Juan y sus cuatro hermanos se criaron en la plaza del Correo Viejo. "La casa era de mis abuelos y nosotros vivíamos en el entresuelo". Cuando era un niño, su abuelo se lo llevaba hasta la plaza de San Agustín, donde estaba construyendo el edificio Merle, donde vive ahora. "Cada nueve o diez días nos cascábamos los doce pisos para ver qué habían avanzado. Luego ya pusieron un montacargas y nos libramos, pero antes subíamos andando y mi abuelo iba sin soltar el purito. El solar era suyo y tardó mucho en construir el edificio (entre 1946 y 1959) porque lo hacía con la renta que obtenía de las naranjas. Hoy, tal y como está todo, hubiéramos tenido que vender la finca para pagar los campos. La diseñó el arquitecto Cárdenas y es un edificio emblemático. Yo que tengo la suerte de vivir aquí tengo sol todo el día porque está muy bien orientado. Vivimos muy a gusto aquí y muy orgulloso de que lo hiciera mi abuelo".
Los recuerdos que cuenta sobre los años de Correo Viejo demuestran que tuvo una infancia feliz. Primero jugando con los amigos del barrio. Como esos lunes en los que ataban las monedas de dos reales a un cordelito y las tiraban por el balcón cuando las mujeres iban los lunes a la misa de San Nicolás. En cuanto escuchaban el sonido del dinero, se agachaban a por las monedas y entonces Juan y sus amigos tiraban del cordel. "Hasta que los chavales de la plaza se pegaban a la pared y en cuanto tirábamos las monedas, las cogían y se las llevaban".
Luego ya se hicieron más mayores y comenzaron a interesarse por otro tipo de juegos. Entonces celebraban cada viaje a Estoril de sus padres para ver al Conde de Barcelona, a Don Juan de Borbón. En cuanto salían por la puerta, los hermanos, alborozados, gritaban: "¡Viva! ¡Se ha proclamado la república!". Y rápidamente comenzaban a llegar los amigos para disfrutar de su libertad. "Venían a tomar copas a casa. Comprábamos cervezas, tramussos y cacaos en una 'paraeta' que había por allí y lo pasábamos en grande. Fue una época que la recuerdo con alegría. Hemos disfrutado mucho".
O aquel año que el Valencia CF se clasificó para una final de Copa contra el Real Madrid y su hermano Vicente y él decidieron irse a ver el partido a Barcelona en Vespino. "Llevábamos dos banderas de Valencia y todos los coches que nos pasaban en la carretera, camino de Barcelona, nos pitaban a modo de saludo. Llegábamos a Benicàssim, parábamos, bañador y al agua. Al llegar a las Ramblas, todo el mundo empezó a aplaudirnos porque nos habían visto por la carretera. Nos fuimos al Hotel Majestic, donde estaba hospedado el Valencia CF, y Julio de Miguel, que era muy amigo de mis padres y sus hijos muy amigos nuestros, nos invitaron a ir a tomar algo. Terminamos la fiesta, nos miramos mi hermano y yo y dijimos: 'Oye, ¿y dormir? Pues yo solo tengo cuarenta pesetas'. Acabamos en una posada de Sabadell, que era mucho más barata que un hotel en Barcelona. Al día siguiente ya fuimos a Tribuna, vimos el partido, dormimos y para València".
Luego llegaron las responsabilidades, su matrimonio con Mai en el 76 y los hijos. Ya como relaciones públicas de la bodega le tocó ir a promocionar sus vinos a Guatemala. Los dueños de unos supermercados decidieron llamar la atención de los clientes diciendo que el propio marqués iba a personalizar las botellas. "Me llevaron a cinco durante toda la semana y firmé 1.350 botellas. Ojo, ¿eh? Y sonriendo, con el niño, la foto...".
Marqués o no, nunca ha sido de presumir y hay gente en València que cuenta divertida que le ha pedido unas cajas de vino y se las ha llevado él mismo en su scooter.
Sus aficiones también son sencillas. Durante años tiró de raqueta en el CT Valencia o en las pistas de cemento que construyó su abuelo en Dénia. Y adora pasar las vacaciones o algunos fines de semana en Xàbia. O más vino, claro. Por algo es el presidente del Club de Enófilos de València.
La historia de la bandera de su balcón llegó como un acto de protesta. "Fue un día que el Ayuntamiento, que dicen que es de todos, colgó una bandera republicana . Yo creo que la bandera española, la constitucional, es la que es de todos, porque la otra será de unos sí y de otros no, así que cogí y puse lo de Viva el Rey. Y más tarde decidí que quería que ya se viera cuando la gente viniera por plaza de España y lo puse más grande, con letra negra y en la parte de arriba". Así que ahora esa bandera de casi ocho metros de largo y metro y medio de ancho está más arriba y en el balcón, una especie de magnífico palco sobre la plaza de San Agustín, ondean otra bandera de España más pequeña y una Senyera. Juan asegura que a los vecinos les parece bien este arrebato patriótico porque el barrio, eso cree, es favorable a sus ideas. "Aunque siempre hay algún garbancito negro...".
El marquesado siempre ha estado unido a la Familia Real. Juan ha conocido al abuelo, Don Juan de Borbón, al padre, Juan Carlos I, y al hijo, Felipe VI. "Un día estuve tomando una copa de Marqués de Cáceres en Logroño con Don Felipe. Aquí, en los Premios Broseta, también estuve charlando con él un momento. Entonces nos dieron un vino y Don Felipe me preguntó si el vino era de confianza. Y le contesté: "Señor, probablemente sí porque debe ser Marqués de Cáceres".
Los escándalos del rey emérito no hacen retroceder a Juan Noguera. El marqués no olvida la amistad de sus padres. Hasta tal punto que, cuando el VII Marqués de Cáceres estaba convaleciente por el cáncer que acabó con su vida, Juan Carlos I, que estaba navegando, paró en València para verle. "Se estuvo despidiendo de él. Luego nos fuimos navegando juntos hasta Cartagena, donde entró en el puerto a ver a un amigo y yo ya me volví. Llevaba un velero de más de veinte metros. Íbamos a motor y a vela. Era el 'Giralda', un velero que donó a la Armada".
Noguera se apresura a explicar que su título acarrea unas obligaciones que él no olvida jamás. "La misión nuestra fue siempre servir. Tenemos una obligación de lealtad con la Casa Real, que en su día nos reconoció los méritos que habíamos hecho con un título. Estoy muy orgulloso de tenerlo y es patrimonio, mayor o menor, de la historia de España".
El título nobiliario se remonta al Reino de Nápoles, cuando Carlos VII se lo concedió a Juan Ambrosio García de Cáceres Farre y Montemayor el 3 de mayo de 1736. Carlos IV lo convirtió en título de España y se lo cedió, ya en 1790, a Juan García de Cáceres, nieto del primer marqués. "Yo soy el octavo y lo llevo con mucho orgullo, aunque trabajo como todo el mundo. Y soy muy monárquico, eso sí. Porque si no lo fuera, lo que tendría que hacer es renunciar al título".
Su fidelidad a la Casa Real incluye la defensa del monarca exiliado en Dubai. "En este país, cuando hay algún problema con los políticos, todo el mundo dice que hay que esperar a que sean juzgados. Si un señor es español y se le atribuyen unos delitos, habrá que esperar a que le juzguen. La ley es para todos. Y por otro lado, en la vida religiosa hay pecados más grandes y más pequeños. Pero lo que hay que pensar es en el balance general, qué nos han aportado. Si el problema es de tipo sexual o de otro tipo, allá cada uno con su conciencia. Pero para mí, como Jefe del Estado, en el caso de la institución, me quedo con qué ha hecho este señor durante el cambio político al pasar de una dictadura a una democracia. Creo que la Transición ha sido un modelo en Europa y en el mundo".
De repente, cae en la cuenta de que Mai no ha sacado el cava. Luego pide ayuda para descorcharlo y vacía el espumoso en varias copas. El marqués que no parece marqués comienza a enseñar las fotos que hay por todas partes. Una dedicatoria de Alfonso XIII, el rey emérito, muy pequeño y muy rubio, con su difunto hermano, ellos con sus tres hijos, un par de retratos de Felipe VI... Porque en el fondo, claro que es un marqués.