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entrevista al secretario municipal de València antes de su jubilación

Pedro García Rabasa: "Ni Rita ni Ribó han intentado torcer mi voluntad"

· "Los políticos son un reflejo de la sociedad"
· "No me quita el sueño estar investigado"
· "El Ritaleaks no me pareció bien"
· "Intentar presionarme era predicar en el desierto"
· "El nivel de entendimiento en el tripartito ha sido razonable"
· "En la administración, las histerias no conducen a nada"
· "La urgencia de los promotores no puede ir en detrimento de la ley"

16/06/2019 - 

VALÈNCIA. Se autodefine como defensor casi radical del ciudadano. El secretario municipal del Ayuntamiento de València, Pedro García Rabasa (València, 1949), se jubila tras 27 años de servicio público en el consistorio, donde ha vivido un sinfín de situaciones, algunas más cómodas que otras. Imputado en el caso de Monforte junto al concejal Jorge Bellver, conoció de primera mano lo que implica la judicialización de la política. Lamenta que se lleven los asuntos políticos a los tribunales. Hay un coste más allá de lo económico: hay funcionarios que temen firmar algunos documentos.

Hombre de pocas estridencias y amante de la tinta del noventayochista Pío Baroja -tiene su obra completa y compra sus libros aunque los tenga 'repes'-, cuenta que no le gustó nada el Ritaleaks, pues no le parece "razonable" usar informaciones como las que se hicieron públicas "para cuestiones de tipo personal". En todo caso, su máxima es que "los políticos son el reflejo de la sociedad, ni más ni menos". Son como son porque somos como somos, explica.

En ocasiones, quien ostenta la Alcaldía podría tomarse su figura como la de un 'Pepito Grillo', pero su experiencia no ha sido esa. "Rita Barberà y Joan Ribó han sido extraordinariamente corteses", admite, y ninguno de ellos ha intentado torcer su voluntad. Ni ellos, ni los concejales de Urbanismo a quien guió, ni los promotores. Intentar presionarle, dice, siempre ha sido "predicar en el desierto". Pero eso sí, de estas casi tres décadas de ejercicio, se lleva dos grandes amigos y exconcejales: Rafael Rubio (PSPV) y Jorge Bellver (PP).

En esta defensa a ultranza del ciudadano, García Rabasa ha tratado de hacer más ágil y menos farragosa una institución mastodóntica y suspensa en velocidad como lo es un ayuntamiento, y en especial el de València. Su propuesta es una "interpretación flexible" de los procedimientos. "A veces no he sido comprendido en estas cosas porque parece que te quieras saltar la ley, pero nada más lejos de la realidad", comenta. Celeridad, sí, pero no velocidad enloquecida. La serenidad en la toma de decisiones es un valor.

Un histórico del consistorio valenciano recibe a Valencia Plaza en su despacho municipal, primera planta.

- Muchos concejales se han visto inmersos en casos judiciales, imputados especialmente por las denuncias del asesor del Partido Popular Luis Salom. ¿Cree que se está judicializando demasiado la política?
- Sin ninguna duda. Creo que la acción política es una cosa y la denuncia judicial, otra. Plantear controversias de índole política es perfecto razonable. Y esa es la esencia de la democracia. Pero cuando la solución no nos satisface, acudir a los tribunales y entrar en un bucle acusatorio, no tiene sentido. Alguien muy querido y un gran profesional me dijo una vez que en Valencia estábamos instalados en la cultura de la desmesura. Esta es una sociedad vehemente y apasionada pero haría falta que los políticos, los funcionarios, y la ciudadanía, nos tranquilizáramos un poco. No es razonable que, ante cualquier discrepancia política, se acabe llevándo a los tribunales. Y yo, en este momento, sigo denunciado ante los tribunales a pocos días de mi marcha.

- Sobre ello quería preguntarle. Usted estuvo investigado en el caso de los Jardines de Monforte.
- Estuve 18 meses con titulares diarios. En ese sentido, tengo la espalda ancha y no me quita el sueño porque como estaba convencido de que no había hecho nada ilegal ni inmoral. A otra gente le costó incluso la muerte. Y eso fue muy doloroso. Alguno no llegó al final del proceso y acabó en el cementerio, y eso es duro. Nosotros teníamos la sensación de que se denunciaba como una cuestión penal una cuestión que era puramente administrativa. Suponer que el concejal de Urbanismo, yo mismo y los otros tres imputados finales habíamos intentado enviar un informe jurídico para beneficiar a alguien... Hay que demostrarlo, y no era así.

Se publicó un artículo en la prensa cuya última frase era muy ocurrente: "Y ahora, quién paga esta juerga". Se refería al daño irreparable que se hace a la administración. Eso produjo que el funcionario, antes de poner una firma, se lo piense treinta y tres veces. Una de las funcionarias procesada había firmado un decreto de pase, el documento para que el expediente pase de un servicio municipal a otro. Quien estuviera detrás de aquello, no sabe el daño que está haciendo a la ciudad. Después de todo, me reuní con todos los jefes de servicio de Urbanismo y les pedí, por favor, que olvidaran el incidente y que no se produjera ese retraimiento en la función pública. No sé si lo conseguí. Me temo que en parte, no, y que sigue habiendo compañeros que antes de poner una firma se lo piensan dos veces o no la ponen, y eso es grave.

- ¿Este mandato ha habido tramitaciones que no se han hecho todo lo correctamente que se deberían?
- Siempre es posible que en algún expediente, se cometa algún error. Y si hay mala fe y si hay delito, para eso realmente están los tribunales. Que se demuestre. Pero la acusación indiscriminada es ineficiente. Yo no digo que quien crea que se ha cometido un delito no lo denuncie, pero hay que acusar con pruebas, porque se hace mucho daño a toda la a toda la función pública y a la administración. Y tampoco es justo que nos dirijamos con tanta ligereza contra los políticos, sean del signo que sean. Los políticos son, ni más ni menos, el reflejo de la sociedad. Los políticos son como son porque nosotros somos como somos. Si la sociedad es sana, eficiente, e inteligente, nuestros políticos lo serán.

- Usted ahora mismo está denunciado por la tramitación de la exención de la plusvalía al PSPV en la venta de su sede.
- A estas cosas le doy relativa importancia. No me hacen sufrir especialmente. Obviamente no me agrada. Como dije en el juicio de Monforte, ¿pretende usted que yo me acuerde de más de 600.000 resoluciones que he firmado en estos años? En este caso de la plusvalía, hay muchos informes técnicos, incluso de Hacienda y de otras autoridades ajenas a la administración, avalando esa tesis. Yo me he limitado a firmar la resolución diciendo que el concejal que firma es, en efecto, el concejal que firma. No estoy diciendo si está bien, mal, o regular. La resolución viene amparada por informes muy importantes de otros técnicos de la casa. Con esto no estoy diciendo que deben imputar a otros, ni muchísimo menos, pero es tan absurdo que al final se denuncia al concejal y al que ha firmado: al secretario. Simplemente refrendaba la firma del concejal. Hay informes de la casa reiterando que tenían derecho a la exención exactamente igual que el Partido Comunista.

- Pero inicialmente se le denegó al Partido Comunista.
- Se le denegó, pero cuando recurrió, los técnicos consideraron que tenía razón. Tenemos capacidad de reconocer nuestros errores.

- Si los criterios eran los mismos para un partido y para otro, no se entiende que primero se le denegara a unos y luego, al PSPV, con los mismos criterios, se le dijera que sí.
- Porque el Ayuntamiento ha llegado a esa conclusión en base a nuevos documentos o nuevos informes incluso de autoridades o de organismos económicos externos.

- Hay una cuestión que subyace a todo esto. ¿Considera ético que el concejal que esté firmando esa resolución sea un cargo orgánico del partido que se va a beneficiar de esa exención de la plusvalía?
- A veces puede resultar chocante que en el fragor de firma de miles de documentos, se te pueda pasar advertir al concejal de que no debería firmar una resolución porque le afecta. Nos ha pasado en algunas ocasiones, y cuando nos hemos dado cuenta, hemos hecho que lo ratificara Alcaldía o la Junta de Gobierno. Es verdad que se nos ha pasado, pero cometemos errores.

- ¿Ha sido un error?
- Puede ser inconveniente, es posible. Lo que ocurre es que la documentación y la petición no era del Partido Socialista de aquí porque, según me explicaron, venía directamente desde la sede central del PSOE en Madrid.

- Volviendo a la judicialización de la política. ¿Como vivió el Ritaleaks?
- Lo viví de lejos pero no me pareció bien. No me parece razonable que se utilicen estas informaciones para cuestiones de tipo personal. Y la demostración palpable es que luego eso quedó archivado sin ningún tipo de responsabilidad. No me gustó y no era justo con Rita Barberá, más allá de que cualquier político pueda discrepar de cualquier línea política. Igual que no me parecen bien algunas denuncias del Partido Popular. No me parece razonable. Y en el momento del Ritaleaks, a mí personalmente me dolió.

- ¿Nunca advirtió ninguna irregularidad en el gobierno del Partido Popular sobre adjudicaciones que ahora mismo se están investigando?
-  Yo estaba en el área de Urbanismo. Y no he recibido ninguna presión para atender algún tema urbanístico. Quiero dejar muy claro que ni por parte de Jorge Bellver, ni Miguel Domínguez, por poner dos ejemplos, intentaron decirme a mí esas cosas. La gente lo sabe: hacer eso conmigo es predicar en el desierto. Jamás a mí se me ha arrimado ningún constructor pretendiendo hacer nada extraño porque, como tengo aspecto serio, no he sido tentado. Era perder el tiempo.

- ¿Y cómo vivió la época convulsa del PP?
- Después de estar tantos años con el gobierno del PP, o se es muy falso y se desea la caída del ídolo, o no se pasa bien. A mí no me resulta en absoluto agradable comprobar que nueve concejales del Partido Popular con los que yo he trabajado acaben imputados. No me divierte, ni lo encuentro atractivo, ni me gusta, y sufro por cualquiera que esté en esas circunstancias. Pero yo no hago valoraciones sobre si lo hicieron o no. Fue bastante desagradable el tema en su conjunto y a mí me preocupa. Tampoco me parece razonable que se esté haciendo una mención constante a esa condición. Estas actitudes histriónicas y teatrales me van poco. Tiendo más a la seriedad y a la melancolía que otra cosa.

- ¿Cómo definiría su profesión? En el pleno de despedida se planteó la dificultad de explicar cuál es su trabajo exactamente.
- Eso fue al hilo de que en la comida de homenaje, gratísima por cierto, con los concejales, yo comenté que, como todo el mundo sabe y es motivo de muchas risas, tengo 10 hijos y 17 nietos, pero ninguno ha estudiado derecho. Y yo decía que cómo les iba a explicar lo que hago a mis hijos cuando me preguntaran sobre mi trabajo. Incluso para los iniciados, entender este trabajo es complicado. Se centra un poco en el análisis jurídico riguroso pero también tiene que ver con la guía o el consejo, no desde luego político, de cómo se tienen que hacer los procedimientos y también con tratar de modular la relación entre el Gobierno y la oposición. Estás al servicio de todos, evidentemente del equipo de gobierno y del alcalde, pero nosotros no somos el secretario particular del señor alcalde. Somos el secretario de la Alcaldía, del Gobierno y del Ayuntamiento. Y aquí entra también la oposición. Si la oposición tiene un problema y lo plantea, aquí se le atiende.

- ¿No se toman los alcaldes su figura como la de un 'pepito grillo'?
- Es posible que a veces se tome en un sentido patrimonialista, especialmente en municipios de otro nivel en cuanto a población, a la entidad y a la tradición del municipio. Pero en el Ayuntamiento de Valencia, mi experiencia no ha sido esa. Rita Barberá y Joan Ribó han sido extraordinariamente corteses y ninguno de los dos me han pedido un informe en el sentido que querían que fuera el informe. Yo lo he hecho con libertad. En ocasiones, lo que yo decía era lo que les satisfacía, y en otras, no. Y ninguno de los dos ha intentado de ninguna manera torcer mi voluntad, en absoluto. Pero ni lo han sugerido. No me he sentido presionado por nadie. También me refiero a los concejales delegados de Urbanismo, donde estuve 17 años.

- ¿En qué mandato se ha sentido más cómodo?
- Fue más complicado el principio y la primera comisión de Urbanismo presidida por Juan Manuel Castañer. La comisión era más variada y había en aquel momento grandes personas que han tenido mucha significación en el Ayuntamiento y en la Comunidad Valenciana. Había más tensión porque era un gobierno de coalición. A partir de aquel momento y desde el año 95, con la mayoría absoluta del Partido Popular, fueron gobiernos más cómodos. Cuando es más cómodo para el equipo de gobierno, también lo es para los funcionarios. Este último mandato, con el gobierno tripartito, no ha supuesto una dificultad añadida porque el nivel de entendimiento ha sido razonable y no ha afectado a la función pública. Si han tenido alguna discrepancia, ha sido una cuestión entre ellos, pero nunca se ha puesto de manifiesto. Puede haber habido algún momento de desencuentro, pero yo soy una persona tranquila y de pocos aspavientos, y conservo muy buenos amigos.

He mantenido una extraordinaria relación especialmente con dos concejales, uno del PSOE y uno del Partido Popular, que son Rafael Rubio y Jorge Bellver. Con ellos quedaba a comer periódicamente y nos reuníamos en un restaurante. Hemos tenido una relación fraternal. Incluso jocosamente hemos despellejado a gente. Somos verdaderos amigos y ese es el camino. Es perfectamente razonable que en el hemiciclo, en la prensa, en los mítines, se digan lo que consideren oportuno, pero luego que se puedan tomar un café incluso con un funcionario.

- ¿Cuántos acuerdos municipales contrarios a sus directrices ha tenido que notificar?
- Lo que suele ocurrir es que lo que los procedimientos con informes en contra no llegan a hacerse. No suele llegar al Pleno. Aquí no ha ocurrido que una cosa llegue al Pleno y que haya tenido que hacer la advertencia allí. Ha habido algún caso de propuestas de contenido político que sí he tenido que advertir: cuidado con eso. Y en honor especialmente a esta última corporación, he de decir que cuando he advertido sobre algo que pudiera no tener visos de legalidad, automáticamente se ha retirado.

- Lleva 27 años ejerciendo de secretario. ¿Se marcha satisfecho del trabajo que ha hecho?
- Sí. Puede parecer pura vanidad decirlo, pero sí. Siempre quedan cosas por hacer. Siempre hay partes del trabajo que no han sido todo lo satisfactorias que uno desearía. Esto es una administración muy compleja, muy antigua y muy importante, y siempre se podría hacer algo mejor, pero tengo la convicción de haber intentado hacerlo lo mejor posible. Soy un apasionado de la administración local y el resto se lo dedico a mi familia. No he tenido otras actividades.

- ¿En qué asuntos es necesario avanzar o cree que se podrían haber mejorado?
- Se pueda hacer mejor, pero es complicado. Vivimos en un estado de derecho y garantista. La Ley contempla las garantías de la administración también para el ciudadano y eso hace que los procesos administrativos sean lentos por más que intentemos agilizarlos. Es muy difícil compaginar la actuación de la Administración con la voluntad de rapidez del ciudadano. El eje principal de mi actividad ha sido centrar el foco en el respeto a los ciudadanos y en atender sus demandas. ¿Con un cumplimiento específico y exhaustivo de la ley? Sí. Pero con una interpretación flexible que no nos llevara a que el procedimiento administrativo se volviera contra la lógica. A veces no he sido comprendido en estas cosas porque parece que te quieras saltar la ley. Nada más lejos de la realidad. Pero sí hay que aprovechar las inercias de la administración y la relación con la gente para resolver las cuestiones de manera racional, aplicando el sentido común y la celeridad, pero no la velocidad enloquecida.

- De hecho, en 2013, usted envió una nota a los funcionarios para tratar de agilizar los procesos.
- Efectivamente. En la administración hay que aplicar el concepto de la tranquilidad y la mesura. Las histerias y los comportamientos disparatados no conducen a nada. Hay que actuar con seguridad y con tranquilidad pero con eficacia y con eficiencia. Ello no implica velocidad. La rapidez puede ser eficiente. La velocidad enloquecida no lleva a ninguna parte.

- ¿Cree que se ha avanzado en este sentido?
- Sí. Se han aprobado una serie de catálogos de procedimiento que como todo son perfectibles en base a la experiencia. Pero la experiencia con el foco puesto en la eficacia. Hay determinados procesos, incluso determinadas personas, que para cada solución tienen 20 problemas. La alternativa es la contraria. Para cada problema hay que buscar varias soluciones. La más justa, la más legal evidentemente, pero la más eficiente para el ciudadano. Estamos al servicio al ciudadano. En ese tema, en los temas de su condición social y también de su condición lingüística. Cuando trabajaba en Almazora, tenía menos conocimiento del valenciano, pero yo rogaba a la gente que venía a verme que hablara en valenciano porque si me traducía lo que pretendía, no era lo que de verdad quería y no nos entendíamos. Y luego yo le contestaba en castellano porque no estaba su nivel. Es nuclear que no haya imposiciones y haya respeto a que cada uno se pronuncie como considere

- El requisito lingüístico ha suscitado un poco de controversia.
- Pero aquí no. Yo diría que no. Hay un reglamento aprobado por unanimidad por el Ayuntamiento. Hay que dotarlo de un carácter de normalidad y que esto no sea un motivo de enfrentamiento ni partidario ni partidista. Debe ser un tema pacífico y un tema social tratado con naturalidad.

- Este mandato ha destacado especialmente el atasco en las licencias de obras y de actividades. ¿Qué propone usted como experto del Ayuntamiento?
- Es muy fácil decir que hay que simplificar los procedimientos y que la Administración es farragosa y lenta. Es posible que todo sea verdad. Y es posible que una parte de culpa, la tengamos nosotros. Pero básicamente la culpa es de las normas. Y en cuanto a las licencias, la responsabilidad y la seguridad, hay que ser muy cuidadoso. Probablemente, los promotores, por necesidades imperiosas de sus operaciones financieras, tienen urgencia en obtener la licencia, pero eso no puede ir en detrimento del cumplimiento de la ley. Es mucho más difícil reponer la legalidad a su primitivo estado cuando el edificio ya está construido. Todos sabemos que si no nos controlan, si no tenemos un radar en la carretera, todos pisamos el acelerador. Si no hay controles administrativos, el caos urbanístico podría ser tremendo. Y yo comprendo que no tenemos la misma visión los que estamos dentro de la Administración que yo mismo cuando pido una licencia en el pueblo donde veraneo. Hay que buscar un equilibrio con la norma, que efectivamente es excesivamente farragosa. A mí me parece excesivo, habría que pensar en proyectos más ligeros.

- Quizá hace falta más funcionariado.
- Estos últimos años ha habido un empobrecimiento personal de la Administración, pero eso está en vías de solución.

- Seguimos viendo colas de ciudadanos en las ventanillas. ¿Hace falta más instrumentos para facilitar la digitalización del Ayuntamiento o es que la población todavía no se ha adaptado a esas nuevas formas?
- En el Ayuntamiento hemos llegado prácticamente a la administración sin papeles. Circula muy poco papel. De hecho, ha desaparecido la figura del ordenanza que iba trasegando expedientes de un lado a otro. Ahora se está introduciendo en empresas municipales y organismos autónomos. Poco a poco. Es un proceso largo. Por otra parte, hay que atender a las directrices de la nueva legislación sobre la relación de los particulares con la Administración. Y con eso hay que ser cuidadoso. No podemos imponer nada a nadie. Estoy incluso en contra de lo que dice la norma, porque no creo que tengamos capacidad moral para imponer la digitalización a nadie y negarle el acceso a un registro público del modo que considere oportuno.

- Ahora que acaba aquí su trabajo, ¿en qué va a dedicar su tiempo libre?
- En la comida del otro día con amigos, concejales, funcionarios y también el alcalde, acabé citando a un surrealista francés, Jacques Prévert: "Nunca es tarde para no hacer nada". No es que no vaya a hacer nada, pero no voy a hacer nada programado. Hacer nada significa hacer lo que te apetece. No me trazo grandes metas que sé que no voy a cumplir.

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