¿Ha intentado alguien explicar cuáles son las bases de la filosofía política de Pedro Sánchez, su teoría implícita o explícita por la que desarrolla su estrategia política? ¿Por qué actúa en su trayectoria como lo hace, o lo ha hecho, a lo largo de la legislatura donde gobierna en coalición con UP y con el apoyo parlamentario del PNV y Bildu? Una parte de los medios, con sus columnistas, y los partidos de la oposición (PP, Vox y Cs) suelen hacer una interpretación psicologista de su comportamiento: lo único que le importa es mantenerse en el poder. La explicación resulta un poco banal porque, aunque fuera así, todo poder se justifica consciente o inconscientemente con alguna concepción de lo que aborda, como ya señaló Carl Schmitt.
Además, le achacan de variar con frecuencia sus opiniones o criterios, según le convenga en cada coyuntura, de tal manera que pudo afirmar que no gobernaría con determinados partidos radicales como Unidas Podemos ni llegaría a acuerdos con partidos nacionalistas proindependentistas. Algo que, como reflejan las hemerotecas, han hecho muchos líderes en Europa desde 1945: prometer una cosa y hacer la contraria. Blair, el premier laborista de la tercera vía, dijo que no pactaría con los nacionalistas radicales del Ulster y acabó firmando el pacto del Viernes Santo. Ahora mismo el gobierno británico, adalid de la rebaja de impuestos como aparece en sus programas, ha propuesto el mayor incremento de los mismos en 50 años. Y algo parecido ha pasado en Suecia, Noruega, Italia o Dinamarca. Forma parte de las curvas de la vida política, como si predominara el principio de incertidumbre de Heisenberg y la física cuántica. En el caso de Sánchez tal vez se nota más por esa personalidad fría, egocéntrica y ambiciosa y como cuenta una antigua novia de Majadahonda siempre decía que llegaría a ser presidente del gobierno de España. Todas esas explicaciones me resultan superficiales y de escasa entidad política.
Pero resumamos un poco la reciente historia del personaje. Al dimitir Alfredo Pérez Rubalcaba, que había llegado a la secretaría general del PSOE al derrotar a Carmen Chacón en el Congreso de Sevilla de 2012, los principales secretarios de las Federaciones, entre ellos Ximo Puig, impulsados por Susana Díaz con el aval de J.L-Rodríguez Zapatero, propusieron a Pedro Sánchez. Díaz llevaba poco tiempo en la presidencia de la Junta de Andalucía y vio en Pedro un testaferro, un teledirigido, para que ocupara la secretaría del PSOE durante un tiempo puesto que ella pensaba optar a la presidencia del gobierno. Una gran mayoría de los llamados barones la siguieron, unos pocos se decantaron por Eduardo Madina, mientras que izquierda socialista tenía su propio candidato, Pérez Tapia.
Las primarias celebradas las ganó Sánchez (yo voté en blanco porque, aunque me gustaba más Madina, venía respaldado por Rubalcaba y recordaba aquello que decían mis compañeros del Congreso: “el malvado Rubalcaba te das la vuelta y te la clava” y ya la había tenido con él en el debate de la LOGSE). Sánchez se convirtió en el líder “provisional” del PSOE. A partir de ahí surgieron los problemas. Con anterioridad Pedro se posicionó contra la independencia de Cataluña y propuso un Estado Federal, sin especificar a qué tipo de federalismo se refería (¿alemán, canadiense, brasileño, argentino, estadounidense, indio, indonesio, el de las Islas Feroe…?). En las elecciones de 2015 pretendió un gobierno con Cs, pero no tenía los votos suficientes porque UP contaba con más de 60 diputados y se opuso. Después vino la crisis en aquel convulso Comité Federal del PSOE del 2016 y tuvo que dimitir porque no estaba de acuerdo con abstenerse en la votación de la elección de Rajoy como presidente, y sólo le siguieron los diputados del PSC, y muy pocos más, para castigar a Rajoy por el 155, de cara a su público catalán impregnado de nacionalismo.
Nadie daba ya nada por él y parecía que iba a quedar sumido en el rincón de la historia. Sin embargo, se dispuso a intervenir en las primarias contra Susana Díaz en una operación inédita, de resultado en principio desfavorable para sus intereses, y ganó contra todo pronóstico la elección con un equipo de militantes que creyeron en sus posibilidades (léase el relato de la periodista Ainara Guezuraga “El PSOE en el laberinto”, Planeta, 2019). Yo de nuevo voté en blanco. Fue un acontecimiento inédito en la historia política de los partidos españoles, casi siempre controlados por los aparatos de poder, estos suelen ganar en sus apuestas.
Se convirtió en presidente al ganarle la moción de censura a Mariano Rajoy acompañado de Bildu, el PNV y otros, con la propuesta de ir a unas elecciones generales. Hubo dos en 2019, en abril y noviembre, con resultados parecidos para los socialistas, aunque con dos diputados menos del PSOE que se los ganó Más Madrid, escisión de Podemos protagonizada por Iñigo Errejón. Sánchez pactó al final con UP, porque Cs no le hizo ninguna propuesta después de abril, lo que determinó su hundimiento en noviembre con la creencia de que podía sustituir al PP. Rubalcaba calificó al nuevo ejecutivo como gobierno Frankenstein.
Más que una coalición lo que se hizo fue un reparto del poder. Los gobiernos de coalición de Alemania o de Dinamarca tardan varios meses en establecer todos los puntos posibles de la misma, asesorados por técnicos, funcionarios, sociólogos, políticos y publican volúmenes con todos los detalles y más de 300 páginas. Cuando Merkel, la presidenta de Alemania, cesó a aquel ministro que copió la tesis no consultó al SPD, porque ya estaba fijada la línea ética a seguir. Fíjense la diferencia con el gobierno de España o los de los Botánic I y II, en dos o tres semanas se lo repartieron todo. Y ahora Sánchez, como antes Ximo Puig, no puede cesar a ningún ministro o conseller sin permiso del otro -UP o Compromís- a fuer de destruir la coalición. Es como los pactos del gobierno del Líbano.
Dicen las comadres políticas madrileñas que tiene un asesor con gran formación económica, política e histórica de España de origen argentino, de la izquierda peronista, perseguido por los militares en 1978 y nacionalizado español. Le concedo poca veracidad a esta información, pero me extrañó que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, tuviera una intervención en la Asamblea madrileña criticando al peronismo, cuando siempre utilizaba a Venezuela en su descalificación al gobierno lo que provocó gran revuelo en los medios argentinos (está en YouTube). Este personaje del que nada se sabe, le habría insinuado que virase hacia el Este y el Norte desarrollado de España, desde Algeciras, Málaga, Almería, Murcia, Comunidad Valenciana, Cataluña, Navarra, Baleares y Euskadi, donde está el impulso económico, social y demográfico, y separarse de la España mesetaria y adyacentes (Andalucía, Extremadura y las dos Castillas) que siempre dominó las relaciones políticas desde los Austrias y los Borbones, y en la que Madrid es un oasis, un gran polo de desarrollo en medio de ese territorio que aglutina tanto a la denominada España vaciada junto a las otras zonas que dependen de ella para su progreso.
En esta tesitura teórica debería centrar el poder social y económico en aquellos territorios del norte y del este, dando un bandazo a la secular Historia de nuestro país. Y como cree que los sectores de esa España clásica, o vacía, no está por la labor y la controla principalmente la derecha y un españolismo rancio, no hay más que crear un bloque que conduzca a esa dinámica. Todo ello sin contar con una base intelectual lo suficientemente sólida para articular el proyecto y sin saber exactamente hacia dónde va y cómo hacerlo, improvisando, con poca sutileza, y sin que se asegure la unidad de España por la vía que pueden disponer los nacionalismos vasco y catalán para sus propias estrategias. Sin ni siquiera sacar adelante hasta la fecha el Corredor Mediterráneo. Eso podría llevar al PSOE a una crisis de la cual no sé cómo saldrá. De ahí la necesidad, insisto, de un gobierno de coalición PP-PSOE que articule la estructura territorial de España como país integrado.