Hoy es 7 de octubre
La conciencia y los ojos de más de la mitad del mundo no dejan de llorar sangre. Pedir el alto el fuego definitivo en Gaza ha superado con mayoría la última votación de la Asamblea General de la ONU. Una resolución aprobada por una amplia mayoría para el alto el fuego humanitario inmediato, así como la liberación de todos los rehenes. En este caso, la Unión Europea, a pesar de todo, mostró un mayor acuerdo que en anteriores ocasiones. Junto a España votaron ocho países a favor de detener esta barbarie. Pero es indignante observar los resultados de esta votación enfrentada en cuanto a los países europeos que votaron en contra, Austria, Croacia, Hungría y Chequia. Y más indignante es saber que la abstención llegó desde quince países, entre otros, Bulgaria, Italia, Alemania, Países Bajos, Rumanía y Eslovaquia… Cabe destacar que Berlín justificó la abstención por defender el derecho de Israel a defenderse ante un alto el fuego. Tremendo.
Pero la ONU logró por abrumadora mayoría una resolución que exige un alto el fuego humanitario inmediato en Gaza. 153 países apoyaron esta resolución; 10 gobiernos votaron en contra; y 23 se abstuvieron, entre ellos Ucrania, Rumanía, Argentina, Cabo Verde, Alemania, Uruguay… Tremendo. Triste. Demoledor.
Estas navidades sigo pensando en aquellos belenes que armaba Leo Bassi, el artista y cómico italiano. Aquellas escenografías de hace más de una década en las que los Reyes Magos no podían llegar a Belén porque eran retenidos en un checkpoint por el ejército de Israel en su camino al nacimiento del niño Jesús, y eso que seguían la estela de la estrella vibrante en el cielo. El portal de Belén de Bassi estaba rodeado por el muro israelí, de hormigón y de vergüenza, que se prolonga por toda Palestina, por todos sus pueblos y ciudades, que aísla la comunicación de la geografía humana de este pueblo ocupado y sitiado.
Los belenes de Bassi, en Madrid y Barcelona, entre otros enclaves, fueron muy criticados por no contemplar la gran felicidad y colores que irradian estos días en esta sociedad que habitamos. Sus belenes eran a poca luz, con apagones, cómo sufren las personas en Gaza y Cisjordania, con escombros por los derribos de las casas palestinas, con tanquetas y metralletas israelíes… Eran la imagen real de Palestina. Leo Bassi montó la polémica. No gustó. Pero tras diez años, hoy es la puta realidad de estas navidades palestinas. Y también de estas navidades en las que he decidido no adornar ni ordenar mi belén. He estado demasiadas veces en Belén, conviviendo con diversos credos y con una diversidad cultural inmensa. No podemos ser bucólicos ante un mundo roto y dolorido.
Por otra parte no puedo romper con mis recuerdos, esa memoria anímica y sentimental que aprendí de mi padre. No voy a abrir las cajas donde dormitan las figuras de barro, pintadas a mano, del belén de mi familia. Este año, no. Pero me es imposible escapar de los recuerdos, de aquellos sábados, antes de Nochebuena, en los que nuestro padre nos llevaba a los tres hermanos, por la tarde, a la Plaza Mayor de Madrid para buscar una nueva figurita para el belén de casa. Lo mismo que yo he repetido con mis dos hijos, la misma ilusión de encontrar esa imagen que nos falta para componer otra escena del belén.
Aquellas tardes tardías de sábado, porque mi padre trabajaba el sábado por la mañana en aquella farmacia militar de Chueca, eran lo mejor del año. Esperábamos a que pasara el atardecer, porque con luz natural la Plaza Mayor de Madrid no era lo mismo. Y allí nos íbamos, un padre, dos hijas y un hijo, todos cogidos de la mano. En Virgen del Puerto subíamos al autobús, la línea 50 que sigue existiendo. De la calle Carretas hasta la Plaza Mayor, mi padre vigilaba que no nos separáramos. Éramos tres pequeños cargando abrigos, trenca en el caso de mi hermano, bufandas, guantes y aquellos verdugos de lana que cubrían nuestras pequeñas cabezas. Caminábamos a trompicones, alterados, felices, absorbiendo a lo bestia toda iluminación navideña.
A medida que yo crecía esos sábados se convertían en un infierno. Entendí aquello de la famosa película La gran familia, dirigida por Fernando Palacios, que engullíamos todas las navidades en la televisión en blanco y negro. Mi infancia estuvo marcada por la desaparición de Chencho en la Plaza Mayor. Familia de quince hijos, lo que era habitual en aquellos tiempos, que perdía al más pequeño. Era un tormento ir a la Plaza Mayor por si se perdía mi hermana pequeña o mi hermano.
Nunca pasó. Nuestro paso por ese espacio histórico siempre fue ilusionante. Buscábamos la figurita anual, siempre relacionada con la vida rural de mi padre. Cuando nací el belén de mi casa se inició con el portal, la vaca, el buey, san josé, la virgen maría y el niño. A partir de ahí mi padre recreó la vida de un pequeño pueblo conquense, el establo, bebedero de animales, casetas de piedra en seco para pastores, porque él fue pastor, un río donde pescar, beber y lavar la ropa… el palomar, la cocinilla de mi abuela, y el secadero de los restos de una matanza… Son memoria, tan solo recuerdos de aquellas pequeñas cosas que sigues amando.
Ayer le conté estas cosas a mi vecina. Ella compartió historias similares. Los recuerdos nos dejaron demasiada añoranza de aquellos a los que tanto quisimos, a quienes nos dieron la vida y con quienes crecimos. Mi vecina también tenía miedo a perder a sus hijos en la multitud navideña de Madrid.
Ayer hicimos varias pruebas de nuestra cocina para la celebración de la cena de Nochebuena. Pero, sobre todo, quedamos iluminadas sintiendo que queda menos de una semana para volver a vivir esos sentimientos infantiles a través de nuestros nietos, de esos pequeños que nos van a devolver todas las ilusiones y todos los sueños.
Acabamos de comer juntando las pequeñitas copas con una nueva absenta que nos han regalado, estremecidas ante las no navidades para esas decenas de miles de personas que vivirán bajo el frío que sopla en Gaza y Cisjordania, junto a la muerte y el más extremo sufrimiento. Llorando dolor y rabia por tantas niñas y niños asesinados y perdidos en esas insoportables plazas mayores de cada ciudad, de cada pueblo en Palestina.
Buena semana, buena suerte.