VALÈNCIA.- La figura del arquitecto valenciano Santiago Artal (València, 1931-Xàbia, 2006) ha sido considerada como un one hit wonder debido al proyecto de vivienda residencial Santa María Micaela. En sus inicios, el trabajo de Artal estuvo unido al de su padre, Emilio Artal, arquitecto de cabecera para la Cooperativa de Agentes Comerciales, que durante varias décadas promovería diferentes edificios de viviendas en València y Campolivar. Tras unos años en Argentina durante la Guerra Civil, la familia regresa y Emilio Artal retoma el contacto con la Cooperativa de Agentes Comerciales a través del edificio Ferca (1946-1952), situado en el cruce del paseo de la Pechina con la avenida Fernando el Católico. Ya en 1956, Santiago Artal participa en uno de los proyectos desarrollados por su padre para la cooperativa (Gran Vía Ramón y Cajal 57-63) y realiza un primer estudio para el sexto proyecto de la cooperativa, formado en principio por 148 viviendas (quedará finalmente en 138) que se asentará sobre un solar ubicado en la avenida Pérez Galdós: el edificio Santa María Micaela, (construido entre 1958 y 1961). Emilio, próximo a la jubilación, propondrá a la Cooperativa que su hijo Santiago, de veintisiete años, recién titulado y sin ninguna experiencia previa, tome las riendas del proyecto.
Una confianza lindante con el riesgo
El arquitecto y profesor de proyectos en la Universitat Politècnica de València Ignacio Peris Blat es uno de los mayores conocedores de la trayectoria de Santiago Artal, a quien dedicó su tesis, primer trabajo que analiza en profundidad el edificio de Santa María Micaela y el trabajo posterior de Artal, con especial atención a los apartamentos La Nao, edificio de segunda residencia ubicado en Xàbia.
Para Peris, el hecho de que Santiago Artal asuma un proyecto de gran calado como Santa María Micaela se debe a dos factores: «la confianza que la cooperativa tenía sobre Emilio Artal y la personalidad arrolladora de Santiago, que tenía una confianza ciega en sus posibilidades como arquitecto y, sobre todo, en su idea sobre cómo debía ser la forma de habitar». Para el también arquitecto David Calvo, «el prescindir del estudio realizado por Emilio Artal es una manera de responder arquitectónicamente a su padre, pero también un signo de la tozudez que le acompañaría el resto de su vida».
Santa María Micaela: «ya me ocupo yo»
Tras abandonar el concepto propuesto por su padre, Santiago Artal decide romper en Santa María Micaela con las ordenanzas propias del Ensanche (edificios entre medianeras, vivienda alargada, patio interior, etc.) para concentrar la edificabilidad de los edificios en altura, a través de tres volúmenes laminares exentos. El resultado de la propuesta genera muchos metros de fachada, posibilita que todas las viviendas sean exteriores y libera suelo destinado a uso común. Además, Artal apuesta por el dúplex, tipología que según Calvo era un concepto inédito en València: «se asemejaba a la vivienda rural, pero era poco conocido».
Los corredores, por su anchura, no son simples pasillos. Artal desea que sean espacios destinados a ser ocupados por los propios vecinos, tal y como ya ha visto en el Robin Hood Gardens de Londres. Este concepto de vivienda residencial cuadra con las influencias que de manera totalmente autodidacta le llegan. En este sentido, Ignacio Peris Blat es rotundo al afirmar que Artal introduce en València la «modernidad arquitectónica» al mismo tiempo que se hace en Madrid y Barcelona o Londres, donde se producen los cambios más significativos en cuanto a vivienda residencial. El arquitecto Josep Maria Sancho, residente en el edificio, apunta en un artículo escrito para la revista de CTAV en 2010, que el proyecto linda también con los códigos del Brutalismo inglés, «a través de la estructura vista de hormigón».
Desde el Ayuntamiento de València la propuesta presentada por Santiago Artal es recibida con entusiasmo, al igual que por parte de los cooperativistas. Sin embargo, en el transcurso de la obra, la relación entre el arquitecto y los cooperativistas se tensa, ya que Artal carece de cualquier diplomacia y las visitas y preguntas de los cooperativistas le molestan hasta el extremo de que les rehúye constantemente. Prácticamente la única relación que mantiene Artal es con Juan Caballer, aparejador, aunque su amistad se apagará tras la finalización del proyecto de Santa María Micaela.
En su tesis, Peris recoge declaraciones de Luis Marés, arquitecto y amigo de Artal, quien señala su obsesión por el futuro del edificio: «Santiago siempre deseaba buscar soluciones definitivas; estaba reñido con una sociedad de consumo que demandaba cambios constantes». Este deseo de permanencia es reflejado en la calidad de los materiales seleccionados y el interés que pone en cada detalle, llegando a diseñar él mismo las luminarias del vestíbulo.
Artal toma decisiones sin consultar con la cooperativa que se traducen en sobrecostes. La memoria anual de los cooperativistas, pese a señalar esta toma unilateral de decisiones como uno de los motivos de enfrentamiento, no duda en alabar la calidad de las viviendas entregadas que, en palabras de los propios socios, son «espléndidas, propias de casas de gran categoría. Artal acogió la obra con el mismo cariño que se tiene a un hijo».
Para Calvo, «Santa María Micaela fue un experimento sobre nuevos modos de habitar. Extrapolar este concepto desde un punto de vista comercial era muy complicado en un contexto de una España autárquica». El desarrollo de Santa María Micaela termina por pasar factura a la relación entre Artal y la cooperativa, que no acepta propuestas posteriores para nuevas promociones en las calles San Francisco de Borja y Jaime Roig.
En 1961, Artal contrae matrimonio con Ingrid Isbrand y marcha a Londres, donde trabaja en el estudio YRM Architects (Yorke, Rosenberg, Mardall) en calidad de delineante para las obras de construcción del aeropuerto de Gatwick. Tal vez, el considerar este trabajo un paso atrás o no encontrar proyectos donde pueda mostrar las ideas que refleja Santa María Micaela hacen que la estancia en Londres sea breve. Artal regresa a València e instala su residencia y despacho en Santa María Micaela. Desde allí pergeña un proyecto que le permite trasladar a pequeña escala conceptos e ideas implícitas en Santa María Micaela. Artal compra una parcela en primera línea del término de Xàbia y ejercerá como arquitecto y promotor de un edificio de segunda residencia (diecinueve apartamentos) con el nombre de La Nao, en el que incluso llegan a veranear las familias Artal y Caballer.
En la Nao, Artal plantea circulaciones similares a las de Santa María Micaela, con una fachada paralela a la línea marítima y con todas las estancias exteriores. Pese a que las viviendas no son dúplex al uso, las zonas de día y noche están separadas por un tramo de escalera de siete peldaños en un juego de medias plantas (sección 3-2). Una gran celosía protege la fachada del sol de poniente. Para Ignacio Peris, La Nao es «un proyecto de escuela en el que continúa las labores de investigación arquitectónica iniciadas en Santa María Micaela».
A partir de este proyecto en Xàbia, la figura de Santiago Artal queda progresivamente en la zona de sombra de la arquitectura valenciana. Tal y como señala Alberto Peñín en su libro València 1874-1959. Ciudad, arquitectura y arquitectos, tras estos dos proyectos «Artal presenta diferentes propuestas que no son aceptadas, por lo que sufre una creciente marginación». Según Calvo, «era complicado incluir el lujo, el detalle de esa primera obra en promociones donde prima la rentabilidad»; mientras que Carmen Jordá en su libro Arquitectura valenciana, itinerarios de la historia reciente, incide en las ideas innegociables de Santiago Artal, que le causan problemas con promotores de Gandia, Calpe o Xàbia: «Su actitud espartana, utópica y radical, y al mismo tiempo, ingenua por su idealismo le llevará a considerar la arquitectura como un compromiso ético y mirar el proceso edificatorio como un servicio público».
Sin una razón explicable, Artal deja de lado su concepto de arquitectura y se limita a firmar proyectos de muy escaso interés en comparación con su obra anterior. Desde 1963 a 1971 firma cincuenta y cuatro proyectos, de los que treinta y siete son unifamiliares en la Costa Blanca carentes de su sello personal. «Una arquitectura de carácter mediterráneo cuya única manifestación de estilo es el propio de la localidad de Xàbia», señala el mismo Artal.
Tan solo dos propuestas escapan a esta cierta dejadez: un proyecto inconcluso de 64 viviendas en la playa de Gandia que podía haber supuesto una continuación de Santa María Micaela, y su residencia particular, edificada en Xàbia en 1967. Para Ignacio Peris, Artal «opta por afrontar trabajos de aliño en que su implicación es muy escasa. De hecho, repite en varias ocasiones la misma propuesta de vivienda unifamiliar. Se trata de una renuncia brutal a los supuestos arquitectónicos que aplicó en Santa María Micaela».
En 1971, Artal cesa por completo su actividad como arquitecto. No se sabe a ciencia cierta si motu proprio o como consecuencia de enfrentamientos con diferentes promotores. Como indica Luis Marés, «Santiago era un individualista tremendo». En palabras de Ignacio Peris, este progresivo abandono puede traducirse en que «Artal no abandonó la arquitectura, la arquitectura dejó a Artal. Pero, por otro lado, esa personalidad fue la que hizo posible un proyecto como Santa María Micaela. Una obra supone una negociación continua, con el cliente, el constructor y contigo mismo».
Recluido en Xàbia, Santiago Artal se dedica al estudio de la historia de España e incluso llega a escribir el manuscrito no publicado España, historia de una ilusión, cuya única copia está en manos de Marés. Sale en contadas ocasiones de su casa, como la realizada en 1980 con motivo de un coloquio con alumnos de la ETSA de UPV para charlar sobre Santa María Micaela.
Tras fallecer en Xàbia a los 75 años, la reivindicación de Santiago Artal y en particular de su proyecto en Santa María Micaela ha sido constante. Desde su inclusión en exposiciones y proyectos de investigación como VIPS 70 (David Estal), Arquitectura del sol en la Comunidad Valenciana y Los brillantes 50 (Universitat d’Alacant), Los años 50: la arquitectura española y su compromiso con la historia (Universidad de Navarra) o Erótica techno en la arquitectura valenciana (Ricardo Ruiz y Daniel Escobedo, Las Naves) hasta ser motivo de estudio para arquitectos como Ignacio Peris, Merxe Navarro o Josep Maria Sancho.
Santa María Micaela acoge hoy a diseñadores como Nacho Lavernia y ha sido versionado por Virginia Lorente en una icónica ilustración. Para Lorente, «Santa María Micaela me sigue pareciendo tremendamente moderno. Pensé en cómo afecta la arquitectura en nuestras vidas, en nuestra manera de habitar y de relacionarnos. Y esta fue la excusa para ilustrar el edificio»
* Lea el artículo íntegramente en el número 88 (febrero 2022) de la revista Plaza