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el callejero

Peter, Sam y sus letras de otros tiempos

17/07/2022 - 

VALÈNCIA. Peter y Sam hacen una buena pareja. Ellos son un par de extranjeros que sonríen felices en su taller de la calle Cuba, quién sabe si una de las últimas que conserva el toque castizo en un barrio de Ruzafa colonizado por los bares y los garitos. Allí, en ese tramo, parece que todo gire alrededor de Dulce de Leche, un sitio de desayunos cuquis donde siempre, vayas a la hora que vayas, hay cola. Pero allí también están Gon Villamax y su ropa sin género, antiguos bazares y este estudio cuyo eje es la impresión tipográfica, algo absolutamente anacrónico. Palabra de periodista. Peter Duffin es un londinense de 53 años que hace treinta dejó su ciudad para establecerse en Nueva York. Peter, que había sido bailarín, tomó la decisión de centrarse en las artes plásticas y entendió que la capital mundial del arte estaba en la costa Este de los Estados Unidos. Allí conoció a Samuel Larson, el hijo de unos misioneros que, tras pasar por la India, donde nació su hijo, se mudaron a la remota ciudad argentina de Catamarca, a los pies de los Andes y lejos de la modernidad porteña. Sam quería ver mundo, salir de los pequeños márgenes de aquella ciudad andina y crecer como artista, así que se fue a Estados Unidos: primero a estudiar en Minnesota durante cuatro años y después a trabajar y a buscarse la vida en Nueva York.

Allí se enamoraron, probaron con la fotografía y estudiaron en Rutgers University, en New Jersey, para acabar montando un diminuto taller dedicado a la impresión tipográfica en Jersey City, justo enfrente del imponente 'skyline' de Manhattan reflejado en el río Hudson. Peter, hijo de una bibliotecaria y de un empleado en una empresa de joyería, y Sam se aventuraron con este proyecto después de que una profesora, que era diseñadora, les ofreciera probar con la tipografía. "Nos preguntó si nos apuntábamos y, sin saber mucho del tema, dijimos que sí; no teníamos otra cosa que hacer. Pero nos enamoramos del arte y de la impresión tipográfica", rememora Sam, que hoy tiene 59 años y el brillo en los ojos de un veinteañero.
 

No lograron vivir de esto y tuvieron que compaginar su nueva vocación con otros empleos para salir adelante. Fueron tiempos difíciles. Los años noventa no fueron amables con una pareja de gays en una megalópolis como Nueva York donde el sida corrió como la pólvora. Muchos amigos se contagiaron, unos cuantos murieron y el miedo siempre caminó a su lado. Los homosexuales se convirtieron en personas estigmatizadas y rechazadas. Ser gay era poco menos que ser un peligro público.

De Nueva York a València

Han pasado tres décadas y, aunque cicatrizada, la herida sigue ahí. "Hay muchas cosas en la vida que nos han afectado por ser gays. Y el sida fue una de ellas. Yo pasé unos años trabajando con Act Up, un grupo de activistas que trabajan en temas relacionados con el sida. Pero era nuestra vida diaria. Teníamos muchos amigos que estaban enfermos. Luego ya fue mejorando", apunta Peter, justo antes de que le corte su compañero: "Nunca olvidas ese tiempo. Ahora muchas personas como yo estamos trabajando con los recuerdos de esa época. Nos parecía una crisis eterna, a nivel personal pero también a nivel político. Así que nos tocó bastante fuerte". 

"Sí, sí", reafirma Peter por detrás antes de añadir: "Hay que recordarlo. Es imposible borrar aquel recuerdo. Hay muchas historias olvidadas y ahora es el momento para empezar a recordarlas". El británico explica que, en cierto modo, este taller también es fruto de aquello. "Sí. El recuerdo de aquella época nos ayuda a recordar que la vida es corta. Un día tienes 50 años y te das cuenta de que los años pasan muy rápido". Por eso se esfuerzan por aprovechar el momento, y como apunta Samuel, están en la obligación de "vivir por ellos", los amigos que perdieron por el llamado 'cáncer rosa'. Por eso también, en 2018, pensaron que ya estaba bien de vivir en Nueva York. La pareja se hartó de la vida frenética, de las largas distancias, de los alquileres abusivos, y decidió que había llegado el momento de cambiar de aires. Pensaron en Sudamérica y México, pero finalmente se decantaron por Europa para estar más cerca de la familia de Peter. Y si buscaban un ritmo de vida más pausado, pensaron que España sería el lugar. Como muchos de los extranjeros que han recalado en València, primero visitaron Madrid y Barcelona, pero en cuanto pisaron Ruzafa, entendieron que ese era su sitio.

Unos meses antes de dejar Norteamérica, Peter estaba leyendo Poeta en Nueva York y en el poemario de Federico García Lorca están muy presentes los animales -según un estudio de la Universidad de Huelva, en sus poemas hay 234 menciones a animales-. Así que, ya que rompían, dejaban atrás también el antiguo nombre del taller, PS Press, por uno mucho más sugerente: Animales de Lorca. "Nosotros nos sentíamos como esos animales que Lorca vio en Nueva York en 1928". Aquí encajaron desde el principio. "España tiene una manera de vivir excelente", comenta Peter, risueño, en un español perfecto pero encadenado a su acento anglófono. Aunque más curioso es el de Samuel, que es como una ensalada de acentos recogidos por todos los lugares por los que ha pasado en su vida.

Letras de madera y plomo

Uno de los dos, seguramente Peter, va dejando el aroma dulzón de su perfume por todo el taller. Cuando hicieron la reforma de la planta baja, los obreros empezaron a rascar y no tardaron en salir las maravillas que alguno había decidido tapar tiempo atrás. La pintura escondía unas imponentes paredes de ladrillo cara vista y tras la escayola del techo había unas vigas de madera que hoy dan personalidad al estudio. En medio del local hay un pequeño patio con un limonero que no da limones. El resto está pintado de blanco.

Sam y Peter son dos tipos delgados que se parecen mucho y, al mismo tiempo, son muy diferentes. Les une su idealismo, su aspecto frágil y su determinación en lo que hacen, pero divergen en su carácter: uno más reservado y el otro más expansivo.

En el taller están rodeados de letras. Letras de madera, letras de plomo y letras de silicona. Porque lo singular de su trabajo, de su arte, es que ellos trabajan con letras. Como en las redacciones de los periódicos del siglo pasado. "Es una forma de comunicarse muy antigua. Pero hay algo que me encanta y son todos esos tipos de letras y esa forma de comunicarse. Tiene una historia muy larga, pero también lo podemos utilizar para hacer modernas obras de arte. La fusión entre algo antiguo y algo moderno, eso nos encanta. Es también una forma de trabajar muy manual. El alfabeto, el lenguaje, es un objeto. Esto son piezas que se pueden tocar y armar y jugar".

Primero estudian lo que quieren hacer, después seleccionan el tipo de letra, su tamaño y el material del que están hechas. Entonces pasan a componer cada palabra al revés -para que, al imprimirlas con tinta sobre el papel o el material que elijan, salgan del derecho- y a definir el espacio que quieren entre letras, entre palabras y entre líneas. "Hay que saber algo de matemáticas para hacer las composiciones", matiza Sam mientras Peter sonríe con sus letrillas en la mano. "Hay que pensar en el espacio como algo físico, y eso me encanta. Y otra cosa que me encanta es que las palabras tienen peso". Muchos de sus encargos son libros para artistas. Libros pensados más en la forma que en el fondo. "Hay artistas que pintan, otros que hacen esculturas, y nosotros nos dedicamos a los libros", advierten mientras abren sobre la mesa de su estudio uno de los libros que han hecho, una especie de abecedario en el que las letras aparecen impresas ligeramente dañadas porque usaron viejos caracteres de madera con algunas muescas. "Eso le da personalidad", precisa Samuel. Las letras de madera son de peral, que es más duro incluso que el roble. Eso es importante porque cuando las imprimen reciben mucha presión. Estas se las trajeron de Estados Unidos, de su antiguo taller, metiendo todo el material en el contenedor de un carguero. Las de plomo son muy pesadas y hacen que piensen en lo complicado que sería una nueva mudanza. Y luego están las de silicona, que, en realidad, son un experimento de Peter para paliar una de las carencias que se encuentran: que las letras norteamericanas no tienen eñes y que las españolas apenas conceden una o dos uves dobles. Y eso, cuando quieren escribir en castellano con las de peral, y en inglés con las metálicas, es un problema. Así que Peter está haciendo unos moldes para producir más W. Porque, además, salvo en algún país como Alemania, apenas quedan sitios donde produzcan este tipo de material tipográfico. Pero en estas limitaciones, siempre tan positivos, el londinense ve un reto creativo que le fascina.

El ekeko los trae suerte

Animales de Lorca también está lleno de pesadas máquinas de hierro. Nada que ver con el local donde un marroquí vendía ropa hace casi una década, antes de que ese espacio quedara vacío y cerrado durante años. Ahora, además de las mesas donde trabajan, hay una prensa de encuadernación, una cizalla para cortar cartón, una guillotina para cortar papel... Son unas máquinas que provienen de Estados Unidos, unas, y de Madrid, otras, de talleres que han ido cerrando, de gente que se jubila. En la parte de atrás, pasado el patio del limonero estéril, hay otras dos prensas.

Ahí son felices. Sam y Peter están más a gusto con este ritmo de vida que con el que llevaban en Nueva York. "Nos llamaron la atención muchas cosas cuando llegamos. Me sorprende que es una manera de vivir muy relajada, y eso es fantástico. Dicen que en Nueva York la gente vive para trabajar y hemos descubierto que aquí la gente trabaja para vivir. Es totalmente distinto. Para nosotros es fantástico", explica Peter.

No les importó ni que, a las dos semanas de inaugurar Animales de Lorca, llegara el confinamiento. Ellos viven cerca de la calle Cuba y cada día podían ir al taller a trabajar con calma, sin nadie que molestara ni interrumpiera porque, básicamente, casi todo el mundo, sobre todo por las tardes, estaba encerrado en sus hogares. "De hecho, fue un año de mucho trabajo para nosotros", advierte Samuel. Peter recuerda que durante esos meses incluso le dieron un premio. "Fue un momento excelente para arrancar todos nuestros proyectos".

Este año, con el mundo reactivándose, decidieron que era el momento de relacionarse, de conectarse. Así que cogieron y fueron a sus primeras ferias: Arco, en Madrid, y Artslibris, en Barcelona. "Aprovechamos para empezar a trabajar con otros artistas en nuevo proyectos".

Da la sensación de que el ekeko que tienen encima de un mueble, una figura andina que acarrea varios billetes de dólares reales y otros bienes, está atrayendo su buena suerte a la productividad del negocio. Porque está muy bien rendir homenaje a Lorca, vivir más despacio y trabajar en algo que parecía condenado a desaparecer, pero si encima ganas dinero, la vida se redondea.

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