VALÈNCIA. Leo Bassi representa, sin duda, a la figura del clown político. Un humorista que no se limita a utilizar los chascarrillos sin un mensaje social. Para el italiano, ser bufón supone seducir al público haciendo algo que es "peligroso", enfrentarse al poder y al sistema con la naturalidad de la carcajada. No es apartar la mirada, es ponerla desde el lugar de la "clase popular". Con esa filosofía y con una tradición circense de cuatro décadas, Bassi ha configurado el espectáculo El último bufón que representará el próximo 8 de abril, a las 21:00 horas, en La Mutant. Cerrando a su vez el Festival Internacional de Circo de València, Contorsions.
El cómico utiliza igualmente la cita para rememorar el legado de su bisabuelo Giuseppe y su tío Giorgio, quienes aparecen en una grabación realizada por los hermanos Lumière en 1896, cuando ambos trabajaban en el circo Rancy de Lyon. Fue su hermana, Joanna, la que se encargó de ir a la fundación de los cineastas, ubicada en la misma ciudad francesa, para recuperar sus archivos. "Me parece increíble ver a mi bisabuelo hace 128 años atrás haciendo lo mismo que yo. Refuerzan mi sentimiento por el arte, porque ves la vertiente más inocente de la disciplina. Son varios fragmentos cortos de treinta segundos pero muy valiosos. En efecto, la fundación nos ha cedido su contenido para exhibirlos en los espectáculos, pero no se puede difundir por Internet", explica Bassi en declaraciones a CulturPlaza.
-Cuarenta años en la vida circense y continúa apostando por la figura del gran bufón. ¿Qué representa para usted?
-Es inevitable que para mí exista un vínculo especial por la tradición artística de mi familia. Pero la vida del circo, de ser payaso o un bufón, te hace viajar y relacionarte continuamente con diferentes nacionalidades. Son como grandes dosis de anarquismo que te llevan a querer mantener esa misma libertad de movimiento y también de expresión. Ésta es la gracia de los bufones. Representamos la voz popular contra el poder, ya sea político o religioso. Y en una España donde se censura a los cantantes, artistas gráficos o humoristas, hay que continuar molestando. La libertad de expresión no llega gratis. Muchos clowns y monologistas parecen olvidarlo al decantarse por un humor blando y vendido al sistema. Pero la función esencial de un humorista es defender las causas de los más débiles.
-Algo parecido ocurre con las redes sociales. ¿No?
-Aquí es donde las cosas se ponen interesantes. En sus primeros años, los políticos no sabían muy bien para qué servían las redes sociales y tampoco querían prestarles atención. Pero en cuanto lo han sabido, no han tardado en censurar, condenar y atenerse al sistema judicial para amenazar con escudos como la Ley Mordaza. El mensaje de mi espectáculo es precisamente que nunca se llega a la libertad de expresión. Es una lucha continua ante un poder que intenta callar porque tiene miedo a oír. Ahí aparecen los bufones, para burlarse de la censura con el divertimiento.
¿Se acostumbra un cómico a la desaprobación de su trabajo?
-Hace 12 años pusieron una bomba en un teatro en el que estaba actuando y en 2016 quemaron el Paticano de Madrid. Si llega a ser otro tipo de iglesia, la noticia hubiera salido en todos los titulares. Pero todavía no hay responsables ni investigaciones, se ha hecho impunidad total al caso. Con todo esto no tengo miedo a decir la verdad, ni a posicionarme en contra de la pedofilia, aunque sea el Vaticano, o a castigar la corrupción del PP. La realidad es que hay muchos sitios en los que no se tolera mi espectáculo…me han censurado en Galicia y hasta hace unos años estaba en una lista negra en València. Gracias al cambio político puedo actuar en la ciudad después de 15 años y por segunda vez en mi vida. El porqué, hablar de temas como el incidente de metro. La desaprobación también la he sentido desde Coca-Cola o McDonald’s. Hay tantos tipos de censura y de poder. La vida del bufón es esta.
-¿Cree que la figura del bufón, al igual que la del circo, seguirá siempre llena de clichés?
-Durante siglos ha sido fácil utilizar tópicos porque la sociedad no cambiaba y el ritmo de vida era siempre el mismo. Ahora estamos en un continuo cambio. Por eso creo que los clichés han quedado atrás. Por ejemplo, mi papel de clown político sigue cada día en Twitter, una práctica que desde luego no entraba en lo anteriormente establecido. Sin embargo, aunque la forma de hacer humor es diferente, el fondo es el mismo. Me gusta poner por caso el medio satírico Mongolia, porque su espírutu es muy parecido al que tenían mis bisabuelos.
-València ha creado recientemente su primer Festival Internacional de Circo para poner en valor la profesionalización del sector. ¿Qué requisitos debería cumplir?
-Hay que tener en cuenta que el circo de ahora es diferente al de antes porque la gran mayoría de artistas que lo practican no pertenecen a ninguna familia circense. Son primeras generaciones que han aprendido en las escuelas y han decidido entrar en los circos. Con ello, hay dos dimensiones de gran importancia. De un lado, la generación continua de espectáculo para captar la atención especialmente de unos niños que están acostumbrados a vivir enfrente de las pantallas. Y el festival tiene que ser justamente lo contrario; acción, técnica y sensualidad. Creo que es muy educativo que los pequeños vayan al circo para ver cómo puedes llegar a utilizar tu cuerpo. Y por otro lado, debe primar una filosofía humanista. Los artistas deben saber plasmar ideales, hacer un performance antisistema, en el mejor sistema de la palabra. Se trata de no arrodillarse ante un poder que se come toda nuestra realidad.
-¿Es una unión entonces de técnica y valores?
-Sí, porque el nuevo circo está visto como un elemento de resistencia humana. En un mundo de fake news donde Cristina Cifuentes dice hacer cosas que no son así, hay que primar el arte como ese lugar en el que los esfuerzos y los sentimientos son verdaderos. Ante una sociedad que parece ser una gran mentira, el circo es ese lugar honesto al que ir.