Quienes conocimos el antiguo cauce del Turia durante sus años de abandono y desasosiego social recordarán bien aquel espacio sin futuro conocido, de triste recuerdo que dividía la ciudad de Valencia en dos: en una los barrios acomodados, históricos y hasta fértiles, la ciudad; la otra la industrial o digamos más pobre y sin futuro inmediato conocido por entonces.
Aquel antiguo cauce no servía para nada, salvo para asustarnos de nuevo cada vez que la lluvia caía de forma atronadora sobre la ciudad. También en algunos tramos a mi generación le permitió cierto esparcimiento en esos campos de fútbol de tierra o como zona de entrenamiento madrugadora para quienes los sábados corríamos el circuito estudiantil de cross. Hablo de mediados de los años setenta del siglo pasado.
Hoy el antiguo cauce del Turia es una maravilla. Más que pulmón, es un espacio integrado en la ciudad y que cualquier urbe del mundo desearía. Han pasado 35 años desde que se le dio la vuelta y se creyó en un futuro posible. Un alto cargo de la Administración me preguntaba hace poco si hoy la sociedad valenciana con su tensión sería capaz de poner una obra así en marcha, si se lograría un consenso.
Lo recordaba hace unos días mi compañero Salva Enguix en un interesante reportaje. Ha llovido desde entonces, pero algunos hemos podido comprobar cómo sus tramos iban creciendo, transformando y hasta creando nuevos barrios o siendo sede de espacios culturales en algunos lugares que en aquellos años nadie creería y menos se atrevería a recorrer sus actuales escenarios, no por seguridad sino por insalubridad.
Existen muchos culpables de esta realidad que las nuevas generaciones, y no tan nuevas, ya han conocido como es hoy, o cómo ha ido evolucionando hasta nuestros días. Pero había que imaginarlo hace esas tres décadas. Culpables -el proyecto lo inició el primer Ayuntamiento democrático presidido por Pérez Casado- o vencedores porque si ese proyecto existe en realidad fue gracias a la ciudadanía y a su participación y la lucha social y decisión política para conseguir esta verdad que enamora a quien lo conoce.
“El río es nuestro y lo queremos verde” fue aquel afortunado slogan que nos llevo a muchos aún siendo jóvenes a descubrirlo y votar su realización en un referéndum popular que se celebró en la propia Lonja de Valencia. Pero hubo que luchar mucho, contra los elementos y las circunstancias sociales y políticas, como se hizo para salvar El Saler y que no acabara convertido en cualquiera de esas magníficas playas cercanas a Valencia vendidas al falso progreso o más bien al urbanismo devorador o al Desarrollismo.
Gracias a esa voluntad social y política, que después continuaron otros gobiernos municipales, nos permite ahora alardear de Jardín del Turia.
Lo bien cierto es que su construcción nos salvo de la hecatombe esa de sustituir un jardín por una freeway o autopista de seis carriles que me recuerda a la que atraviesa Phoenix y destroza la ciudad de Arizona. Salvar El Saler nos libro de un aeropuerto y no se sabe cuántos complejos y compromisos del antiguo régimen, como también nos descubrió hace unos años una magnífica exposición que organizó La Nau de la Universitat de València.
Lástima que décadas después tanto el urbanismo como el desarrollo de la ciudad y hasta la investigación arqueológica acabara en manos privadas y fueran los constructores los encargados de diseñar la metrópoli con el beneplácito de los poderes políticos, y que de nuevo fuera la sociedad civil o los colectivos sociales los que pelearan en defensa de espacios urbanos con mayor o menor suerte, caso del solar de Jesuitas, el Carmen y hasta el Cabanyal.
Pero han pasado 35 años y hasta ahí llegamos, o ahí nos quedamos. Son demasiados lustros para olvidar o recordar que aún nos queda un largo trecho por recorrer y que se encuentra paralizado desagraciadamente por cuestiones administrativas y aún no nos ha permitido llegar al final, esto es, alcanzar el mar. Nos queda mucho por pensar en ciudad y no en ocurrencias participativas.
Debería ser una prioridad de cualquier gobierno que ocupe nuestro Cap i Casal terminar lo que aún no hemos logrado concluir, como poner a salvo La Albufera. Deberíamos dejar de lado tanta mediocre decisión e inversiones innecesarias o netamente propagandísticas para concluir proyectos inacabados. Es la mejor forma de hacer ciudad y recordar a un gobierno, ya sea municipal o autonómico; un gobierno que piense en el verdadero progreso y deje atrás tanto discurso mediático y ligero de un ecologismo en supuesta transición.
Terminar el Jardín del Turia es una obligación política y una reivindicación ciudadana de primer nivel. Eso, claro, si se cree en hacer ciudad y no sólo justificar un sueldo con declaraciones.
Dentro de 35 años, seguro que algunos nos lo recordarían como aquel logro que nuestros actuales gestores públicos consiguieron. El Jardín del Turia, aún inacabado, es un hecho. A la vista está. Y orgullosos que estamos.