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una teniente coronel y un diputado participaron en la celebración desarrollada en gátova

La fiesta de brasas y pan a leña que reúne a cientos de personas en un pueblo con tres tiendas

13/02/2024 - 

VALÈNCIA. El horno Las Delicias (más conocido como Amparín, nombre de su anterior propietaria), La Tienda de las Chicas (local de comestibles) y la carnicería Consuelo (célebre por sus morcillas). Son los tres comercios -sin contar bares- que abren sus puertas en Gátova, población ubicada a unos 50 kilómetros de Valencia, en el cogollo de la sierra Calderona.

Consuelo no dio abasto el pasado sábado por la mañana. Agotó repertorio de costillas y chuletas en la celebración conocida como Matacerdos o, en versión actualizada, festividad del cerdo, porque ahora ya no se hace la matanza que le otorgó esa denominación en su momento. Las 125 bandejas preparadas para la ocasión con el objetivo de suministrarlas, por parte del Ayuntamiento, a autóctonos y forasteros se acabaron con rapidez.

"Hay unas 500 personas. No esperábamos tanta gente de fuera”, explicaba ese día el alcalde, Jesús Salmerón, que debutaba como primer edil al frente de esta fiesta. Mientras las primeras parrillas ya se situaban sobre una extensión de brasas de unos diez metros de largo, la cola continuaba aumentando ante la entrada de la carnicería.

La plaza del País Valencià, convertida en comedor multitudinario.

A las tres y media el citado local tenía poco más que sobrasada y longaniza de Pascua (tanto blanda como dura, que el debate sobre cuál acumula más seguidores da para mucho) que ofrecer. Había casi vendido todas las existencias de las que disponía.

En el horno -situado casi frente a la carnicería- ocurría más de lo mismo. Amparín se jubiló y se hizo cargo de él Iván Pastor, llegado de Sueca - El aroma embriagador a horneado en leña con el que recibe y calienta -comparado con el frío externo- a la clientela hacía agradable, en cualquier caso, entrar en el local.

La plaza del País Valencià, la que agrupa la sede del Ayuntamiento, el edificio de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles y el bar de Jose (sin acento y siempre con el nombre del propietario. Antes era el de la Remisa) estaba abarrotada de mesas alargadas que reunían a grupos de amigos. Cada cual se junta para comer con las personas de más confianza.

La imagen consistorial

Desde el balcón del primer piso de la casa consistorial, donde se sitúa el despacho con la mesa desbordada de papeles del alcalde, su segundo en el mando y concejal de Fiestas, Víctor Sánchez, captaba la imagen con su teléfono móvil.

El sol dejaba de calentar el ambiente y a la sombra se pasaba frío. Mejor acercarse a las brasas. Allí diversos lugareños armados con espigadas horcas de madera colocaban las parrillas junto a las brasas. No hacía falta desconocer las singularidades de la cocción. Ellos se ocupaban. Las metían y las sacaban con habilidad de experto en el manejo de estos bastones de madera con dos pinchos con forma de letra en un extremo.

Había que abrigarse. Este hecho no provocaba que decayeran las conversaciones ni que la concurrencia menguara. No había espacio para más mesas. A los lugareños se habían sumado numerosos visitantes e invitados, unidos para degustar carne con pan tradicional y ajoaceite en todo su esplendor amarillento.

En este último caso se hallaban, por ejemplo, la teniente coronel Marisol Hurtado, destinada en Marines, con su familia; o el segundo teniente de alcalde de Serra, el joven Borja Martínez, que demostraba desparpajo en la transición de la parrilla a la mesa.

Pedro Cuesta, en el obrador del horno de Gátova.

El diputado de Turismo, Pedro Cuesta, ya se había marchado a esas horas. Tuvo tiempo a mitad de mañana de firmar el libro de honor de Gátova y de pasar por el horno de leña. Posiblemente de paladear el aceite de oliva local -de la variedad autóctona La Serrana- también, que, envasado en pequeños frascos, constituye uno de los regalos más apreciados como muestra de hospitalidad.

Y después de la carne venían los postres. Podían ser característicos del lugar, como las pastas caseras cuya receta el propio alcalde traslada a la práctica con habilidad, o las palmeras de chocolate cuyo consumo está arraigando el nuevo hornero, o importados, como el sabroso tiramisú que prepararon Merche, nieta de gatovense, y la abogada Zaira.

Más que con datos o cifras de asistentes, las celebraciones locales se miden por su ambiente, por su capacidad, con cualquier excusa -habitualmente gastronómica-, de fomentar la socialización y de conquistar con sus encantos a quienes asisten por primera vez.

La fiesta de Gátova tiene rango de interés turístico local otorgado por la Generalitat. Un acicate más para un municipio que, como describen las antes aludidas Zaire y Merche, "siempre está de fiesta". Constituye unos de los ejemplos más lúdicos y expresivos de la existencia en una población de interior de la provincia de Valencia.

Mezcla tres ingredientes básicos: naturaleza, buena comida y ambiente participativo con incontables conversaciones que dan para muchos chascarrillos. Así cerró Gátova el sábado la Fiesta del Cerdo a la espera de un nuevo motivo de celebración.

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