VALÈNCIA. Miguel Torga escribió los diarios de su vida desde el año 1932 hasta el año 1987. Pero, ¿quién era Miguel Torga, aquel al que no dudaron en definir como el patriarca de la literatura portuguesa contemporánea? ¿Estuvo siempre a la sombra de otros grandes nombres de la literatura portuguesa como Saramago o Pessoa? “Ser escritor en Portugal es como estar enterrado y arañar sin cesar la tapa de su propio ataúd”, escribió Torga en uno de sus diarios. Y si atendemos a la vida de Torga, no podríamos quitarle la razón.
Miguel Torga se llamaba, en realidad, Adolfo Correia Rocha. Nació el 12 de agosto de 1907 en San Martinho de Anta, una aldea diminuta de de Tras-os-Montes. Se crio en una familia de campesinos con una escasa preparación cultural y con estrecheces económicas. Estudió Medicina -era médico otorrinolaringólogo y cirujano- en Coimbra y se introdujo en el mundo de la literatura -y en el de la vida misma- con ciertos impedimentos:
Empecé mal y tarde. Cuando otros partían del saber, yo partí del sufrimiento. Ninguna puerta se me abrió' sin que tuviera que echarla abajo. Luché contra mí mismo. Una infancia rodada, como pelota a la merced de los puntapiés del mundo.
Siempre le preocupó el sufrimiento humano y se esmeró en poner todo su talento al servicio de este fin:
Acabar con la muerte como agonía diaria de los seres humanos, es tal vez el mayor bien que se le puede hacer al hombre. El cristianismo ha transformado la vida en una cruz, porque ha colocado la conciencia de la muerte a su cabecera. Y todos, creyentes y ateos, vivimos bajo el mismo terror. Pero es que la idea terrorífica del fin no forma parte del hombre ni fisiológica ni intelectualmente. Ni los griegos, ni los romanos, por ejemplo, sentían la muerte con esa irreparable angustia que nos devora a nosotros. Es absolutamente necesario, pues, arrancar las raíces de ese dolor, cueste lo que cueste.
Decidió llamarse Miguel como Cervantes y Unamuno; Torga, por su parte, era el nombre de una planta silvestre de su sierra natal. Pronto comenzó a establecer lazos con publicaciones literarias como la revista Presença, una de las más prestigiosas que tuvo como directores a José Régio y Branquinho da Fonseca. Apostaban por una literatura libre, vive y crítica que intentaba alejarse de la idea academicista del periodismo más tradicional. Ella colaboraban figuras literarias locales como Pessoa, Sá-Carneiro, Alfonso Duarte; pero también grandes nombres de la literatura europea del siglo XX: Proust, Gide o Pirandello, entre otros.
Sí, soy un nudo de contradicciones. Pero ¿qué pasaría si lo desatase?
El proyecto literario de Torga es, probablemente, uno de los más ambiciosos en lo que se refiere a literatura diarística del siglo XX. Constaba de 16 volúmenes que el propio Torga fue autoeditando. Son diarios repletos de cotidianidad pero salpicados también por una importante herida que no dejó de mostrar. Una visión pesimista del mundo y del hombre:
Un año más. Un palmo más para separarme de los demás, ya que la vida no pasa de un progresivo distanciamiento de todo y de todos, que la muerte remata.
Una de sus obras troncales se publicó en el año 1939: La creación del mundo. Dentro de ese libro había un episodio llamado El cuarto día de la creación del mundo que resultó ser el diario de un viaje por la España de la posguerra más inmediata. El libro fue considerado peligroso y la policía política lo incautó por filocomunista. Con tal motivo fue detenido y encarcelado en Leiria y Aljube. Hubo de pasar más de tres décadas para que el libro se publicara de nuevo, en 1971. Aquí pueden leer algunas de las entradas de su diario de viaje por España:
Las plazas de España son escenarios de virilidad barroca. Nunca conseguí ver las aldeas, pueblos y ciudades de esta patria [...] sino como escenarios a encerrar grandes patios de representación.
(…) Y es justamente eso lo que significan estos mis viajes meteóricos a España. Razones desesperadas en un campo donde las vicisitudes de la historia se tornaron adversas, y donde el instinto de conservación sabe que encontrará el pan que le falta (...)
Es escritor creía en la tesis 'iberista' que unía a España y Portugal en un espacio único:
Soy un portugués hispánico. Nací en una aldea trasmontana, pero respiro todo el aire peninsular... Celoso de mi patria cívica, de su independencia, de su historia, de su singularidad cultural, me gusta, sin embargo, sentirme gallego, castellano, andaluz, catalán, vasco.
Torga le plantó cara a la dictadura de Salazar y para enmarcar es una de sus reflexiones a propósito de este personaje clave en la historia portuguesa: : "Se me ocurre pensar que un tirano es lo mismo que el agricultor que planta un árbol seco y se obstina en creer que va a dar ramas".
Pero no solo de política hablaba Torga en sus diarios. Figuras como Chaplin, Keaton, Tagore, Sartre, Tito o Juan XXIII deambulan por estas páginas. Quizás uno de los que más admiró fue a Miguel de Unamuno, de quien tomó nombre y al que solía hablar con frecuencia desde sus entradas:
Unamuno, ¿por qué has muerto? ¿por qué no puedo hablar contigo en este momento dramático del mundo, aquí, en esta Iberia nuestra cargada de sol y de tristeza?.
Una de las características comunes a todas las entradas es una cita de Amiel que resumen la existencia misma del autor y su forma de ver el mundo: “Cada día nos dejamos en el camino una parte de nosotros mismos”. En los diarios también estaban insertos algunos de los poemas más emblemáticos de este médico. Así comienzan los cuatro primeros versos:
Dejen pasar al que cumple su jornada.
Dejen pasar
al que va lleno de noche y claridad.
Déjenle pasar y no le digan nada.
A lo largo del diario podemos observar cómo Torga es testigo de sucesos de enorme calado que le afectan y le tocan directamente:
Coimbra, 30 de enero de 1948. Han matado, a Gandhi, a tiros. ¡En la India ha habido un hombre capaz de apretar el gatillo contra su propia alma! La mercantil y tolerante Inglaterra a lo mejor no fue capaz de entenderlo, pero al menos respetó siempre a este hombre que se ponía a ayunar y hacía que la tierra se estremeciera. ¡El fanatismo religioso puede disparar contra la luz, y apagarla! Nadie en el mundo merecía menos la violencia brutal de un asesinato que el Mahatma.
El diario de Torga -el que publica Alfaguara- termina en el año 1987. Una de sus últimas entradas es:
Coimbra, 2 de enero de 1987. Un paso más en este camino de lucidez despiadada, y ya no podré hacer pie en la vida.
Tiempo después, el 10 de diciembre de 1993, dos años antes de su fallecimiento escribiría un poema que supone el cierre de su vida, de su trayectoria. Como no podía ser de otro modo es un réquiem cuyos tres primeros versos todavía hoy resuenan con fuerza:
Réquiem por mí.
Se aproxima el fin.
Y tengo pena de acabar así.