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el muro / OPINIÓN

¡Más madera!

Foto: KIKE TABERNER

Nuestros centros urbanos y barrios de moda se están convirtiendo en un sinvivir. Nos acosan terrazas y mobiliario urbano. Faltaba la saturación de estaciones de bicicletas de alquiler. Crecen sin control. Y hasta generan riesgos. La sostenibilidad es un eufemismo

13/01/2019 - 

El término movilidad sostenible cuesta entenderlo en su integridad más absoluta. Cada día, un poco más. Me muevo y sostengo. Lo pienso buscando una interpretación etimológica. Circulo por la ciudad con frecuencia diaria, pero no siempre de forma sostenible, según lo que el sistema municipal quiere indicarme. Sin embargo, desde hace tiempo la insostenibilidad forma parte de mi actual forma de vida urbana. O eso noto. Sobre todo en el centro de Valencia o en los barrios que se han puesto chics. No es rebeldía, simplemente un mero intento de comprensión analítica.

Soy ciclista dominguero. Resulta muy interesante el anillo ciclista que el Ayuntamiento de Valencia nos ha ido construyendo sin freno durante los últimos años -tengo también otras observaciones y matizaciones lógicas y racionales al respecto- pero, al mismo tiempo, también soy peatón y conductor. Camino a diario por una ciudad que se me está haciendo más complicada, más obtusa, a veces menos social y amable, más complicada e insostenible. Hasta abruma en algunos momentos y aspectos. Es mi impresión.

Cuando circulo en moto o coche he de entrar en algunas calles céntricas efectuando paradas atropelladas por miedo a pisar a un ciclista entre peatones, pero cuando soy peatón el ciclista no se fija en mí. Es mi experiencia. Hasta me insultan por pisar su territorio. Debe formar parte de un nuevo lenguaje social, ese en el que el compromiso ciudadano es para lo que interesa y no resulta igual para todos.

Pero más allá de ser ciudadano tolerante, ciclista dominguero para creer reducir el colesterol y ciudadano casi ejemplar, al día de sus impuestos, he de añadir que llenar nuestras calles de inmovilidades insostenibles se ha convertido en deporte autóctono y local. Y va a más, como no pongamos freno.

Valencia es una ciudad, antes que de ciclistas, de motoristas, pero los problemas para encontrar zonas de aparcamiento se han convertido en una apología de Job. Y que no te multen por subir a la acera en un momento de desesperación. Que no se me enfade Grezzi, nuestro concejal, el mismo que recibe justa o injustamente bofetadas diarias y a veces de forma muy oportuna o inoportuna. Pero se le ha ido la mano en esto de su cruzada personal contra el tráfico porque lo que está generando es el efecto contrario. El no tráfico, o el caos traumático del tráfico con lo que genera más polución, lío y cabreo generalizado, tanto de los conductores como de los usuarios del transporte público.

A veces el consistorio  parece no pensar dos veces una decisión. Ejecuta a golpes y sin apenas informar. Somos hijos de la sorpresa municipal.

Un ejemplo. El día de Reyes dediqué la mañana a pasear por el centro de la ciudad. Disfrutábamos de un gran clima. Le comenté a mi pareja lo fantástico que sería tener siempre la Plaza del Ayuntamiento disponible para uso peatonal. No habría otra en su escala. Hasta diseñamos posibles salidas de buses y opciones de ocio. Idealizamos y comparábamos con otras ciudades europeas conocidas. Soñamos hasta opciones urbanísticas.

Pero al mismo tiempo, cuando hice el último comentario idealizando una gran plaza central al estilo alemán mi interlocutora me respondió que sí, pero que seguro en unos días todo estaría lleno de mesas, postes, jardineras, elementos urbanos y bicicletas rodeándonos. Así fue, por sorpresa. Nos apartamos a la carrera. “Sólo faltarán los patinetes”, concluyó de forma acertada. Y yo que me había puesto hasta romántico, caí desplomado ante la razón.

Foto: KIKE TABERNER

Mi paseo llegó hasta la calle Alicante, junto a Renfe, donde comprobé que un carril había desaparecido en pro de otro para bicicletas. Follón al canto, me dije, como comprobé apenas un día después con un caos circulatorio en el entorno de la plaza de toros de aúpa, al que llegué como pude y precedido de uno mayor a media mañana en plena calle Colón, nuestra arteria más comercial y en plenas rebajas.

No fue mi sorpresa. Eso fue el remate. Mi asombro fue comprobar cómo en una parte de la acera que da entrada a la plaza de toros, la misma donde suelen aparcar los wagons de las cuadrillas, se había instalado una nueva zona de bicicletas de alquiler. Peligro, pensé. No por si sale un toro a la carrera que hasta sería divertido, como cuando nuestro anterior ayuntamiento propuso suelta de reses por la calle Colón.  

Esto de las bicicletas alguien lo habrá decidido y no habrá pensado que esa acera es una zona de afluencia masiva tanto en festejos como en eventos y que, en caso de riesgo máximo, una estampida desde el coso taurino provocaría un gran suceso, pensé.

¿Cómo es posible que nuestro centro de ciudad y barrios en alza se hayan convertido en un negocio de alquiler de bicicletas al que está por llegar el de los patinetes sin contar las promociones de venta que lanzan algunos bancos como novedad de transporte?

Aún busco una respuesta. El sinsentido es el mismo que se produjo hace tiempo frente a las puertas del Teatro Principal. Esa locura de convertir su espacio de salida en aparcamiento de motocicletas, con lo que significaba eliminar espacio de tráfico rodado normal para la zona, riesgo al transeúnte y peligro añadido ante un nada deseable suceso en el interior de nuestro coliseo centenario. Fue eliminado.

Este ayuntamiento tiene cosas buenas. Seguro que muchas. No lo niego. Tiene sus ideas bohemias, aunque algunas deberían de madurarse un poco más. Esto de construir y diseñar ciudad es mucho más serio, más racional, más consecuente. Valencia es otra cosa. No podemos tener una metrópoli que vive, compra y discurre por un centro repleto de estacionamientos de bicicletas y con mobiliario urbano que a veces da sensación de auténtica locura, tan híbrido y antiestético como insostenible. Faltaba el tema de las franquicias y franquiciados que es otro asunto para analizar con tranquilidad porque están desmoronando la estética más céntrica y nuestra historia urbana. Sobre todo,  frente a esa lucha contra la manipulación del comercio tradicional y sostenible para muchos que se arrepienten de continuar pagando su cuota de autónomo y los impuestos desequilibrados añadidos.

Me pregunto quién vigila nuestra ciudad de tanta tropelía estética en la que se funde lo arcaico con lo decimonónico, las bolsas comerciales/promocionales de metal con las berenjenas móviles de fibra de vidrio y, sobre todo, quién permite el amontonamiento y crecimiento desnortado del mobiliario urbano. O lo que es lo mismo, cómo es posible que las calles peatonales sean ya no de los peatones sino de los restaurantes, cafeterías y bares -supongo que la explicación sólo será económica y /omunicipal y/o recaudatoria-; que nuestras aceras estén llenas de aparcabicis de alquiler que crecen como hongos a la que te descuidas una mañana y que el peatón haya quedado relegado realmente a un segundo plano.

Aquí falta cierto análisis y también mucho debate. Si queremos una ciudad sostenible y lógica. Lo demás es sólo terminología o hasta pura anarquía optimista. En resumen: improvisación.

Foto: KIKE TABERNER

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