VALÈNCIA. Ciutat Vella y el Carmen son todo alegría y jolgorio el viernes por la tarde. Las terrazas están a tope y no para de pasar gente deambulando por sus calles. José Martínez, un tipo de aspecto peculiar, camina con la espalda bien recta, acarreando una vieja bolsa con una tela rajada y sucia estampada con algo así como unas portadas de periódico. El hombre va saludando a unos y otros. Da la sensación de ser un personaje conocido. Muchos camareros le lanzan un hola a su paso y resulta llamativa la cantidad de cantantes callejeros que se cruzan esa tarde. Como Peter, que tiene cara de borrachín amable y que toca la guitarra acústica. O Paul, un músico ucraniano que va buscando un buen sitio con la trompa a cuestas. O David, un mexicano que se le ha adelantado a José en la calle de la Tapinería y está embelesando a los turistas con la miel de 'Despacito', un 'hit' de Luis Fonsi y Daddy Yankee con ocho mil millones de visualizaciones en YouTube. José tiene pinta de cantante 'heavy' con sus patillas y una larga barba blanca, una camiseta blanca de poliéster, unos pantalones negros de North Face y unas sandalias de piel marrón. Pero este burgalés no interpreta canciones de Metallica sino que le gusta plantarse delante de una terraza y cantar el 'Nessun Dorma' o el 'O sole mio'.
José Martínez es tenor, pero tenor callejero. No le dio tiempo a formarse y adquirir la técnica suficiente para subirse a los grandes escenarios, pero tiene una voz magnífica que muchas veces deja a su público con la boca abierta. Este hombre de 55 años es ahora un nómada que fluye por diferentes ciudades y que se gana la vida cantando arias conocidas por las plazas. Esta semana ha dejado València porque tiene pendientes varios asuntos burocráticos en Burgos y quiere echarle un ojo a su madre, de 87 años, pero luego volverá. Aunque también se ha dejado seducir por una pareja de italianos, una pintora y un arquitecto, que una tarde lo vieron cantar en València y le pidieron que se sentara con ellos a tomar una cerveza. Al día siguiente le invitaron a cenar y les fascinó tanto su vida que acabaron comentándole que en octubre le cedían, si quería, una habitación en el centro de Roma.
Este tenor callejero ha hecho amistad con la gente del Café de las Horas, el barroco local que hay en una bocacalle que da a la plaza de la Virgen. Muchos días le dejan cantar ahí y esta tarde es uno de esos días. José busca en el móvil la base musical del aria que va a entonar y lo enlaza con un pequeño altavoz por bluetooth. La clientela sigue a lo suyo en sus mesas. Dominan los extranjeros y en una esquina llama la atención una despedida de soltera con varias chicas dándole al agua de València. Empieza a sonar la música y la gente se gira extrañada. No les cuadra esa melodía sonando alrededor de aquel hombre con pinta de heavy. Pero José se arranca y sorprende a todos con su voz. Todos enmudecen. El tenor gira sobre sí mismo lentamente para dar la cara a todos los clientes mientras canta y estira los brazos con las manos abiertas. La actuación culmina con un chorro de voz que arranca los aplausos encendidos del público. Una madre, que se había esperado para verle cantar, sale de la mano de su hijo exclamando: ¡Qué maravilla!".
Pero la vida del cantante callejero no siempre es una vida de éxito. Solo unos minutos después José busca otro rincón donde cantar por el centro y se decanta por la Plaça de l'Espart, entre el histórico Café Sant Jaume y un bar llamado Marisa. José repite su rutina, empieza la música y se lanza a cantar. Pero el resultado es bien diferente. Otra mesa con otra despedida de soltera le da la espalda. Un Uber para delante y baja una pareja de extranjeros. Suena un silbato desde otra mesa. La gente le ignora. Su voz se pierde entre tanto ruido y el murmullo de las terrazas acaba ganando el pulso. José encaja la derrota con dignidad y decide no hacer un segundo intento. "Este no es mi público. Me voy a otra parte", suelta con un marcado acento castellano.
Su afición por la ópera es relativamente reciente. Su vida fue muy diferente durante cuarenta años. José Martínez nació en Jerez de la Frontera, pero a los tres años su familia se mudó a Burgos. Su padre, que era carnicero, acabó creando una empresa para elaborar embutidos. El negocio funcionaba y varios de sus ocho hijos varones estaban allí empleados. Hasta 2008, cuando la crisis arrasó con ellos. Fueron años duros. Su padre cayó en la desesperación y José jamás olvidará la madrugada que entró en el salón de casa y se encontró a su padre sentado en un sillón, cabizbajo, con los codos clavados en las rodillas, las manos en las sienes y la mirada perforando el suelo.
El día de Navidad llamaron a su puerta. El banco había pedido que desahuciaran a la familia porque el padre, en un gesto de buena voluntad, había presentado la vivienda como aval cuando intentaba reflotar la empresa. No tuvieron piedad y eso es algo que José no olvida. "El Gobierno salva bancos, pero no salva empresas ni familias. Ese día resistimos gracias a una plataforma que nos defendió y evitó que nos echaran de nuestra casa un 25 de diciembre. La realidad es muy cruda. Luego conseguimos un alquiler social y esas son las circunstancias que me rodean".
La familia sobrevivió como pudo. José se puso a trabajar de seguridad en una empresa y luego decidió cuidar de su padre, que acusó aquel traspié empresarial y acabó, a golpe de pequeños ictus, impedido hasta que falleció en 2016. El trabajo tenía un sueldo precario y un horario demencial. José entendió que aquello no era vida y pensó en hacer un cambio radical.
De joven, cuando aún resistía la melena que hoy parece imposible en una cabeza que es una canica, se metió en el grupo heavy de uno de sus hermanos. Su misión era hacer los coros. Pero no era muy brillante. Un día, su hermano Moisés, harto de escucharle, le propuso que fuera a tomar clases de canto. A ver si así mejoraba. José empezó a visitar, siempre que tenía unos pocos ahorros, a Pilar Tapia, su instructora. Pero aquella mujer estaba especializada en la música lírica y le dijo que trabajarían la técnica cantando ópera y zarzuela. José, que era aficionado a grupos como Scorpions, Helloween o Iron Maiden, casi se cae de culo. "Aquello era un mundo desconocido para mí. Ella se enfocaba hacia la zarzuela y a mí me repateaba el hígado. Luego lo vas descubriendo y cambia tu opinión. Es todo por pura ignorancia. Yo ya tenía 40 años y le puse solo una condición: yo escogía los temas. El primer tema que elegí fue 'Core 'ngrato'. La profesora me dijo que era muy osado. Pero a mí me había gustado y no miré nada más".
Cada dos o tres semanas -no tenía dinero para costearse más clases-, iba a la biblioteca y se llevaba algún CD de ópera. Los escuchaba y elegía la siguiente aria a interpretar en clase. El tercer día eligió 'Nessun Dorma' y poco a poco fue mejorando. Así pasó dos o tres años. Hasta que la profesora se marchó a Perú. "Y ahí acabó mi formación. Yo interpreto a base de fusilar las canciones".
Un hombre mayor se acerca a la mesa haciendo pucheros. Pide una moneda. José le da una y el hombre lloriquea en señal de agradecimiento. El camarero pilla al vuelo una respuesta de José y aprovecha para reafirmar la idea de que, al verle, nadie se espera verle cantar ópera. Al tenor de la calle le gusta hablar y se explaya recordando anécdotas, muchas de ellas recogidas en una especie de diario que empezó a alimentar los primeros meses de artista callejero. Se animó el día que quiso comprobar que esa virtud podía servirle para comer cada día. Antes logró dar un par de conciertos en Burgos y también se presentó a un concurso internacional en Francia, cerca de París. "Quedé tercero y después estuve un tiempo cantando en casas de particulares. He visto cada casoplón en París... La música me ha permitido conocer a gente importante. He tenido la suerte de cantar acompañado de José Abel González, que es un catedrático del piano. Y gracias a él me he subido al escenario a cantar con una soprano que se llama Marjorie Muray. También pasé una semana en el centro de Viena, en un piso con un cuarto de baño del tamaño de mi casa. Pero luego volví".
La primera vez que cantó en la calle fue en Burgos. José eligió el Arco de Santa María y descubrió que tenía una acústica formidable. Aquello fue en 2017 y hoy, cinco años después, sigue viviendo de su voz. "Salí a la calle porque quería ver si esto que me gusta tanto puede ser mi medio de vida. El paso atrás siempre lo puedo dar, pero esto, ¿por qué no?".
Aunque también ha intentado meter la cabeza en el mundo de la interpretación". No ha pasado de figurante, pero enumera orgullosísimo las series en las que ha aparecido... o simplemente en las que ha rodado y luego no ha salido. Habla de La Valla, el Ministerio del Tiempo, La Casa de Papel... "Es el mundo en el que me quiero mover", añade.
Son sus pequeños éxitos. Con idéntica satisfacción rememora los meses que vivió en Madrid y recibió la felicitación de Javier Bardem, el Gran Wyoming, Viggo Mortensen o "Gonzalo (de Castro) el de Siete Vidas". Dice que su aprobación fue como un espaldarazo. "Eso te da ánimo porque son gente del mundo artístico. El Gran Wyoming me metió en una escena, en Chueca, del documental que está grabando ahora. No sé si saldrá. Sé cómo funciona el mundo del cine, que a veces grabas un montón de rato y luego no sale nada, o sale un segundo. En 'La Valla' hice seis o siete personajes distintos en figuración pero solo se me ve bien en el capítulo 13, casi al final de la serie. En 'La Casa de Papel' estuve grabando en cuatro capítulos y ahí, directamente, no salgo ni un segundo". Aunque no solo vive del aplauso de los famosos. Igual de reconfortante, dice, es ver a un hombre emocionarse, como aquel "tiarrón con pinta de motero" que hace dos semanas no pudo contener el llanto al verle cantar y le soltó: "Hijo de puta, me has hecho llorar".
Los inicios fueron duros. Burgos se le quedó pequeño y un día, en plena pandemia, decidió probar en Madrid porque había escuchado que en sus calles había menos restricciones. Venía del confinamiento, de las semanas de encierro con su madre, que ahora tiene 87 años. Necesitaba volar, respirar, cambiar de aires. "El primer fin de semana no sacaba para gastos y me tiró la policía tres veces. Yo no soy de los que abusan del volumen. Yo llevaba un altavoz de mochila pero no abuso del volumen porque canto sin micrófono y utilizo el bafle para que me acompañe la música. Me da los tiempos, los respiros, el tono... En Madrid utilizaba el bafle y no me caía dinero. Me preguntaba si era porque que lo hacía tan mal. Estaba desesperado. Un tío me contó que una mujer me iba a echar dinero y que su marido se lo había impedido porque decía que era mentira, que no cantaba yo. 'Si cantase ese así, ¿iba a estar en la calle?', le dijo. Mucha gente pensaba que hacía playback".
No fueron días agradables. El dinero se iba acabando y muchas noches terminaba durmiendo en habitaciones para quince huéspedes en 'hostels' donde los jóvenes llegaban borrachos a las tantas. Su plan no funcionaba y empezó a pensar que lo mejor era recoger sus bártulos y volverse a casa con su madre. "Estaba tan deprimido que decidí irme al Templo Debod a cantarle a la naturaleza. Estaba harto y allí no iba a molestar a nadie. Tenía decidido marcharme. Pero un hombre pasó de largo, luego retrocedió y me dio un par de euros. Como no tenía público, le pregunté si se podía quedar una canción. Por tener a alguien. Le canté una canción, se emocionó y luego me dijo que le encantaría que su novia me escuchase. Le expliqué que estaría a la tarde y que luego igual ya me volvía a Burgos. Así que por la tarde regresó con su novia, me escucharon y, antes de irse, me dio un sobre. Eso fue una señal. Aquel día decidí quedarme; me cambió el chip. Fue una señal potente. Había que rehacerse".
José fue aprendiendo sobre la marcha. No tardó en darse cuenta de que mucha gente desconfiaba y pensaba que aquello era un truco, que aquel hombre con barba no cantaba ópera y que lo que sonaba salía de un altavoz mientras él movía la boca. "Lo más fuerte fue un tío que se me quedó mirando, fue hacia el bafle, se agachó, me rodeó dos veces y no dejaba de estudiarme. Así que decidí que necesitaba bajar la música hasta el mínimo para que dejaran de sospechar. Ahora hay gente que dice que no escucha la música, pero es mejor así". Lo que le molesta es que a los buenos músicos y cantantes se les pongan tantas trabas para cantar en la calle "en la capital de la música, que es València". Porque la normativa, afirma, le permite cantar a capela pero no acompañarse de un altavoz, aunque la música sea un murmullo. "Igual la solución sería poner un límite de decibelios...".
En la calle no conviene ponerse exquisito. Si David, el mexicano, va a lo fácil con 'Despacito', José tira también de los éxitos de su género. Un paquete básico a base de 'O sole mio', 'Nessun Dorma', 'Una furtiva lágrima', 'Recóndita Armonía', 'La tabernera del puerto', 'Cor 'ngrato'... "Es lo que tienes que tocar, lo que te da dinero. Como interpretar 'O mio bambino caro', por ejemplo, que es impactante en una voz masculina. Yo lo llamo el rompecabezas".
Esta segunda etapa en València la ha pasado alojado en el piso que tiene un amigo suyo, que está de viaje, por la avenida del Cid. La primera vez que visitó la ciudad no fue tan sencilla y hubo un día de pésima recaudación que se veía durmiendo en la calla hasta que otro músico, Toni, un chico que va cantando con su perro, le dijo que se fuera a cenar y a dormir a su casa. "Apenas me conocía y me abrió su humilde morada. Hay que ser muy generoso para hacer eso y son gestos que yo no olvido".
Ahora va más desahogado. A veces se toca un medallón que le cuelga sobre el pecho. Se lo compró hace años en Ouarzazate, en Marruecos, donde aprovechó que estaban intentando promocionar la cuna del cine marroquí para viajar por treinta euros. "A mí me parece que tiene un yin y un yang", explica con una sonrisa. Porque José Martínez es ahora un tipo feliz. "Es una etapa de mi vida que estoy disfrutando muchísimo. Me gusta lo que hago y me encanta cuando veo que disfrutan con lo que hago. Que te pidan otra canción en una terraza es una pasada. Eso me llena bastante. Me llena que la gente se conmueva. Aunque yo espero que la calle sea un escalón. Creo que con la voz que tengo puedo llegar a encontrar otros escenarios...".