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TIEMPOS POSMODERNOS   / OPINIÓN

¿Un país en fallo permanente?  

Es el momento de las verdaderas reformas, pues necesitamos un cambio de marco institucional.

2/07/2023 - 

Sigo en Twitter a José Antonio Herce, a quien conocí en sus tiempos de director de Fedea. Especialista en pensiones, ha sido recientemente entrevistado por John Müller en ABC. En dicha entrevista utiliza un concepto, a su vez prestado del prestigioso sociólogo Víctor Pérez-Díaz y que éste aplica al caso de la universidad. Como es lógico, no he podido resistirme, pues me parece acertadísimo en ambos contextos. 

El concepto al que se refieren es el de “fallo permanente”, situación en la que un sistema social llega a un equilibrio mediocre del cual es difícil salir, pues no se dan las condiciones que generen mecanismos de cambio. En términos económicos, se trataría de una situación en la que varios equilibrios son posibles, pero se alcanza uno que no es óptimo. 

Aunque es difícil salir de esta situación, no es complicado identificarla. Como vimos hace unas semanas, la renta española en términos de capacidad adquisitiva ha caído en comparación con los demás países europeos. En los últimos 11 años, España ha pasado de la posición decimotercera a la decimoctava, superados por países que provienen de regímenes comunistas, como la República Checa, Estonia o Lituania. Mientras tanto, nos contentamos cuando nos anuncian que somos el país de la UE que más ha crecido durante el último año, sin darnos cuenta de que estamos en un círculo de baja productividad, bajos salarios y endeudamiento creciente que reduce nuestro desarrollo a medio plazo. Si estamos satisfechos en esta situación, es que, efectivamente, la burbuja de mentiras, maldades y manipulación en que vivimos nos ha atrapado en el autoengaño. 

Foto: EDUARDO MANZANA

No es baladí que el concepto de fallo permanente lo acuñara el profesor Pérez-Díaz en referencia a la universidad. Precisamente, el declive paulatino de la educación superior y la investigación en España están en la base de la baja productividad, la falta de calidad en el empleo y las dificultades para generar riqueza y crecimiento a largo plazo. Sin embargo, en el día a día, no se percibe el deterioro, pues los alumnos siguen asistiendo a clase (cada vez menos) y los profesores las seguimos impartiendo. Acumulamos publicaciones en revistas científicas, aunque éstas tienen poca relevancia. Lo mismo pasa con la economía española: seguimos creciendo, hay 20 millones de personas con empleo, las empresas producen y los ciudadanos compran productos, comen en restaurantes y salen de vacaciones. Pero esto no es suficiente y no deberíamos estar satisfechos. En España podemos y debemos hacer las cosas mejor. 

Aunque el relato dominante nos dice que el país mejora, lo cierto es que la situación depende de con quién nos comparemos. Respecto a nosotros mismos, España va paulatinamente mejorando (aunque con diferencias regionales e intergeneracionales notorias). Sin embargo, si la referencia la forman los países de nuestro entorno, la cosa cambia. Porque, mientras nosotros avanzamos lentamente, los demás no se quedan quietos, sino que continúan también mejorando a un ritmo más rápido. La convergencia consiste en ir ganando posiciones respecto a los más avanzados. Lamentablemente, lo hicimos en una primera etapa, pues partíamos de una renta per cápita de alrededor del 75% de la media de la UE15 a mediados de los 70 y llegamos a rozar el 90% antes de la crisis financiera, en 2007. Caímos hasta un 81% en 2013 y fuimos lentamente recuperando capacidad adquisitiva hasta 2017, llegando a un 85%. Tras la pandemia, en 2021, nos situamos en el 78.1% y en 2022 en el 81.1%. Estos mediocres resultados muestran nuestra debilidad estructural ante las crisis.

Aunque es difícil apuntar a un solo factor, hay un importante componente organizativo que abarca al sector privado y, en mayor medida, al público. Tanto en la administración del Estado como en las universidades se ha generado de forma creciente un contexto hiper-burocratizado donde los conceptos de calidad y excelencia han perdido su significado; se presta más atención a los procesos que a los resultados. Incluso cuando se habla de reformas, éstas se realizan en apariencia, prevaleciendo el interés particular sobre el general y dando prioridad al mantenimiento de mediocres equilibrios.  

Las reformas estructurales que, en principio, se están realizando en España, se hacen arrastrando los pies, con desgana, para que nos den los fondos europeos. No sólo el esfuerzo resulta insuficiente, sino que la situación final es muy insatisfactoria. Por ejemplo, en el sistema universitario y en el de investigación, se han aprobado leyes que no abordan los verdaderos problemas, como la Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU) o la Ley de la Ciencia. Ninguno de los escasos retoques introducidos modifica los incentivos para generar cambios que mejoren la base científica o la educación universitaria. Resulta insoportable la levedad de fondo de las reformas, más allá de la obsesiva voluntad por destruir lo que queda formalmente del sistema nacional, fraccionándolo geográficamente y reduciendo la equidad. La LOSU ha sido un ejemplo de pérdida de tiempo y esfuerzo reformista. 

¿Qué hacer en este contexto? Hay que ser ambiciosos. Es el momento de las verdaderas reformas, pues necesitamos un nuevo marco institucional. Pero, para ello, en primer lugar, nos hacen falta las referencia adecuadas, fijarnos en las reformas exitosas llevadas a cabo por los países de nuestro entorno. En segundo lugar, estar convencidos de la necesidad de cambio y salir de la espiral de la mediocridad. La Unión Europea cuenta con mecanismos que facilitan las reformas y que no hemos aprovechado hasta el presente. Por ejemplo, existe un programa de asistencia técnica a la reforma del sistema de ciencia y tecnología que los países pueden solicitar sin coste para ellos. Se denomina Policy Support Facility (PSF) y sólo requiere el compromiso del país de seguir las recomendaciones que recibe y plasmarlas en el Semestre Europeo, el mecanismo de coordinación de las políticas económicas de la UE. 

Parece que se abren tiempos de cambio. Podríamos empezar por pequeños pasos como estos. Pero para que las reforma verdaderamente sean posibles nos hace falta creer en la necesidad de salir de la confortable mediocridad y enfrentarnos de forma decidida a nuestras debilidades endémicas.

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